La devastadora crítica que hace Karl Marx al capitalismo y su propuesta del comunismo como respuesta a los fallos del sistema capitalista, produjeron sus mayores frutos en el siglo XX con la formación del Estado comunista de la Unión Soviética. Esta gran aventura ha fracasado casi por entero. No obstante, la fuerza de la fe comunista ofreció a incontables muchedumbres la expectativa de «justicia en esta tierra», y las críticas de Marx han influido en generaciones de pensadores que se han llamado a sí mismos marxistas.
En Marx en 90 Minutos, Paul Strathern presenta un repaso conciso y experto de la vida e ideas de Marx, y explica su influencia en la lucha del hombre por comprender su existencia en el mundo.
El libro incluye una selección de escritos de Marx, una breve lista de lecturas sugeridas para aquellos que deseen profundizar en su pensamiento, y cronologías que sitúan a Marx en su época y en una sinopsis más amplia de la filosofía.
Paul Strathern
Marx en 90 minutos
Filósofos en 90 minutos - 14
ePub r1.0
Titivillus 18.11.15
Título original: Marx in 90 minutes
Paul Strathern, 2001
Traducción: José A. Padilla Villate
Retoque de cubierta: Piolin
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
Epílogo
La gran aventura de Marx —el comunismo— se encuentra ahora poco menos que en completa quiebra, pero no debiera olvidarse la fuerza de sus creencias. Las ideas de Marx abrieron la expectativa de «justicia en esta tierra» a incontables muchedumbres que nunca habían soñado que algo así pudiera un día suceder. Ideas casi marxistas fueron abrazadas, al menos durante un tiempo, por luminarias del siglo XX tales como Einstein, Bertrand Russell, Wittgenstein, Tolstoi, Gandhi y Nelson Mandela. Son muchos los que afirman ahora que sus ideas tienen escasa relevancia en la época contemporánea. Se dice que su crítica es aplicable solamente a la economía del siglo XIX que él analizó (y no siempre correctamente). Pero el cuadro más amplio ha cambiado, y continúa cambiando, en línea con su argumento clave. La filosofía no es una isla encerrada en sí misma, sino que tiene lugar dentro de una sociedad que se mueve por cauces económicos. ¿Para quién es la economía? ¿Cómo pueden ser mejor distribuidos sus beneficios de manera justa? Esta preguntas siguen siendo bastante pertinentes. Estamos empezando un siglo en el que la división entre el primer y el tercer mundo continúa agrandándose, en el que, incluso en el primer mundo, la división entre ricos y pobres crece desordenadamente. Y no es únicamente la riqueza lo que necesita ser racionado más adecuadamente en un mundo en que los propios recursos se están acercando a sus límites.
Marx buscó controlar el mercado. El libre mercado ha sobrevivido y seguirá sobreviviendo, porque no sólo ha aprendido a evolucionar sino también a controlarse a sí mismo. Ésta es la razón por la cual la economía, con todos sus fallos y pretensiones, se hace cada vez más vital para nuestra supervivencia. Las personas que hicieron detenerse Seattle durante el primer encuentro del nuevo milenio de la Organización Mundial del Comercio no fueron en su mayoría extremistas marxistas ni norteamericanos pobres. Independientemente de su comportamiento, o de las ideas rudimentarias que expresaron, lo que les movió fue un sentido de la justicia. Otros, impotentes y menos afortunados que quienes protestaban, estaban siendo maltratados. Como Marx mostró a su manera, si desconocemos este hecho será a nuestro riesgo.
Introducción
En 1848; el año en que Karl Marx publicó el primer Manifiesto Comunista, ocurrieron disturbios revolucionarios por toda Europa desde Sicilia hasta Varsovia. En París, la rebelión produjo la caída de la monarquía de Orléans; en Viena, el reaccionario y represor canciller Metternich se vio obligado a huir disfrazado; «como un criminal». Francia y el Imperio Austro-húngaro eran las dos mayores potencias del continente. Europa parecía estar al borde de un abismo. Pero las fuerzas de la reacción ganaron finalmente la partida y su desquite fue aterrador. Fue típica la escena de Dresde descrita por Clara Schumann (esposa del compositor):
«Fusilaron a todo insurgente que caía en sus manos; la dueña de nuestro albergue nos dijo después que su hermano, propietario de “El ciervo de Oro”, de la calle Scheffel, fue obligado a estar presente y mirar cuando los soldados fusilaron uno tras otro a veintiséis estudiantes que encontraron en una sala del local. Se dice que arrojaron hombres a la calle por docenas desde el tercer piso y el cuarto. ¡Es horrible tener que soportar estas cosas! ¡Así es como tienen que luchar los hombres por un poquito de libertad! ¿Cuándo llegará el momento en que todos los hombres tengan los mismos derechos?».
