Agradecimientos
AGRADECIMIENTOS
Este libro es el resultado de años de investigación y de docencia de Historia contemporánea de España. El proyecto coincidió con mi traslado de la Universidad de Newcastle a la de Kent, y tengo colegas tanto en una como en otra a los que dar las gracias por ayudarme de diversas formas. Mi particular agradecimiento a los compañeros hispanistas cuya asistencia, ánimos y correcciones fueron de un valor inestimable: Adrian Shubert, Paul Preston, Charles Esdaile, Diego Palacios Cerezales, Seb Browne y el difunto Christopher Schmidt-Nowara. Cualquier error o inconsistencia que aún puedan quedar en este texto hay que atribuírmelos a mí por completo.
Parte de mi investigación en España y México estuvo financiada por una Beca Santander de movilidad internacional y una Beca de investigación de la Universidad de Newcastle. Mi agradecimiento a las instituciones que me dieron permiso para citar materiales de sus fondos: los Archivos Nacionales (Reino Unido), el Archivo Histórico Nacional (Madrid), Archivo General del Palacio (Madrid), la Real Academia de la Historia (Madrid), el archivo del Centro de Estudios sobre la Universidad de la Universidad Nacional Autónoma de México (Ciudad de México), así como el Arxiu Històric de la Ciutat de Barcelona, el archivo de la Biblioteca Universitaria de Zaragoza, el Archivo Municipal de San Sebastián y el Archivo Municipal de Málaga. Mi especial agradecimiento al Museo Zumalakarregi, en Ormáiztegui, por permitirme reproducir imágenes de su archivo en este libro.
Por encima de todo doy las gracias a mi mujer, Susana, y a mi hija, Nicole, por hacer que mis esfuerzos hayan valido la pena. En nuestra odisea familiar de los tres últimos años hemos viajado varias veces entre México y Europa, y finalmente de un extremo a otro de Inglaterra. Ha sido una experiencia apasionante y complicada para todos nosotros, y tenemos una extensa familia en México y el Reino Unido a la que dar las gracias por su cariño y apoyo. Ni este libro ni nuestra nueva vida en Kent habrían sido posibles sin el amor y la dedicación de mi esposa. Este libro está dedicado a Susana y Nicole.
Canterbury, mayo de 2016
1. Los frentes de batalla de las guerra civiles españolas
CAPÍTULO 1
LOS FRENTES DE BATALLA DE LAS GUERRAS CIVILES ESPAÑOLAS
Perspectiva general
Perspectiva general
La Primera Guerra Carlista y la Guerra Civil Española compartieron similitudes en el campo de batalla por lo que se refiere a tácticas, moral, atraso tecnológico, soldados extranjeros y terror, y también por lo que concierne a la geografía humana de la lucha. Sin embargo, mientras que la guerra de 1936 tardó menos de tres años en alcanzar su desenlace militar, a la de 1833 le costó más del doble. En la Guerra Civil Española hubo líneas de frente formales que recorrían Andalucía, Extremadura, Castilla y Aragón, y antes de que la resistencia final del gobierno en el norte fuera aplastada en Asturias en octubre de 1937, una primera línea también dividía el País Vasco y rodeaba Cantabria y Asturias. A diferencia de lo sucedido en la Primera Guerra Carlista, hubo comparativamente poca actividad guerrillera tras las primeras líneas. En la de la década de 1830, por el contrario, la actividad de las guerrillas carlistas —alguna constante, otra pasajera— afectó a la mayoría de las cuarenta y nueve provincias recién constituidas de España. Una primera línea similar a la de 1936 rodeó el País Vasco a partir de 1834, pero las únicas otras zonas de España en que los carlistas se asentaron lo bastante para desafiar al control territorial del gobierno fueron la del Maestrazgo a partir de 1835, que después de 1837 se expandió hasta incluir partes de Valencia y otras de Aragón, así como algunas de las intrincadas áreas montañosas de Cataluña (y eso en gran medida sólo a partir de 1837). Así pues, y dejando aparte el País Vasco, las campañas militares tuvieron mayor grado de irregularidad cronológica y territorial que en la Guerra Civil Española, además de un movimiento mucho mayor de insurgencia y contrainsurgencia.
