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Anónimo - El pozo de los deseos: Cuentos para contar y pensar, Vol. II

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  • Libro:
    El pozo de los deseos: Cuentos para contar y pensar, Vol. II
  • Autor:
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    Maitri
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    2016
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El pozo de los deseos: Cuentos para contar y pensar, Vol. II: resumen, descripción y anotación

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Selección de cuentos tradicionales de distintas culturas y tradiciones sobre la importancia del relato como forma de transmisión de enseñanzas y sabiduría.Editorial Maitri fue creada en 2001 con la intención de difundir textos sobre distintas dimensiones de la espiritualidad. Su catálogo incluye ensayos de autores contemporáneos sobre la búsqueda espiritual y colecciones de cuentos tradicionales. En 2015 Maitri lanzó una línea de narrativa contemporánea con la publicación de Wabi sabi. Maitri es una palabra sánscrita que significa benevolencia, cordialidad.

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El pozo de los deseos: Cuentos para contar y pensar, Vol. II — leer online gratis el libro completo

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E L POZO DE LOS DESEOS Teresa Gottlieb compiladora Editorial Maitri El - photo 1

E L POZO DE LOS DESEOS

Teresa Gottlieb
compiladora

Editorial Maitri El pozo de los deseos Vol II de Cuentos para contar y - photo 2

© Editorial Maitri

El pozo de los deseos

Vol. II de Cuentos para contar y pensar

Nº de Inscripción: 157.362

I.S.B.N.: 956-8105-03-4

Compilación de Teresa Gottlieb M.

1 a edición digital, julio de 2014

…sin relato y sin posibilidad de transmitirlo,

no somos nada o somos poco.

Jean-Claude Carrière

Índice

La Real Academia dice que un vilano es un “apéndice de pelos o filamentos que corona el fruto de muchas plantas compuestas y le sirve para ser transportado por el aire”. Sólo después explica que es la flor del cardo.

Flor que es adorno, que solamente sirve para lanzar azules, para manchar de apenas lila el borde de un camino, quizá para atraer abejas como cualquier otra flor, para puntear un pasto o un barranco.

Lo mismo, o algo muy parecido, pasa con los cuentos.

Introducción

U n niño de cinco años persigue vilanos, cardos voladores, otorgadores de deseos. Por un campo lleno de piedras, trampas, subidas y bajadas, corre detrás de los cardos que se alejan con el viento, los mismos que hace cincuenta y muchos años anunciaban la llegada de una carta y ahora son anticipo de un deseo concedido. El niño los persigue con toda la ilusión de un encuentro con lo mágico.

Al rato, desde el fondo de unos arbustos llenos de hojas y pinchos, grita encantado: “¡Aquí, aquí está el pozo de los deseos!”. En la tierra, un hoyo lleno de cardos; un simple cuenco hecho por nadie, lleno hasta el borde de esas estrellas transparentes que se elevan y flotan.

Lo que para otro sería nada más que un agujero repleto de cosas pinchudas, para él, escritor sin letras todavía, es eso: “el pozo de los deseos”. Ha descubierto, sin saberlo, cómo convertir un cardo que vuela en el verano en algo que tiene más vuelo que el aire. Ha aprendido a contar cuentos sin saberlo; a escuchar los silencios, a descubrir y adelantar historias.

La idea de este libro es reunir historias sobre el contar, sobre cómo nacen, se cuentan y se transmiten los cuentos. Formas de transmitir no el agujero ni el hoyo, sino el misterio y la fascinación del pozo.

El guerrero Ibo

(fragmento)

E ntonces Okonkwo animó a los niños a sentarse con él en su choza y les contó historias de la tierra, historias masculinas de violencia y de sangre. Mwaye sabía que lo correcto era ser varonil y violento, pero en cierto modo prefería las historias que le contaba su madre y que sin duda seguiría contándoles a los niños más pequeños: historias de la tortuga y sus mañas y del pájaro enekenti-oka.

Luego de haber hablado con sencillez, expresó la media docena de frases siguientes en proverbios. Entre los Ibo el arte de la conversación es tenido en mucha estima y los proverbios son el aceite de palma con el que se aliñan las palabras.

Chinua Achebe (Nigeria, 1930)

E n un relato persa muy antiguo se describe al relator de cuentos como un hombre aislado, de pie sobre una roca frente al mar. El hombre cuenta y cuenta cuentos sin detenerse nunca, un cuento detrás de otro y otro y otro, haciendo apenas una pausa para tomar un sorbo de agua.

El mar lo escucha sereno, fascinado.

