Karl Marx y la tradición del pensamiento político occidental fue escrito en un momento crucial de la biografía intelectual de Arendt, y en él se perfila por primera vez la tesis fundamental de la autora de que la obra de Marx suponía la conclusión y cierre de la tradición de filosofía cuyo origen se remontaba a la obra de Platón. Con este escrito, inédito hasta fechas muy recientes, se proponía completar su obra Los orígenes del totalitarismo examinando en profundidad el marxismo como el único elemento ideológico que, a su parecer, conectaba la terrible novedad totalitaria con el cauce de la tradición de pensamiento político de Occidente. Por ello, nuestra edición incluye asimismo Reflexiones sobre la revolución húngara, escrito en la misma época. Este estudio sobre los acontecimientos revolucionarios en Hungría en 1956 se convirtió en el capítulo decimocuarto y último de la segunda edición norteamericana de Los orígenes del totalitarismo, pero este capítulo nunca fue incluido en las traducciones españolas de la obra.
La Arendt más libre y lúcida, más ecuánime y menos comprometida ideológicamente, se expresa con singular intensidad en estas páginas. Todo el que quiera comprender la evolución política del siglo XX y del presente no puede obviar la lectura de este libro.
Hannah Arendt
Karl Marx y la tradición del pensamiento político occidental
Seguido de reflexiones sobre la Revolución húngara
ePub r1.1
Titivillus 24.04.15
Título original: Karl Marx and the Tradition of Western Political Thought and Reflections on the Hungarian Revolution
Hannah Arendt, 2007
Traducción: Marina López & Agustín Serrano de Haro
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
PRESENTACIÓN
Los dos escritos de Arendt que se han reunido en este volumen tienen un origen editorial tan dispar como el que separa una selección de textos inéditos no publicada hasta el año 2002, de un ensayo que en su momento formó parte de la segunda edición en lengua inglesa de Los orígenes del totalitarismo. La proximidad en las fechas de composición —apenas un lustro de diferencia en la década de los cincuenta—, ciertas conexiones muy significativas entre los asuntos analizados en cada uno de los textos y el notable interés que ambos escritos conservan —también el compuesto al calor de la revolución aplastada en Hungría—, nos han parecido, sin embargo, justificación suficiente para su maridaje en esta peculiar edición española. La disparidad editorial en origen no es, por lo demás, tan marcada como a primera vista ha de parecer y bajo ella se ocultan asimismo claras líneas de continuidad.
Pues «Karl & Marx y la tradición del pensamiento político occidental» es el título que Arendt fue prefiriendo para el estudio en que ella se volcó inmediatamente a continuación de Los orígenes del totalitarismo y con la intención explícita de subsanar lo que entendía como «la laguna más seria» de la obra, a saber: la «falta de un análisis histórico y conceptual adecuado del trasfondo ideológico del bolchevismo»;
Los manuscritos de Arendt acerca de Marx y del marxismo que proceden de estos años de intenso trabajo y que custodia la Biblioteca del Congreso de Washington forman por sí solos un depósito específico de casi mil páginas de muy distinta condición.
A modo de anticipo de la prevista publicación íntegra de estos materiales, Jerome Kohn dio a conocer en 2002 y en la revista Social Research una selección significativa de ellos, que es la que aquí se ha traducido al castellano. Articulada en dos secciones: «El hilo roto de la tradición» y «El desafío moderno a la tradición», la vivísima sucesión de grandes asuntos da una idea cabal de las líneas maestras del pensamiento de Arendt in statu nascendi y en su poderoso entrecruzamiento. Se parte de la apariencia de que el marxismo como la ideología oficial de una superpotencia mundial habría situado a la filosofía, en la segunda posguerra del siglo XX, en una situación nunca antes conocida: Marx habría logrado «a título póstumo» hacer realidad «el sueño platónico» de someter la abrupta realidad política a dogmas estrictos del pensar filosófico. Claro que las rupturas de los movimientos políticos y sindicales decimonónicos respecto del pensamiento marxiano original, las de Lenin respecto de aquéllos, y finalmente las del estalinismo totalitario respecto del leninismo, imponen más bien la sorprendente conclusión de que «la línea que va de Aristóteles a Marx muestra a la vez menos rupturas y mucho menos decisivas que la línea que va de Marx a Stalin». De este modo, la cara del pensamiento marxista que mira hacia el totalitarismo soviético, aun siendo en sí misma relevante pues no existe ningún análogo de esta situación a propósito del totalitarismo nazi —tesis habitual de Arendt—, es menos significativa que la cara por la que el pensamiento marxista cierra el gran ciclo de la tradición de pensamiento político occidental, la tradición platónico-aristotélica y medieval-moderna.
Claro que, en realidad —habría que matizar de nuevo—, fue la Revolución industrial, y sólo en segundo lugar las Revoluciones políticas norteamericana y francesa, las que cambiaron de tal modo el paisaje de la coexistencia social y política en Occidente, que Marx emerge más bien como el gran pensador que toma nota de las mutaciones ocurridas y trata de hacerse cargo de su extraordinario alcance. La emancipación, ya en proceso, de la clase trabajadora en el seno de una sociedad igualitaria en la que todos los seres humanos son (sólo) laborantes-consumidores está a la base de la glorificación marxiana de la labor, y con ella a la base de la exaltación de la necesidad como fuente y motor de la libertad. Lo no planteable en el marco de la tradición, ya que en ella la labor física equivalía a la nuda compulsión, es decir a la forzosidad natural apolítica, es decir a la esclavitud, ha venido a ocurrir, y Marx se esfuerza en pensar esta novedad inaudita de la liberación de la labor —ya no el librarse de ella (en alguna medida) como precondición de la ciudadanía, sino, al contrario, el liberarla a ella como realización de la desnuda humanidad—. Pero Marx afronta el desafío a la tradición justamente con las categorías de la propia tradición, que, aun invertidas, reconvertidas o subvertidas, siguen siendo las mismas y provocan entonces esas formidables paradojas de que el fin anhelado de la Historia consista en acabar con la Historia, el de la violencia en instaurar la paz y el de la labor organizada en crear una sociedad de laborantes desocupados.
Basta quizá este somero e imposible resumen para hacerse una idea introductoria del poderoso aliento y notable intensidad que desprenden estos esbozos. La «larga duración» histórica pasa aquí, a la vez, a través de ciertas encrucijadas cruciales y se nutre de acontecimientos singulares imprevisibles. Y así, la propia continuidad de la tradición no alcanza nunca una compacidad completa (al uso y abuso posmoderno), una solidez segura que permita subsumir en ella, sin resto, los hitos que la jalonan y las tensiones que la constituyen. Los esbozos pero de una gran pensadora rezuman justamente pensamiento.
«Reflexiones sobre la Revolución húngara» apareció, en cambio, en febrero de 1958 en el Journal of Politics (XX/1), poco más de un año después de los extraordinarios acontecimientos del otoño de 1956 en Hungría. El escrito analizaba la génesis, el desarrollo y el sentido de la efímera revolución, al propio tiempo que honraba con indisimulada y vibrante admiración a los protagonistas de aquellas jornadas: el pueblo húngaro. En su primera forma, el ensayo de Arendt llevaba más bien por título completo «Imperialismo totalitario: Reflexiones sobre la Revolución húngara», y en este mismo año de 1958 vio ya la luz una traducción alemana, utilizada para una emisión radiofónica en Baviera y que corregía y ampliaba la versión inglesa. Pero, andando el año, el escrito, de nuevo ampliado, repensado y reelaborado, se incorporó a la segunda edición norteamericana e inglesa de