La respuesta que propuso Marx fue el comunismo. La experiencia del siglo XX nos ha enseñado en términos nada inciertos que no funciona. Y, sin embargo, siguen sin respuesta varias de las más perspicaces críticas de Marx al capitalismo; siguen presentes las demandas —urgentes y cruciales en su época— de justicia social que él planteó. La existencia del lujo al lado de una indigencia implacable que puede observarse hoy en Bombay y San Paulo resultaría del todo familiar al Marx que deambulara por las calles del Londres de Dickens. Hasta en los centros neurálgicos de la afluencia del siglo XXI creada por el capitalismo son todavía evidentes sus «contradicciones» en los guetos urbanos de Nueva York y Los Ángeles, en los desiertos económicos del nordeste de Inglaterra y en los barrios bajos de Nápoles. El capitalismo ha llegado a ser la historia mundial de un éxito, pero a un precio. Este precio empezó a ser insoportable en tiempos de Marx.
Vida y obras de Marx
Karl Marx nació el 5 de mayo de 1818 en la provinciana ciudad alemana de Tréveris, situada a sólo unos diez kilómetros de la frontera luxemburguesa; sobre el río Mosela, famoso por los viñedos de sus riberas. Su proximidad a la frontera y su amor por el vino hacen de Tréveris un lugar placentero y cosmopolita; rasgos que habían de ejercer una influencia importante en Marx.
Igual que tantos ardientes revolucionarios; Marx se crio en un confortable entorno burgués. Su padre, Hirschel, fue un prestigioso abogado local propietario de un par de pequeños viñedos, y uno de sus tíos participó en la fundación de Philips, el gigante industrial holandés. Hirschel Marx no fue un hombre religioso, a pesar de que descendía de un linaje de rabinos. Se convirtió al cristianismo, igual que muchos judíos alemanes de la época —como el compositor Félix Mendelssohn y el poeta Heinrich Heine—. En gran medida no era más que un formalismo que le permitía asimilarse con mayor facilidad a la sociedad de la clase media alemana. Hirschel (que ahora pasó a llamarse Heinrich) Marx ya había abrazado con entusiasmo la cultura europea. Sus autores favoritos eran Kant y Voltaire, una mezcla característica de la profundidad alemana y el ingenio subversivo francés. Alemania se encontraba inmersa en el proceso de convertirse en un Estado-nación unificado; Renania había sido tomada por Prusia en 1815. A los ojos de las gentes más liberales de la provincia los nuevos gobernantes prusianos eran autócratas opresores. El padre de Karl se adhirió a un club político que instaba al Estado prusiano a adoptar una constitución que consagrara los derechos de los ciudadanos.
Han llegado hasta nosotros pocos detalles de la infancia de Marx, aparte de su costumbre de hacer comer a sus hermanas tartas de barro. Suena como la típica leyenda basada en un único incidente: chicas que lloran con los labios llenos de barro, madre escandalizada, Karl escondido, etc. Ni que decir tiene que los comentaristas han explotado al máximo sus implicaciones metafóricas: esto es lo que el Marx adulto nos hizo a todos, y así sucesivamente. Para cuando accedió a la Universidad de Bonn, a la edad de dieciocho años, Karl era ya un ávido consumidor de libros y de vino que repartía equitativamente su tiempo entre la biblioteca y las tabernas. Durante cierto alboroto en una de éstas, se comportó de tal modo que provocó a un cadete local a que le retara a duelo, pero tuvo la bastante suerte para emerger de este episodio sin nada más serio que la tradicional cicatriz. Karl no tuvo nunca un tipo atlético, e incluso pudo eludir el servicio militar por razones de salud (con la ayuda del informe algo sospechoso de un doctor).
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