Leon Trotsky - Historia de la Revolución Rusa
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- Libro:Historia de la Revolución Rusa
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- Editor:ePubLibre
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- Año:1932
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Historia de la Revolución Rusa: resumen, descripción y anotación
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LEON TROTSKY (Lev Davidovich Bronstein; Yanovka, Ucrania, 1877 - Coyoacán, México, 1940). Revolucionario ruso. Nació en una familia judía de labradores propietarios y estudió Derecho en la Universidad de Odessa. Participó desde joven en la oposición clandestina contra el régimen autocrático de los zares, organizando una Liga Obrera del Sur de Rusia (1897).
Fue detenido varias veces y desterrado a Siberia; pero consiguió huir de allí en 1902 y se unió en Londres al que ya aparecía como jefe de la oposición socialdemócrata en el exilio: Lenin. Aunque discrepaba de su concepción autoritaria del partido, colaboró con él e intentó en vano reconciliar a la facción que dirigía (los bolcheviques) con la facción rival de la socialdemocracia rusa (los mencheviques).
Regresó a Rusia para participar en la Revolución de 1905 (en la cual organizó el primer sóviet o consejo revolucionario). Al fracasar la revolución, fue deportado otra vez a Siberia y nuevamente se escapó (1906). Tras recorrer medio mundo entrando en contacto con los focos de conspiradores revolucionarios, se trasladó a Rusia en cuanto estalló la Revolución de febrero de 1917, que derrocó a Nicolás II.
Abandonando su trayectoria anterior de socialista independiente (en relación con los mencheviques), puso su talento de organizador y de agitador al servicio del Partido Bolchevique y fue elegido presidente del Sóviet de Petrogrado. Desempeñó un papel central en la conquista del poder por Lenin: fue el principal responsable de la toma del Palacio de Invierno por los bolcheviques, que instauró el régimen comunista en Rusia (Revolución de octubre de 1917).
Aunque Lenin ocupó la cúspide del poder, Trotski desempeñó un papel crucial en el gobierno soviético hasta la muerte de aquél. Como primer comisario de Asuntos Exteriores de la Rusia bolchevique (1917-18), negoció con los alemanes la Paz de Brest-Litovsk, que retiró al país de la Primera Guerra Mundial para responder a los deseos de paz de las masas y concentrarse en la consolidación de la Revolución. Luego fue comisario de Guerra (1918-25), cargo desde el cual organizó el Ejército Rojo en condiciones muy difíciles y derrotó en una larga guerra civil a los llamados ejércitos blancos (contrarrevolucionarios) y a sus aliados occidentales (1918-20). Su labor fue, por tanto, crucial para la supervivencia del primer Estado comunista del mundo.
Lenin le señaló como su sucesor antes de morir en 1924; pero la ambición de Stalin, que contaba con fuertes apoyos en el aparato del partido, le impidió acceder al poder. Trotski defendía la idea de la «revolución permanente» como vía de realización de los ideales marxista-leninistas (extendiendo gradualmente la Revolución a Alemania y a otros países); mientras que Stalin le opuso la concepción más conservadora de consolidar el «socialismo en un solo país». Las diferencias ideológicas, sin embargo, eran poco más que un pretexto para Stalin, que maniobró hábilmente en busca de aliados y después se deshizo de ellos (incluso físicamente); con estas maniobras consiguió apartar a Trotski de la dirección en 1925, expulsarle del partido en 1927, deportarle a Kazajistán en 1928 y desterrarle del país en 1929.
Trotski no cejó en su lucha revolucionaria, que canalizó desde el exilio escribiendo en defensa de sus ideas (obras como La revolución permanente, 1930; o la Historia de la Revolución Rusa, 1932) y encabezando una corriente comunista disidente (agrupada en la Cuarta Internacional desde 1938). Stalin le hizo asesinar por un agente soviético (Ramón Mercader).
Las características del desarrollo de Rusia
El rasgo fundamental y más constante de la historia de Rusia es el carácter rezagado de su desarrollo, con el atraso económico, el primitivismo de las formas sociales y el bajo nivel de cultura que son su obligada consecuencia.
La población de aquellas estepas gigantescas, abiertas a los vientos inclementes del Oriente y a los invasores asiáticos, nació condenada por la naturaleza misma a un gran rezagamiento. La lucha con los pueblos nómadas se prolonga hasta finales del siglo XVII. La lucha con los vientos que arrastran en invierno los hielos y en verano la sequía aún se sigue librando hoy en día. La agricultura —base de todo el desarrollo del país— progresaba de un modo extensivo: en el norte eran talados y quemados los bosques, en el sur se roturaban las estepas vírgenes; Rusia fue tomando posesión de la naturaleza no en profundidad, sino en extensión.