Y el cuentista sin nombre agrega al final de la historia:

–Si llegara un día en que me quedara en silencio, ¿qué haría el mar?

La rosa

D e un rabino que vivió hace muchos años, el rabino Nahman, aprendí hace tiempo a saber cuándo había llegado el momento de abrir la boca y hablar, de tomar la pluma y escribir. Era un hombre sencillo, de buen humor y santo, que enseñaba a sus discípulos cómo ser sencillos, de buen humor y santos. Pero un día todos se arrodillaron a su alrededor y le dijeron en tono quejumbroso:

–Querido rabino, ¿por qué no habla usted como el rabino Zadig, por qué no transmite importantes ideas y desarrolla importantes teorías para que la gente lo escuche embelesada, con la boca abierta? ¿No puede hacer nada fuera de hablar con la simpleza de una abuela y contar cuentos?

El buen rabino sonrió. Tardó un rato antes de abrir la boca y finalmente dijo:

–Un día las ortigas le preguntaron al rosal: “Señor rosal, ¿puede contarnos su secreto? ¿Cómo crea una rosa?”, y el señor rosal respondió: “Mi secreto es simplísimo, hermanas ortigas. Durante todo el invierno trabajo con paciencia, confianza y amor, pensando en una sola cosa: la rosa. La lluvia me golpea, el viento me arranca las hojas, la nieve me aplasta, pero yo pienso en una sola cosa: en la rosa. Hermanas ortigas, ese es mi secreto”.

–No comprendemos, maestro –dijeron los discípulos.

El rabino se rió.

–Yo tampoco lo entiendo del todo –les respondió.

–¿Entonces, maestro?

–Supongo que lo que quería decirles es esto: cuando tengo una idea, paso mucho tiempo desarrollándola, en silencio, con paciencia, con confianza y con amor. Y cuando abro la boca (¡qué misterio, hijos míos!), cuando abro la boca, la idea siempre aparece como un cuento.

Y rió nuevamente.

–Nosotros, los seres humanos, le llamamos cuento –dijo–, el rosal le llama simplemente rosa.

De Informe al Greco , Nikos Kazantzakis

La piedra cuentacuentos

E n tiempos muy antiguos, mucho antes de estos tiempos, vivía muy lejos de aquí un joven que todos los días salía a cazar al bosque. Una vez, cuando ya era casi de noche, se detuvo junto a una piedra muy grande y se puso a reparar el arco y a cambiarles puntas a las flechas.

De repente, oyó una voz que le decía:

–Te voy a contar un cuento.

El joven dio un salto y, tiritando de miedo, se puso a mirar de un lado al otro alrededor de la piedra, buscando de dónde salía la voz. Después de mucho rato, se dio cuenta que no podía venir sino de la piedra, así que, tratando de calmarse y de comportarse como un adulto, le contestó con voz temblorosa:

–¿Qué dijo que me quería contar?

–Un cuento, un cuento muy antiguo, pero para que te lo cuente me tienes que dar algo a cambio.

–¿Puede ser este zorzal? –le preguntó el muchacho, colocando sobre la piedra uno de los pájaros que había cazado esa misma tarde.

–Regresa esta noche –le dijo la piedra– y te contaré una leyenda del mundo antiguo.

El muchacho regresó bien entrada la noche y se sentó al lado de la piedra. La voz le habló entonces de los seres que vivían en el cielo; del primer pueblo de todos los pueblos, que dominaba la magia como ningún otro. Entre ellos, le dijo, había una anciana que vivía en el cielo, como todos los demás; la mujer soñó una noche que tenían que arrancar el enorme árbol que crecía en el centro de la aldea y que daba flores blancas. A la mañana siguiente, la anciana les contó su sueño a los demás aldeanos, que le obedecieron sin tardar y sacaron el árbol de cuajo. Pero al ver el agujero que había quedado en la tierra, sintieron tanto miedo y tanta rabia que decidieron tirar a la mujer adentro. Y así lo hicieron. La mujer fue cayendo, cayendo hasta llegar a la tierra, pero como en ese entonces la tierra estaba cubierta de agua, tuvieron que sacarla del fondo con la ayuda de los animales y ponerla sobre el lomo de la tortuga y apisonarla con la cola del castor y dejarla crecer, para que pudiera recibir a la mujer que había caído del cielo.

Cuando la piedra terminó de contar el cuento, se dio cuenta que el muchacho se había quedado dormido y le dijo:

–Tienes que avisarme cuando te dé sueño para que deje de hablar. Si te quedas dormido, no vas a aprender nada. Mejor vuelve mañana de tarde y te seguiré contando cuentos. Pero no te olvides de traerme algo de regalo.

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