Copyright de la presente edición: © 2011 Ediciones Nowtilus, S. L.
Imagen de portada: Reproducción del óleo sobre lienzo de Augusto Ferrer-Dalmau titulado Calderote y cedido por Historical Outline S. L.
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esperanza del futuro.
Con todo el afecto .
la gente todo el tiempo.
Introducción
Este es un texto que trata de las guerras civiles en las que ha intervenido el carlismo. Las tres guerras propiamente carlistas: la primera, de 1833-1839, la llamada de los Siete Años; la segunda, o de los Matiners de 1846-1848; y la tercera, la de Carlos VII, de 1872-1876; así como la Guerra Civil española de 1936-1939. Todas se liquidaron con sendos fracasos. La de 1936-1939 fue la peor, ya que consiguiendo los militares la victoria sobre el Ejército republicano, los carlistas aun luchando al lado de los «nacionales» perdieron la paz y se vieron relegados al ostracismo y a la persecución por el Régimen del general Franco, que optó por la Falange. La causa de ello fue que el carlismo se opuso, desde el principio, a que España se convirtiera en un Estado fascista o totalitario.
En el capítulo inicial se da cuenta de los orígenes del carlismo para enmarcarlo en lo que será su historia bélica. En los siguientes, del primero al sexto, se narran las cuatro guerras en las que tomó parte. Cerrándose el trabajo con dos apéndices: una cronología completa, de 1833 a 2009 y una bibliografía básica e indispensable para conocer el carlismo.
Los que, de un modo u otro, nos dedicamos profesionalmente a la investigación histórica solemos tropezar con bastante frecuencia con algunos hechos que nos hacen dudar muy seriamente del trabajo de los colegas precedentes.
Hechos como el de que ciertas fuentes documentales estén cerradas a cal y canto y sólo puedan acceder a ellas profesionales consagrados o personas por ellos recomendadas.
Consejos como el de que los historiadores no deben investigar el presente, porque los hechos todavía están muy cercanos y viven aún los protagonistas.
Actitudes como la de que uno debe escribir la historia bajo el punto de vista objetivo y jamás subjetivo.
Constancia de que si se desea ingresar en la universidad para realizar tareas docentes, lo más conveniente, se dice, es ponerse a la sombra de un catedrático y serle servicial durante un tiempo prudente.
¿Quién puede negar que estos hechos, consejos y actitudes se constatan normalmente en nuestras aulas y laboratorios?
Es triste reconocerlo pero esta realidad es cierta. Nos rodea la ortodoxia por todas partes. El moho académico está acabando por enfriar los ánimos más apasionados para realizar una tarea científica e investigadora sin trabas de clase alguna. Sólo hay libertad para investigar dentro de unos moldes fijados de antemano.
Pero los que pensamos que la libertad no tiene fronteras y mucho menos en el campo de la investigación histórica, a veces tenemos la alegría de constatar que no estamos solos y otros colegas piensan lo mismo.
Esto viene a cuento porque desde distintos sectores se ha repetido con frecuencia que el carlismo no ha sido suficientemente estudiado. Este asunto, pese a ser antiguo, no ha encontrado un nivel de investigación comparable al del movimiento obrero español, por ejemplo, o a otros procesos históricos más modernos.
Y con semejante carga polémica. Tampoco ha sido tratado, por lo general, de la única manera que su valoración histórica puede progresar: a base de documentación —y no de los escritos— contenida allí donde el movimiento fue incontestable (Navarra, País Vasco, Cataluña, Valencia) o representativo (Aragón, Castilla, Galicia o Andalucía).
El carlismo ha de estudiarse con un criterio historiográfico completamente diferente al tradicional o usual y factible en otros temas: como idea fuerza, como movimiento de masas en relación con las estructuras socioeconómicas, y en sus experiencias de gobierno. Es inútil explicarlo a base de conceptos políticos extraídos de libros polémicos. Por eso todavía está por explicar convenientemente. De ahí que sea improbable que el fenómeno pase del terreno polémico sin un nuevo enfoque en las investigaciones.
El carlismo, quizá a causa de su carga polémica o por otros aspectos de los siglos XIX al XXI , ha llamado más la atención a los historiadores contemporáneos. No ha sido un tema tratado con la amplitud ni la claridad merecida. En este sentido, el presente libro pretende ser una modesta aportación para llenar este vacío científico.
El Espinar (Segovia), 2010
Los orígenes del conflicto carlista
F ERNANDO VII , EL REY FELÓN
La falla producida, en el Antiguo Régimen, por la invasión napoleónica, la pasividad y el abandono de las autoridades locales y provinciales, ante el moderno Ejército francés, propició la entrada en la escena española de una serie de corrientes que habían sido despreciadas y arrinconadas por los godoyistas. La inteligencia del país se hallaba dividida: en primer lugar, los que todavía creían en el retorno puro y simple de las instituciones del Antiguo Régimen, sin cambios ni retoques, por superficiales que fueran; en segundo lugar, los llamados afrancesados, que veían en Francia un modelo aplicable a España; en tercer lugar, los que, aceptando el imposible retorno del despotismo ilustrado, veían en la tradición monárquica española soluciones aceptables, y, por último, los que creían en un modelo de corte reformista que propiciara la revolución industrial indispensable para el desarrollo de sus intereses, mediante la redacción de una Constitución burguesa.
Fernando VII, rey de España. Dcha.: óleo de Francisco de Goya.
La guerra contra los invasores franceses transcurría de una forma anárquica y sin dirección posible. Las victorias españolas se debían bien a la ayuda del ejército expedicionario inglés de Wellington, bien a las prudentes retiradas de las fuerzas napoleónicas. Mientras los españoles se batían a muerte en los campos de batalla, Fernando VII felicitaba a Napoleón por sus victorias en el suelo patrio. Incluso, de una forma voluntaria y espontánea, pidió al emperador ser aceptado como hijo adoptivo. Esto último era solicitado en los mismos días en que los ejércitos franceses estaban culminando la ocupación de Andalucía y un puñado de españoles acorralados en Cádiz organizaba la reapertura de las Cortes y se disponía a derramar hasta la última gota de sangre por el retorno de quien creían su leal y valiente rey. El cinismo, la doblez y la cobardía del «rey deseado» todavía daría, en el futuro, innumerables muestras de su peculiar agradecimiento al pueblo español con la más abyecta y traicionera de las conductas.