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Leon Trotsky - Entre el imperialismo y la revolución

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Leon Trotsky Entre el imperialismo y la revolución
  • Libro:
    Entre el imperialismo y la revolución
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1922
  • Índice:
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Entre el imperialismo y la revolución: resumen, descripción y anotación

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Escrito coyuntural de Trotsky, de 1922, sobre la reacción internacional, así como la de algunos miembros de la II Internacional, a la entrada del ejército rojo en Georgia.

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I. Leyenda y Realidad

¿Cómo es posible que los mencheviques derrocados del poder representen el destino de Georgia? Se ha formado en torno a ese país una leyenda destinada a impresionar a los pusilánimes, que no faltan.

Por su libre albedrío, el pueblo georgiano decidió separarse amigablemente de Rusia. Así empieza la leyenda. Esta decisión, el pueblo georgiano la expresó en una votación democrática. Al mismo tiempo, inscribió en su bandera un programa de la más absoluta neutralidad en las relaciones internacionales. Ni en pensamiento ni en acción, Georgia se inmiscuiría en la guerra civil rusa. Ni los imperios centrales, ni la Entente la desviarían de la vía de la neutralidad. Su divisa era: vive como quieras y deja a los demás en paz. Cuando supieron la existencia de esa bendita tierra, algunos viejos peregrinos (Vandervelde, Renaudel, Mrs. Snowden) tomaron, inmediatamente, billetes directos para Georgia. Encorvado bajo el peso de los años y de la sagacidad, el venerable Kautsky no tardó en seguirlos. Semejantes a los primeros apóstoles, conversaron en lenguas que no conocían y tuvieron visiones que, inmediatamente, relataban en artículos y libros. De regreso de Tiflis a Viena, Kautsky no cesó de cantar el Nunc dimittis

Pero los buenos pastores no habían tenido aún tiempo de llevar a sus ovejas la buena nueva, cuando se produjo una cosa horrible: sin motivo alguno, la Rusia soviética lanzó su ejército sobre la Georgia democrática, que prosperaba dentro de una neutralidad pacífica, y aplastó despiadadamente la República democrática, objeto del amor de las masas populares. En este desenfrenado imperialismo del poder soviético y, en particular, en sus celos por los éxitos democráticos de los mencheviques georgianos es donde hay que buscar la razón de esta monstruosa perversidad. Aquí, en resumidas cuentas, termina la leyenda. A continuación siguen las profecías apocalípticas sobre la inevitable caída de los bolcheviques y la restauración de los mencheviques en su primer esplendor.

Kautsky ha consagrado su opúsculo edificante a la demostración de la verdad de esa leyenda. Sobre esa leyenda están también basadas las resoluciones de la II Internacional sobre Georgia, los artículos del Times, los discursos de Vandervelde, las confesadas simpatías de la reina de Bélgica y los escritos de los Hervé y de los Merrhelm. Y si aún no ha sido publicada una encíclica papal sobre el particular, hay que atribuirlo únicamente al prematuro fin de Benedicto XV. Esperamos que su sucesor llene esa laguna.

Por tanto, lo mismo que muchas otras, la leyenda sobre Georgia no está desposeída de poesía: se aparta, como todas las leyendas, de la realidad. O para hablar con más precisión, esta leyenda no es más que una mentira desde el principio hasta el fin producto no de la imaginación popular, sino de la prensa capitalista, que ha fabricado todas sus piezas. La mentira es solamente una mentira: he aquí la base de la furiosa campaña antisoviética en la que los líderes de la II Internacional juegan el papel dominante. Es precisamente esto lo que nosotros vamos a tratar de demostrar.

* * *

La existencia de Georgia fue revelada a M. Henderson por Mrs. Snowden, puesto que ella misma había visto a Jordan y a Tseretelli trabajando cuando realizó su viaje de estudios a Batum y a Tiflis. En cuanto a nosotros se refiere, hemos conocido a esos señores mucho antes de su dictadura sobre la Georgia democrática e independiente, en la que ellos, por otra parte, nunca habían pensado; los hemos conocido como políticos rusos en Petrogrado y Moscú. Tchkeidze estuvo a la cabeza del Soviet de Petrogrado; después, del Comité Ejecutivo Central de los Soviets durante la época de Kerenski, cuando los socialistas revolucionarios y los mencheviques dirigían los soviets. Tseretelli fue ministro del gobierno de Kerenski, él fue el inspirador de la política de conciliación.