Mientras que los pueblos bárbaros de Occidente se instalaban sobre las ruinas de la cultura romana, muchas de cuyas viejas piedras pudieron utilizar como material de construcción, los eslavos de Oriente se encontraron en aquellas inhóspitas latitudes de la estepa huérfanos de toda herencia: sus antecesores vivían en un nivel todavía más bajo que el suyo. Los pueblos de la Europa occidental, encerrados en seguida dentro de sus fronteras naturales, crearon los núcleos económicos y de cultura de las sociedades industriales. La población de la llanura oriental, tan pronto vio asomar los primeros signos de penuria, penetró en los bosques o se fue a las estepas. En Occidente, los elementos más emprendedores y de mayor iniciativa de la población campesina vinieron a la ciudad, se convirtieron en artesanos, en comerciantes. Algunos de los elementos activos y audaces de Oriente se dedicaron también al comercio, pero la mayoría se convirtieron en cosacos, en colonizadores. El proceso de diferenciación social tan intensivo en Occidente, en Oriente veíase contenido y esfumado por el proceso de expansión. «El zar de los moscovitas, aunque cristiano, reina sobre gente de inteligencia perezosa», escribía Vico, contemporáneo de Pedro I. Aquella «inteligencia perezosa» de los moscovitas reflejaba la lentitud del ritmo económico, la vaguedad informe de las relaciones de clase, la indigencia de la historia interior.
Las antiguas civilizaciones de Egipto, India y la China tenían características propias que se bastaban a sí mismas y disponían de tiempo suficiente para llevar sus relaciones sociales, a pesar del bajo nivel de sus fuerzas productivas, casi hasta esa misma minuciosa perfección que daban a sus productos los artesanos de dichos países. Rusia hallábase enclavada entre Europa y Asia, no sólo geográficamente, sino también desde un punto de vista social e histórico. Se diferenciaba en la Europa occidental, sin confundirse tampoco con el Oriente asiático, aunque se acercase a uno u otro continente en los distintos momentos de su historia, en uno u otro respecto. El Oriente aportó el yugo tártaro, elemento importantísimo en la formación y estructura del Estado ruso. El Occidente era un enemigo mucho más temible; pero al mismo tiempo un maestro. Rusia no podía asimilarse a las formas de Oriente, compelida como se hallaba a plegarse constantemente a la presión económica y militar de Occidente. La existencia en Rusia de un régimen feudal, negada por los historiadores tradicionales, puede considerarse hoy indiscutiblemente demostrada por las modernas investigaciones. Es más: los elementos fundamentales del feudalismo ruso eran los mismos que los de Occidente. Pero el solo hecho de que la existencia en Rusia de una época feudal haya tenido que demostrarse mediante largas polémicas científicas, es ya claro indicio del carácter imperfecto del feudalismo ruso, de sus formas indefinidas, de la pobreza de sus monumentos culturales.
Los países atrasados se asimilan las conquistas materiales e ideológicas de las naciones avanzadas. Pero esto no significa que sigan a estas últimas servilmente, reproduciendo todas las etapas de su pasado. La teoría de la reiteración de los ciclos históricos —procedente de Vico y sus secuaces— se apoya en la observación de los ciclos de las viejas culturas precapitalistas y, en parte también, en las primeras experiencias del capitalismo. El carácter provincial y episódico de todo el proceso hacía que, efectivamente, se repitiesen hasta cierto punto las distintas fases de cultura en los nuevos núcleos humanos. Sin embargo, el capitalismo implica la superación de estas condiciones. El capitalismo prepara y, hasta cierto punto, realiza la universalidad y permanencia en la evolución de la humanidad. Con esto se excluye ya la posibilidad de que se repitan las formas evolutivas en las distintas naciones. Obligado a seguir a los países avanzados, el país atrasado no se ajusta en su desarrollo a la concatenación de las etapas sucesivas. El privilegio de los países históricamente rezagados —que lo es realmente— está en poder asimilarse las cosas o, mejor dicho, en obligarse a asimilárselas antes del plazo previsto, saltando por alto toda una serie de etapas intermedias. Los salvajes pasan de la flecha al fusil de golpe, sin recorrer la senda que separa en el pasado esas dos armas. Los colonizadores europeos de América no tuvieron necesidad de volver a empezar la historia por el principio. Si Alemania o los Estados Unidos pudieron dejar atrás económicamente a Inglaterra fue, precisamente, porque ambos países venían rezagados en la marcha del capitalismo. Y la anarquía conservadora que hoy reina en la industria hullera británica y en la mentalidad de MacDonald y de sus amigos es la venganza por ese pasado en que Inglaterra se demoró más tiempo del debido empuñando el cetro de la hegemonía capitalista. El desarrollo de una nación históricamente atrasada hace, forzosamente, que se confundan en ella, de una manera característica, las distintas fases del proceso histórico. Aquí el ciclo presenta, enfocado en su totalidad, un carácter confuso, embrollado, mixto.
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