C armen Lyra, seudónimo de María Isabel Carvajal Quesada (San José, Costa Rica, 15 de enero de 1887 - Distrito Federal, México, 14 de mayo de 1949) fue una escritora, pedagoga y política costarricense. Es considerada una de las escritoras más entrañables y significativas de la literatura costarricense.
Se le ha señalado como la fundadora de la narrativa de tendencia realista en Costa Rica. Su obra más conocida es Cuentos de mi tía Panchita, una serie de cuentos infantiles publicados en 1920, una de las obras literarias más importantes de la literatura costarricense. Además, escribió obras de teatro, ensayos políticos y las novelas En una silla de ruedas y Las fantasías de Juan Silvestre.
Educadora por antonomasia y renovadora de la docencia, fundó y dirigió la Escuela Normal Montessoriana, desde la cual introdujo nuevas metodologías educativas y el cual fue el primer centro de educación preescolar del país. Creó los primeros comedores escolares del país, sentó las bases de la bibliotecología para la niñez y escribió los primeros textos con carácter social de la historia de la nación.
Fue luchadora cívica y líder comunista en diversas actividades de orden social y político durante importantes eventos históricos y políticos del país, siempre identificada y en solidaridad con las necesidades del pueblo.
Luchó por los derechos de la mujer y los desposeídos al proponer una ley de casas baratas y el primer gremio de maestros y maestras. Por toda su obra y contribución a Costa Rica, fue declarada Benemérita de la Cultura Nacional en 1976 y Benemérita de la Patria en 2016.
El Tonto de las Adivinanzas
H abía una vez una viejita que tenía dos hijos: uno vivo y otro tonto. Al mayor lo creían vivo porque era trabajador, amigo de guardar su plata y de plantarse bien los domingos. El otro gastaba en tonteras cuanto cinco le caía en las manos, y no le importaba un pito andar hecho un candil de sucio; y le decían por mal nombre “El Grillo”.
Un día llegó un vecino y le dijo que en el pueblo andaba el cuento de que el rey ofrecía casar a su hija con aquel que pusiera a Su Majestad tres adivinanzas que no pudiera adivinar, y que le adivinaran otras tres que Su Majestad propondría.
Otro día se levantó el tonto muy de mañana y dijo a la viejita:
–Mama, sabe que he ideado ir yo onde el rey a ver si me gano l’hija. Quien quita que pueda yo sacarlos a ustedes de jaranas.
–Jesús, apiate y mirá estas cosas, –contestó la viejita al oír a su hijo. –Callate, tonto de mis culpas, y no me volvás a salir con tus tonteras. Y lo trapió y le dijo unas cosas que no me atrevo a repetir.
Pero el muchacho metió cabeza, y cuando la viejita lo vio fue ensillando a Panda, su yegua. Entonces, como no había más remedio, se puso a prepararle un almuerzo para el camino. Fue al solar a cortar unas hojitas de orégano para echarle a una torta de arroz y huevo que le hacía, pero como estaba medio pipiriciega no se fijó que en vez de orégano, cogía unas hojas de una yerba que era un gran veneno.
-Por fin el hijo montó a Panda y dijo adiós a su madre y a su hermano, que habían hecho todo lo posible por convencerlo de que desistiera de su viaje.
La pobre viejita salió a la tranquera a verlo irse y le dijo: –Que Dios te acompañe, hijo... Aquí nos dejás sólo Dios sabe cómo. Vas a ver que con lo que vas a salir es con una pata de banco.
El muchacho no hizo caso y cogió el camino. Al mucho andar sintió hambre, desmontó y sacó de sus alforjas el almuercito que le hiciera su madre. Era en un lugar en donde no crecía ni una mata de hierba. Sintió lástima al pensar que la pobre Panda iba a tener que ayunar. Entonces, aunque le tenía mucha gana a la torta, la cogió y se la dio a su yegua y él se comió un gallito de frijoles que bajó con bebida. Apenas la yegua se tragó la torta, cuando cayó pataleando y enseguida murió a consecuencia del veneno de las hojas con que la viejecita quiso dar gusto a la torta, creyendo que eran de orégano.
El muchacho se sentó al lado de su bestia a hacerle el duelo. En esto llegaron tres perros que se pusieron a lamer el hocico a la difunta. ¡Para qué lo hicieron! En seguidita cayeron también pataleando, y a poco murieron.
El tonto hizo un hueco para enterrar a Panda y mientras la enterraba, llegaron siete zopilotes que hicieron una fiesta con los tres perros. A poco los siete zopilotes pararon la vista y cayeron tiesos.
Entonces, el tonto que no era tan dejado como creían, secó sus lágrimas y se dijo: –No hay mal que por bien no venga... Ya tengo mi primera adivinanza.
Siguió anda y anda y se encontró con una vaca que se había despeñado y que estaba en las últimas. La acabó de matar y halló entre su panza un ternerito que estaba para nacer. Lo sacó, asó parte de la carne del animalito y se la comió. Siguió su camino y allá en el peso del día, vio unas palmeras de coco cargaditas de frutas. Como tenía mucha sed, subió a una, cogió unos cocos y bebió su agua.
Por fin llegó al palacio del rey se hizo anunciar como un pretendiente a la mano de su hija. Los criados y los señores se pusieron a hacerle burla:
¡Lo que no han podido personas inteligentes lo va a poder este no-nos-dejes! –decían y se morían de risa.
El rey le hizo algunas reflexiones: Que si no ganaba, lo ahorcaría y que esto y lo de más allá, pero él no hizo caso.
La princesa se horrorizó al imaginar que tuviera que casarse con aquel tonto, y por un si acaso, le propuso que si se salía con la suya, se comprometiera a calzarse (porque era descalzo) y vestirse como los señores y, que si no, no habría nada de lo dicho. Y el tonto dijo que bueno.
Se reunió un gran gentío en el salón del palacio: el rey con su hija en su trono, los ministros, los duques, los marqueses y cuanta persona que era gran pelota en el país. Y va entrando mi tonto muy en ello y con mucha tranquilidad, como si estuviera en la cocina de su casa, dijo: Allá te va la primera, señor rey:
"Torta mató a Panda,
Panda mató a tres;
Tres muertos mataron a siete vivos".
El rey se puso a reflexionar y fue de reflexionar como una hora, y no pudo dar en el chiste. Por fin se dio por vencido. El tonto explicó: –Panda, mi yegua, murió a consecuencia de haberse comido una torta envenenada; llegaron tres perros, le lamieron el hocico y enseguida murieron; bajaron siete zopilotes, se comieron los perros y también murieron.
Luego el tonto dijo: –Allá te va la segunda: “Comí carne de un animal que no corría sobre la tierra, ni volaba por los aires, ni andaba en las aguas”.
Vuelta el rey a cavilar y al cabo de una hora se dio por vencido. El muchacho explicó: –Encontré una vaca que se había despeñado y que estaba boqueando, la acabé de matar y le saqué de la panza un ternerito que estaba para nacer. Lo asé y comí de su carne.
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