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Smedley Darlington Butler - La guerra es una estafa

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Smedley Darlington Butler La guerra es una estafa

La guerra es una estafa: resumen, descripción y anotación

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La célebre obra del General Smedley Butler de la Infantería de Marina de los EE. UU. Smedley D. Butler (1881-1940). Mayor General del Cuerpo de Infantería de Marina de los Estados Unidos, condecorado con dos medallas de honor por el Congreso norteamericano y con la Medalla por Servicios Distinguidos. Butler participó en la toma por EE.UU. de Veracruz, México, en 1914 y de Ft. Riviere, Haití, en 1917. Tras analizar su propia experiencia militar, Butler se convirtió en campeón del movimiento pacifista. En 1935 escribió War Is A Racket (La guerra es una estafa) denunciando las guerras contemporáneas como aventuras imperialistas en beneficio de Wall Street y los grandes capitalistas. El opúsculo de Butler fue publicado en Nueva York por la editorial Round Table Press Inc.​

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SMEDLEY DARLINGTON BUTLER 30 de julio de 1881 West Chester Pensilvania - 21 - photo 1

SMEDLEY DARLINGTON BUTLER (30 de julio de 1881 West Chester, Pensilvania - 21 de junio de 1940 Filadelfia, Pensilvania) fue el más joven capitán y el militar más condecorado en la historia de los Estados Unidos. Destacado oficial de la historia de la Infantería de Marina, y uno de los dos únicos Marines en recibir por heroísmo en combate dos medallas de Honor del Congreso, la más alta condecoración de su país. Fue, hasta su muerte en 1940, el oficial más popular entre las tropas.

Después de retirarse del Cuerpo de Marines, en 1935 escribió el discurso War is a racket (en español La guerra es un latrocinio o La guerra es una estafa) en el que denuncia el uso de las fuerzas armadas de los Estados Unidos para el beneficio de Wall Street. Este libro detalla como Estados Unidos intervino militarmente en Latinoamérica para beneficio de las grandes compañías estadounidenses, pasando el costo de la guerra finalmente a los ciudadanos estadounidenses.

Notas

[1] Según la Oficina del Censo [http://www.census.gov/population/estimates/nation/popclockest.txt], el primero de julio de 1935 Estados Unidos tenía una población de 127,250,232 habitantes.

[2] Alusión al Gobierno Federal de Estados Unidos.

[3] La estimación más conservadora del poder adquisitivo de un dólar de 1914 en el año 2011 es, aproximadamente, 23.20 dólares. La fuente de la cifra es el sitio en Internet Measuring Worth. [http://www.measuringworth.com/]

[4] Se refiere a Andrew Jackson, séptimo presidente que gobernó Estados Unidos entre 1829 y 1837.

[5] Comité presidido por el senador Gerald P. Nye.

[6] Los Liberty Bonds fueron bonos emitidos por el Gobierno Federal de Estados Unidos para financiar su participación en la Primera Guerra Mundial. Entre 1917 y 1918 se realizaron cuatro emisiones de estos bonos, por un valor total de diecisiete mil millones de dólares.

[7] La segunda, tercera y cuarta emisión de los Liberty Bonds recibieron el nombre de Liberty Loans.

Capítulo 1
LA GUERRA ES UNA ESTAFA

La guerra es una estafa. Siempre lo ha sido. Posiblemente es el tipo de estafa más antiguo, sobradamente el más lucrativo, seguramente el más perverso. Es el único de alcance internacional. Es el único en el que las utilidades se calculan en dólares y las pérdidas en vidas humanas. Creo que la mejor descripción de una estafa es algo que no es lo que parece ser para la mayoría de la gente. Solamente un pequeño grupo «enterado» sabe de qué se trata. Se realiza para beneficio de los muy pocos a expensas de los muchos. Gracias a la guerra un pequeño número de personas amasa fortunas enormes.

En la Primera Guerra Mundial un puñado de individuos recogió las utilidades del conflicto. Durante la [Primera] Guerra Mundial, surgieron en los Estados Unidos por lo menos veintiún mil nuevos millonarios y multimillonarios. Ése fue el número que admitió sus enormes y sangrientas ganancias en sus declaraciones juradas del Impuesto a la Renta.

Nadie sabe cuántos otros millonarios, surgidos de la guerra, falsificaron sus declaraciones juradas de impuestos.