Mientras que los sublevados de 1936 consiguieron en las primeras cuarenta y ocho horas de su alzamiento hacerse con el control de alrededor de un tercio de España, sus predecesores de 1833 no pudieron lograr nada comparable a ese éxito. Entonces su único genio militar verdadero era el general carlista Tomás de Zumalacárregui, que a finales de 1834 formó un ejército regular para ampliar el control de la Navarra rural y de las tres provincias vascas. La expansión de los rebeldes fue detenida en el verano de 1835 por las victorias defensivas del gobierno en Mendigorría y en el primer sitio de Bilbao. Sin embargo, la revolución que tuvo lugar en las ciudades controladas por el gobierno debilitó a continuación la capacidad del ejército para hacer mucho más que defender los puertos vascos y una serie de fuertes del perímetro de ese País Vasco controlado por los carlistas. La permeabilidad de ese frente del norte permitió que los carlistas organizaran expediciones a zonas de España bajo dominio gubernamental de más allá del río Ebro, a escala limitada a Cataluña en 1835 y a mucho mayor escala en 1836 y 1837, pese a lo cual los carlistas no consiguieron nunca tomar Bilbao ni conquistar ciudades de tamaño considerable.
La «guerra profunda» de 1836-37 produjo una radicalización de la retaguardia del gobierno que es comparable a la revolución española de cien años después. A partir de noviembre de 1837, una estructura política y militar centralizada ayudó a derrotar a las últimas expediciones importantes de los sublevados, y poco a poco suprimir la actividad guerrillera y bloquear al País Vasco rebelde. Cuando los carlistas del norte pidieron la paz en agosto de 1839, las zonas del este del general Cabrera no pudieron resistir la abrumadora superioridad de las fuerzas del gobierno, y en junio de 1840 todo el territorio nacional ya estaba en manos de éste. La compleja historia de la Primera Guerra Carlista contrasta con la trayectoria más convencional de la Guerra Civil Española. Los sublevados de 1936 querían dar un golpe de estado que tuviera éxito, pero el que la resistencia del gobierno no resultara ser ni tan débil como para sucumbir ni tan fuerte como para reprimir el golpe dio como resultado la guerra civil. Por medio del terror y de unas tácticas bélicas superiores, la mayor parte de Andalucía y Extremadura cayó bajo el control de los rebeldes en el verano y otoño de 1936, pero estos no consiguieron tomar Madrid. Pronto siguieron, alrededor de la capital, las victorias defensivas del gobierno en 1937 en el Jarama, la carretera de La Coruña y Guadalajara, que como en Bilbao en la década de 1830 contaron con la ayuda de una importante intervención extranjera. Sin embargo, los sublevados recuperaron la iniciativa en 1937 conquistando el País Vasco, Cantabria y Asturias, lo que puso fin a la guerra en el frente del norte y permitió una mayor concentración de fuerzas contra el frente principal. Pese al triunfo inicial del gobierno republicano en las ofensivas de Teruel y del Ebro, los nacionales siguieron llevando ventaja y, tras aislar Cataluña del resto de zonas controladas por el gobierno en abril de 1938, se hicieron rápidamente con ella en el invierno de 1938-39. Aunque Madrid continuaba invicta, el golpe de estado desde dentro que tuvo lugar en marzo de 1939 decidió el destino de la República, y el 1 de abril los nacionales de Franco ya ocupaban todo el territorio español.
Mientras que al principio de la Primera Guerra Carlista todo el ejército se encontraba en un mismo bando, el cristino, al principio de la Guerra Civil Española el ejército estaba dividido. Las purgas cristinas de 1832-33 fueron tan implacables como concienzudas, y a la muerte de Fernando VII en septiembre de 1833 prácticamente toda la institución era cristina. En julio de 1936, por el contrario, la sociedad española estaba dividida de arriba abajo, ya que el gobierno del Frente Popular no había conseguido purgar con efectividad a los rebeldes en potencia. Aun así, el ejército cristino no las tenía todas consigo: una vez comenzaron las hostilidades, resultó ser despilfarrador, estar mal abastecido y ser ineficaz en sus operaciones contra las fuerzas enemigas más pequeñas que, por su parte, supieron aprovechar al máximo sus ventajas, sobre todo por lo que se refiere a las guerrillas. En cambio, la Guerra Civil Española fue excepcional en tanto en cuanto desde el principio el conflicto se libró por parte de dos ejércitos convencionales. Sí se dio una continuidad que matiza esta observación: únicamente en la Navarra carlista hubo en julio de 1936 un levantamiento civil armado en apoyo de la sublevación de los nacionales.