Un libro imprescindible, escrito en primera persona por uno de los testigos de excepción de los acontecimientos más trascendentales de la primera mitad del siglo XX, la autobiografía de Trotsky constituye una verdadera recuperación de este gran icono de la historia contemporánea, opositor del régimen zarista y dirigente de los primeros bolcheviques, cuyo enfrentamiento con Stalin provocaría su exilio y posterior asesinato a manos de Ramón Mercader.
Leon Trotsky
Mi vida
Memorias de un revolucionario permanente
ePub r1.0
Titivillus 02.08.15
Título original: Moya Zihizn
Leon Trotsky, 1930
Traducción: Wenceslao Roces
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
Para ofrecer al lector garantías de autenticidad,
en una obra de la importancia de ésta,
hubo de hacerse la versión sobre el texto alemán,
revisado por el autor.
Damos las gracias a Frau Alejandra Ramm,
traductora al alemán del original ruso,
que desinteresadamente puso su trabajo
a nuestra disposición.
Prólogo
Puede que nunca hayan abundado tanto como hoy los libros de Memorias. ¡Es que hay mucho que contar! El interés que despierta la historia del día se hace más apasionado cuanto más dramática y más accidentada es la época en que se vive. En los desiertos del Sahara no pudo nacer la pintura paisajista. Nos hallamos en un momento de transición entre dos épocas, y es natural que sintamos la necesidad de mirar a un ayer, que, con serlo, queda ya tan lejano, con los ojos de quienes lo vivieron activa y afanosamente. Tal es, a nuestro parecer, la causa del gran auge que ha tomado, desde la guerra para acá, la literatura autobiográfica. Y en ello puede residir también, acaso, la justificación del presente libro.
Ya el mero hecho de que pueda publicarse obedece a una pausa en la vida política activa de su autor. En el proceso de mi vida, Constantinopla representa una etapa imprevista, aunque nada casual. Acampado en el vivac —y no es éste el primer alto en mí camino— espero sin prisa lo que ha de venir. La vida de un revolucionario sería inconcebible sin una cierta dosis de «fatalismo». De cualquier modo, ningún momento mejor que este entreacto de Constantinopla para volver la vista sobre lo andado, entretanto que las circunstancias nos permiten reanudar la marcha interrumpida.
Mi primera idea fue limitarme a trazar, rápidamente, unos cuantos esbozos autobiográficos, que vieron la luz en los periódicos. Advertiré que, desde mi retiro, no me ha sido posible vigilar la forma en que esos ensayos llegasen a manos del lector. Mas, como todo trabajo tiene su lógica, cuando los artículos periodísticos iban tocando a su fin, era cabalmente cuando yo empezaba a ahondar en el tema. En vista de ello, decidí escribir un libro, acometiendo de nuevo el trabajo sobre una escala mucho mayor. Los primitivos artículos publicados en los periódicos y el presente libro de Memorias, no guardan más afinidad que la del tema. Fuera de esto, tratase de obras perfectamente distintas.
Me he detenido especialmente en el segundo período de la revolución de los Soviets, que se inicia con la enfermedad de Lenin y el comienzo de la campaña contra el «trotskismo». La lucha entablada por los epígonos en tomo al poder, no tiene, como pretendo demostrar aquí, un carácter puramente personal, sino que revela una fase política: la reacción contra el movimiento de Octubre y los primeros síntomas del giro termidoriano. Y así surge, casi espontáneamente, la pregunta que tantas veces he escuchado:
—Pero ¿cómo se las arregló usted para perder el Poder?
La autobiografía de un político revolucionario tiene por fuerza que tocar una serie de problemas teóricos, relacionados unos con la evolución social de su país, y otros con la marcha de la humanidad, y muy especialmente con esos períodos críticos a que damos el nombre de revoluciones.
Como se comprende, estas páginas no eran el lugar más adecuado para ahondar en problemas teóricos tan complejos. La llamada teoría de la revolución permanente, que tanta influencia ha tenido en mi vida, y que está cobrando un interés tan grande en la Actualidad para los países orientales, resuena a lo largo de las páginas de este libro como un remoto leitmotiv. El lector a quien esto no baste confórmese con saber que el análisis detenido del problema de la revolución será objeto de otra obra, en la cual trataré de deducir y exponer las experiencias teóricas más importantes de estos últimos decenios.
Por estas páginas desfilarán buen golpe de personajes enfocados con una iluminación un poco distinta de aquélla en que a los propios interesados hubiera placido ver a su persona o a su partido.
Y así, es natural que más de uno tache mis Memorias de poco objetivas. Ha bastado que los periódicos publicasen algunos fragmentos de esta obra, para que empezasen a sonar las protestas y refutaciones. Era inevitable. Un libro autobiográfico como éste, aunque el autor hubiera conseguido hacer de él —y no se lo propuso, ni mucho menos— un frío daguerrotipo de su vida, no podía menos de despertar, al publicarse ahora, un eco de aquellas polémicas que acompañaron en vivo a las colisiones en él relatadas. Pero estas Memorias no son una fotografía inanimada de mi vida, sino un trozo de ella. En sus páginas, el autor sigue librando el combate que llena su existencia.
La exposición es análisis y es crítica; el relato es a la par defensa y ataque, y más éste que aquélla.
Creo sinceramente que es la única manera de imprimir a una biografía una elevada objetividad; es decir, de darle una fisonomía en la que vivan los rasgos de una persona y de una época.
La objetividad no consiste en esa fingida imparcialidad e indiferencia con que una hipocresía averiada trata al amigo y al adversario, procurando sugerir solapadamente al lector lo que sería incorrecto decirle a la cara. De esta mentira y de esta celada convencional —que no otra cosa son— yo no pienso servirme. Ya que me he sometido a la necesidad de hablar de mí mismo —hasta hoy no sé que nadie haya conseguido escribir una autobiografía sin hablar de su persona—, no tengo por qué ocultar mis simpatías y mis antipatías, mis amores mis odios.
He escrito un libro polémico. En él se refleja la dinámica de una sociedad cimentada toda ella sobre antagonismos y contradicciones. El estudiante que se insolente con su profesor; los aguijones de la envidia escondidos entre las zalemas de los salones; en el comercio, una rabiosa competencia, y como en el comercio en la técnica, en la ciencia, en el arte, en el deporte; choques parlamentarios bajo los que palpitan hondos conflictos de intereses; la furiosa guerra diaria de la Prensa; huelgas obreras; manifestantes ametrallados en las calles, maletas cargadas de gases asfixiantes con que se obsequian mutuamente por los aires las naciones civilizadas; las lenguas de fuego de las guerras civiles, que no dejan de azotar un instante la superficie de nuestro planeta: he ahí otras tantas formas y modalidades de «polémica» social, que van desde lo cotidiano, normal, consuetudinario, y a fuerza de serlo, pese a su intensidad, casi imperceptible, hasta ese grado: monstruoso, explosivo, volcánico de polémica que culmina en las guerras y las revoluciones. Es la imagen de nuestra época. De la época con la que nos criamos, en la que respiramos y vivimos.