Con Dan y otros, Tchkeidze servía de intermediario entre el soviet menchevique y el gobierno de coalición. Gueguetchkori y Tchkenkeli cumplieron misiones de confianza del gobierno provisional, Tchkenkeli fue nombrado Comisario general para la Transcaucasia.

La posición adoptada por los mencheviques era, en sustancia, la siguiente: la revolución debía conservar su carácter burgués y, por consiguiente, tenía que ser dirigida por la burguesía; la coalición de los socialistas con la burguesía debía tener por objetivo acostumbrar a las masas populares a la dominación de la burguesía; la aspiración del proletariado a conquistar el poder era nefasto para la revolución; era preciso declarar una guerra a muerte contra los bolcheviques. Como ideólogos de la república burguesa, Tchkeidze y Tseretelli, lo mismo que sus adeptos, defendían abiertamente la unidad y la indivisibilidad de la República dentro de los límites del antiguo Imperio zarista. Las pretensiones de Finlandia a la ampliación de su autonomía, las reivindicaciones análogas de la democracia nacional ucraniana fueron encarnizadamente combatidas por Tseretelli y Tchkeidze. En el Congreso de los Soviets, Tchkenkeli rechazó con encarnizamiento las tendencias separatistas de algunas regiones de la periferia, a pesar de que en ese tiempo la misma Finlandia no reclamaba la autonomía completa.

Para reprimir esas tendencias autonomistas, Tchkeidze y Tseretelli organizaron una fuerza armada especial. Y la hubieran empleado si la historia les hubiese dado tiempo.

Pero, sobre todo, consagraron sus fuerzas a la lucha contra los bolcheviques.

Seguramente la historia no conoce otra campaña de saña, de odio y difamación análoga a la que fue desencadenada contra nosotros durante el periodo de Kerenski. En todos sus artículos y epígrafes, en prosa y en verso, con la palabra y con caricaturas, los periódicos de todos los matices y de todas las tendencias vilipendiaron, anatemizaron y calumniaron a los bolcheviques. No hubo infamia que no nos fuese atribuida a todos en general y a cada uno de nosotros en particular. Cuando parecía que la campaña había alcanzado su punto culminante, un acontecimiento cualquiera, a veces una menudencia, daba a la campaña nuevas energías y continuaba con un redoblado furor. La burguesía sentía sobre sí un peligro mortal. Su aterrorizada locura se expresaba en una estúpida rabia. Como siempre, los mencheviques reflejaban el estado de ánimo de la burguesía.

Cuando la campaña era más fuerte, M. Henderson visitó al gobierno provisional y se consoló al comprobar que sir Buchanan representaba con dignidad y éxito el ideal de la democracia británica cerca de la democracia de Kerenski-Tseretelli.

La policía y el contraespionaje zaristas, que por temor a dar un paso en falso estaban inactivos temporalmente, se deshacían queriendo probar su fidelidad a los nuevos amos. Todos los partidos de la sociedad selecta les mostraban lo que debía ser objeto de su atención: los bolcheviques. Fábulas estúpidas sobre nuestro contacto con el Estado Mayor de los Hohenzollern; fábulas en las que, en realidad, nadie creía, salvo, puede ser, los espías de bajo jaez y los comerciantes moscovitas. Fábulas elaboradas, desorbitadas y desarrolladas en todos los tonos. Mejor que nadie, los líderes de los mencheviques sabían lo que valían esas acusaciones, pero que Tseretelli y su pandilla, por motivos políticos, juzgaban útil sostener. Tseretelli daba el tono, y por todas partes los contrarrevolucionarios de las bandas negras lo apoyaban con sus ladridos. Se acusaba formalmente al Partido Comunista de traicionar al Estado, de estar al servicio del militarismo alemán. La chusma burguesa, dirigida por los oficiales patrioteros, saquea nuestras imprentas y quioscos, Kerenski recoge nuestros periódicos, miles de comunistas son detenidos en Petrogrado y en todos los puntos del país.

Los mencheviques y sus aliados, los socialrevolucionarios, habían recibido el poder de manos de los obreros y soldados, pero ellos sintieron en seguida que les faltaría la base. Y lo que querían era hacer contrapeso a los soviets de obreros y soldados ayudando a los elementos pequeñoburgueses y a la burguesía indígena a organizarse políticamente por medio de municipalidades y de

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