¿Cuántos de estos millonarios de la guerra portaron un fusil sobre sus hombros? ¿Cuántos de ellos cavaron una trinchera? ¿Cuántos de ellos supieron lo que significó padecer hambre en un refugio subterráneo infestado de ratas? ¿Cuántos de ellos pasaron noches de miedo y desvelo, evadiendo los bombardeos, las esquirlas y las balas de las ametralladoras? ¿Cuántos de ellos rechazaron una carga a la bayoneta del enemigo? ¿Cuántos de ellos resultaron heridos o perecieron en el campo de batalla?

Como producto de la guerra, las naciones victoriosas conquistan territorio adicional. Simplemente se apoderan de él. El territorio recién capturado es explotado prontamente por unos pocos, los mismísimos pocos que destilaron dólares a partir de la sangre vertida en la guerra.

El pueblo paga la cuenta. ¿Y cuál es esta cuenta? La cuenta traduce una contabilidad terrible. Lápidas recién colocadas. Cuerpos despedazados. Mentes destrozadas. Corazones y hogares rotos. Inestabilidad económica. Depresión y todas las amarguras relacionadas. Impuestos agobiantes por generaciones y generaciones.

Por muchos años, como soldado, tuve la sospecha que la guerra era una estafa. Sólo cuando me retiré a la vida civil pude darme cuenta de ello cabalmente. Hoy en día, cuando veo nuevamente poblarse el firmamento con las nubes de la guerra internacional, debo encararla y hablar claro. Otra vez [las naciones] están alineándose. Francia y Rusia se reunieron y acordaron mantenerse juntas. Apuradas, Italia y Austria llegaron a similar acuerdo. Polonia y Alemania se miraron con ojos de cordero y olvidaron por el momento su disputa sobre el Corredor Polaco.

El asesinato del rey Alejandro de Yugoslavia complicó las cosas. Yugoslavia y Hungría, por mucho tiempo enemigos acérrimos, estuvieron a punto de agredirse. Italia estaba lista para intervenir. Francia esperaba. Igual hacía Checoslovaquia. Todas estas naciones están previendo la guerra. No la gente —no los que luchan y pagan y mueren—; sólo aquellos que promueven las guerras y permanecen en la seguridad de sus casas a la espera de recibir las utilidades.

En el mundo de hoy existen cuarenta millones de hombres en armas y nuestros estadistas y diplomáticos tienen la temeridad de decir que no se prepara una guerra. ¡Campanas que anuncian el infierno! ¿Estos cuarenta millones de hombres están entrenándose para ser bailarines? De seguro, no en Italia. El Primer Ministro, Mussolini, sabe para lo que se les está entrenando.

Él, al menos, es suficientemente franco y habla claro. Hace pocos días, Il Duce escribió en Internacional Conciliation, publicación de la Fundación Carnegie para la Paz Internacional: «Y sobre todo, el fascismo, cuanto más considera y observa el futuro y el desarrollo de la humanidad, aparte de las consideraciones políticas del momento, no cree en la posibilidad de la utilidad de la paz perpetua…».

Sólo la guerra eleva toda la energía humana hasta alcanzar su tensión más alta y coloca el sello de la nobleza sobre los pueblos que tienen el coraje de practicarla.

Sin duda, Mussolini quiere decir exactamente lo que dice. Su bien entrenado ejército, su gran escuadra aérea e, incluso, su marina están listos para la guerra; al parecer están ansiosos por ella. Así lo demuestra su reciente toma de posición, al lado de Hungría, en el conflicto de ésta con Yugoslavia. Así lo evidencia también la apurada movilización de sus tropas en la frontera austriaca tras el asesinato de Dollfuss. Hay otros, también en Europa, cuyos sonidos de sables presagian guerra, tarde o temprano. Herr Hitler, con su rearme alemán y sus constantes demandas por más y más armamento es una amenaza similar, si no mayor, a la paz.

Hace muy poco tiempo, Francia aumentó el período del servicio militar para su juventud de un año a dieciocho meses.

Sí, en todo lugar, las naciones viven en armas. Los perros rabiosos de Europa andan sueltos. Las maniobras son más hábiles en el Oriente. En 1904, cuando pelearon Rusia y Japón, aplicamos un puntapié a nuestros antiguos amigos los rusos y apoyamos a Japón. En ese entonces nuestros muy generosos banqueros internacionales estaban financiando a Japón. Ahora la tendencia es a envenenarnos [la mente] contra los japoneses.

¿Qué significa para nosotros la política de «puertas abiertas» con China? Nuestro comercio con China es de noventa millones de dólares anuales, aproximadamente. ¿Y las Filipinas? En treinta y cinco años hemos gastado cerca de seiscientos millones de dólares en las Filipinas y tenemos allí inversiones privadas —mejor dicho, nuestros banqueros, industriales y especuladores— por menos de doscientos millones de dólares.

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