Testigos excepcionales de su tiempo, Marx y Engels fueron periodistas natos. Sabían crear un estilo periodístico incisivo, culto y antisolemne, cuyo sarcasmo solía ser prácticamente demoledor para aquello o aquellos que eran objeto de sus críticas. Su realismo político en el análisis de los hechos es en ambos inflexible, no se permiten concesión alguna frente a la realidad. Se reproduce aquí una apretada selección de sus escritos periodísticos, considerando en lo fundamental aquellos que trataron directamente los movimientos revolucionarios de 1848.
Karl Marx & Friedrich Engels
Las revoluciones de 1848
Selección de artículos de la Nueva Gaceta Renana
ePub r1.0
Titivillus 10.10.16
Karl Marx & Friedrich Engels, 1850
Traducción: Wenceslao Roces
Prólogo: Alberto Cue
Editor digital: Titivillus
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KARL MARX (Tréveris, 1818 - Londres 1883). Pensador socialista y activista revolucionario de origen alemán. Procedía de una familia judía de clase media. Estudió en las universidades de Bonn, Berlín y Jena, doctorándose en Filosofía por esta última en 1841. Junto a Friedrich Engels, es el padre del socialismo científico, del comunismo moderno y del marxismo.
FRIEDRICH ENGELS (Barmen-Elberfeld, 1820 - Londres 1895). Nació en una familia burguesa, acomodada, y judía. Enviado a Inglaterra al frente de los negocios familiares, conoció las míseras condiciones de vida de los trabajadores de la primera potencia industrial del mundo. En 1844 se adhirió definitivamente al socialismo y entabló una duradera amistad con Marx.
PRÓLOGO
LOS MOVIMIENTOS DEMOCRÁTICOS DE 1848 EN EUROPA FUERON acontecimientos decisivos en la formación de las ideas sociopolíticas en Marx y Engels, así como en el desenvolvimiento de su teoría política, centrada en la revolución de la clase obrera. De hecho, estos acontecimientos, que abarcaron desde Italia hasta cerca de los Cárpatos, poniendo en jaque ya fuese el orden semifeudal de ciertos territorios o el orden francamente burgués y desarrollado, como en Francia, de toda Europa, casi sorprendieron a los autores del Manifiesto cuando este famoso escrito apenas comenzaba a circular entre unos pocos trabajadores exiliados en Londres. De pronto, se hacía necesario enfrentar el hecho de la revolución, poner a prueba su táctica y su verdad haciendo del llamado «partido comunista» algo más que una corriente ideológica mal definida. Así, la teoría de la revolución tenía que ser propagada, aplicada de distinta forma según las condiciones de lucha en lo político, en lo social y en lo económico. Era en sí una ardua tarea. El espectro de la revolución parecía extenderse hacia muchos puntos. Toda Francia, Prusia, Austria, Baviera, Sajonia y algunos Estados de la Confederación germánica; los territorios polacos ocupados por Prusia; Bohemia y Hungría, en su lucha contra el cetro austriaco; el norte de Italia (Lombardía), ocupado por los austriacos, así como el resto de los Estados italianos: reino de Cerdeña (Piamonte), los territorios papales y el reino de Nápoles. A todo esto, habíase esperado el inicio del movimiento en Inglaterra, o cuando menos en el conjunto de los países europeos más desarrollados.
Las fuerzas de la Santa Alianza, las monarquías, el papado, las clases reaccionarias ven, todos, levantarse las primeras filas de los insurrectos en París y Berlín, en Viena y Milán. El gran combate se escenificó en París, durante el mes de junio de 1848, entre las fuerzas de la burguesía y las del proletariado.
Pero ¿qué era entonces esa Europa que de pronto se puso en lucha contra sus monarquías? Era, en cierta forma, representativa de la época del Antiguo Régimen. Intentaremos un bosquejo general de esa Europa de mediados del siglo XIX abordando diversos aspectos de su desarrollo histórico, al analizar cuál era la situación económica y social en el campo; el avance económico y político en las ciudades y territorios; las corrientes del pensamiento sociopolítico y, en términos generales, la posición de Engels y Marx ante la crisis económico-política de 1847-1848; y, finalmente, los resultados políticos más importantes derivados de estos procesos.
En efecto, es una Europa predominantemente rural, y es la economía rural la que suministra la mayor parte de los medios de subsistencia. El avance tecnológico de la agricultura se halla notablemente avanzado, pero está en muchos puntos irregularmente distribuido. Es Europa occidental donde se encuentran los campos mejor cultivados; allí, la agricultura es más regular y la alimentación básica está mejor asegurada. Pero existe un elevado índice de crecimiento demográfico, hay que extender la superficie cultivada, y el mejor método para ello es la roturación. Así es como de Norfolk a Flandes, hasta las regiones prusianas y Bohemia, se multiplican los cultivos forrajeros, las praderas recién conquistadas, la rotación de cultivos sin barbecho, la cruza intensiva de ganado y el empleo de fertilizantes industriales. El periodo de 1815 a 1865 ve duplicarse la superficie cultivable, pues en esta época tiene lugar el punto culminante de la sobrepoblación europea y la utilización extensiva del suelo en el siglo XIX. Ahora bien, los sistemas de propiedad y explotación son extremadamente diversos. Existe ya un gran sector de pequeños propietarios, arrendatarios y colonos acomodados, sobre todo en Francia y los Países Bajos. Pero a su lado se erige aún la gran propiedad tanto en Francia como en Inglaterra, en España y en los territorios italianos. En Inglaterra el antiguo movimiento de los enclousers (sistema de cercados) y la subsecuente «revolución agraria» condujeron a un exorbitante acaparamiento de tierras, consolidando el régimen de los landlors: tan sólo en el periodo de 1843 a 1875 cuatro mil de ellos llegaron a poseer la mitad de los territorios agrícolas y ganaderos de su país. En el resto de Europa gran parte de la propiedad territorial permanece en manos de la nobleza terrateniente tradicional o de formación burguesa reciente, lo cual reduce a una difícil situación de subsistencia a las capas populares más extensas: jornaleros y agricultores sujetos a caducas servidumbres, aparceros, medieros y trabajadores agrícolas asalariados. Italia, ciertos cantones suizos y España, para no hablar de las regiones de Europa oriental, adolecen de las estructuras más arcaicas y gravosas, que someten al miserable pueblo al hambre y las enfermedades. En Alemania dos regímenes agrarios dividen los territorios rurales. Si bien la servidumbre de la gleba ha desaparecido formalmente en las regiones occidentales, meridionales y centrales, la Grundherrschaft resiste sin embargo al movimiento de liberación campesina, teóricamente otorgada mediante unas reformas que se han mantenido inaplicables en virtud de las antiguas trabas del endeudamiento personal y la sobreexplotación. Por otro lado, el sistema de la Guterherrschaft, más arcaico en apariencia, que domina al este del Elba, permite a la clase de los Junkers obtener algunas ventajas a partir de ciertas leyes de «regularización» promulgadas desde 1807, ya que les facilita el acaparamiento, concentración y explotación intensiva y extensiva de la tierra. La masa de los agricultores, si bien ha recibido libertad personal, ha evolucionado en distintos sentidos —ahora que puede llegar a ser propietaria y que con facilidad, también, puede dejar de serlo ante la voracidad de los más grandes—. En suma, si el campesino alemán no es ya un siervo, el complejo régimen de «feudalismo» envilecido y de capitalismo ávidamente explotador (el capitalismo de los «destiladores alemanes de aguardiente», como le llamara Marx), que sigue a un movimiento vacilante de reformas nunca del todo aplicadas, hace siempre de él un dependiente, sujeto a restricciones que impone la gran producción agrícola y, más tarde, la gran producción industrial a través de la agricultura. Éste es el subsuelo de lo que desde los clásicos de la economía hasta Marx se llamó el sector de la renta de la tierra, que formó, junto con el salario y la ganancia industrial, la llamada fórmula trinitaria. Pero hay que añadir algo más: el burgués advenedizo, haciéndose eco de ese símbolo de seguridad, de estabilidad y de respetabilidad, ve en el acaparamiento de la tierra un desenlace normal de su ascensión social. Esta situación refuerza no sólo un estado económico de cosas, sino también una situación política favorable para los gobiernos de la época: de este modo se mantiene el monopolio del poder local entre los grandes señores de la tierra, quienes se erigen a su vez como puntales del poder central autárquico.