Leon Trotsky - Terrorismo y comunismo. Slavoj Žižek presenta a Trotsky
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- Libro:Terrorismo y comunismo. Slavoj Žižek presenta a Trotsky
- Autor:
- Editor:AKAL
- Genre:
- Año:2009
- Ciudad:Madrid
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Terrorismo y comunismo. Slavoj Žižek presenta a Trotsky: resumen, descripción y anotación
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Escrito en el momento candente de la guerra civil de la Rusia revolucionaria, Terrorismo y comunismo de Trotsky es una de las defensas más potentes de la dictadura del proletariado. En su provocativo comentario a esta nueva edición, el filósofo Slavoj Žižek defiende la relevancia vital que actualmente tiene el ataque de Trotsky a las ilusiones de la democracia liberal.
Leon Trotsky
réplica a Karl Kautsky
ePub r1.0
Titivillus 20.04.16
Título original: Terrorism and Communism
Leon Trotsky, 1920
Prólogo: Slavoj Žižek
Prefacio: H. N. Brailsford
Traductor del prólogo y las notas: Alfredo Brotons Muñoz
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
Terrorismo y comunismo, de Trotsky, o Desesperación y utopía en el turbulento año de 1920
por Slavoj Žižek
Karl Kraus, el crítico y cronista cultural vienés al que, entre otras cosas, se debe la famosa afirmación de que el psicoanálisis es la enfermedad misma que trata de curar, conoció a Trotsky durante la temporada que éste pasó en Viena antes de la Primera Guerra Mundial. Una de las leyendas que sobre Kraus circulan es la de que, a comienzos de los años veinte, cuando le contaron que Trotsky había salvado la Revolución de Octubre mediante la organización del Ejército Rojo, exclamó: «¡Quién lo iba a decir de Herr Bronstein del Café Central!». Esta observación se basa en la transubstanciación al estilo de la famosa anécdota de Zhuangzi y la mariposa: no fue Trotsky, el gran revolucionario, quien, en su exilio en Viena, pasó tiempo en el Café Central; fue el amable y locuaz Herr Bronstein del Café Central quien luego se convirtió en el temido Trotsky, azote de los contrarrevolucionarios.
Hay otras figuras de «Herr Bronstein» que suponen una parecida transubstanciación mistificadora de Trotsky y que, por consiguiente, dificultan la adecuada comprensión de su importancia. En primer lugar está la aburguesada imagen de Trotsky popularizada por los mismos trotskistas actuales: Trotsky el libertario antiburocrático del Termidor estalinista, partidario de la autoorganización de los trabajadores, defensor del psicoanálisis y del arte moderno, amigo del surrealismo, etc. (y en este «etc.» debería incluirse la breve aventura amorosa con Frida Kahlo). Ésta es la domesticada figura que hace que a uno no le sorprenda que algunos neocons de Bush sean ex trotskistas (ejemplar resulta en este sentido el destino de la Partisan Review: fundada en los años treinta como la voz de los intelectuales y artistas comunistas, luego convertida en trotskista, más tarde en el órgano de los liberales partidarios de la Guerra Fría, ahora apoya a Bush en la Guerra contra el Terror). Este Trotski casi le hace a uno simpatizar con la sabiduría antitrotskista de Stalin.
Los críticos de Trotsky inventaron otra figura de «Herr Bronstein»: Trotsky el «judío errante» de la «revolución permanente», que no podía encontrar paz en el rutinario proceso posrevolucionario de la (re)construcción de un nuevo orden. Nada tiene de extraño que, en los años treinta, incluso muchos conservadores tuvieran una opinión favorable tanto sobre la contrarrevolución cultural estalinista como sobre la expulsión de Trotsky: ambas cosas se consideraban un abandono del anterior espíritu revolucionario judío-internacional y el retorno a las raíces rusas. Incluso un crítico del bolchevismo como Nikolái Berdiáyev expresó en los años cuarenta, poco antes de morir, cierta simpatía por Stalin, y sopesó la posibilidad de regresar a la URSS. En este sentido, Trotsky aparece como una especie de Che Guevara ruso en contraposición con Fidel: Fidel, el auténtico líder, la autoridad suprema del Estado, frente al Che, el eterno rebelde revolucionario incapaz de resignarse a simplemente gobernar un Estado. ¿No se parece esto a una Unión Soviética en la que Trotsky no habría sido rechazado como el architraidor? Imagínese que, a mediados de los años veinte, Trotsky hubiera emigrado y renunciado a la ciudadanía soviética a fin de instigar la revolución permanente en todo el mundo, y hubiera muerto poco después: Stalin lo habría elevado diligentemente a los altares…
Todo esto es lo que hace tan importante a Terrorismo y comunismo, la respuesta de Trotsky a los maliciosos ataques de Karl Kautsky a los bolcheviques: pone en su lugar a ambas figuras. Kautsky, hoy merecidamente olvidado, fue en los años veinte la éminence grise del Partido Socialdemócrata Alemán, con mucho el partido socialdemócrata más fuerte del mundo, y el guardián de la ortodoxia marxista contra el revisionismo de Bernstein y el extremismo izquierdista. Terrorismo y comunismo presenta a un Trotsky que sabía cómo ser duro, cómo ejercer el terror, y a un Trotsky totalmente dispuesto a aceptar la tarea de reconstruir la vida cotidiana.
Hay, sin embargo, una tercera figura de «Herr Bronstein» que guarda relación directa precisamente con Terrorismo y comunismo: Trotsky el precursor de Stalin que, en 1920, ya abogaba por un régimen de partido único, la militarización del trabajo… Nada tiene de extraño que de Terrorismo y comunismo renieguen incluso muchos trotskistas, desde Isaac Deutscher hasta Ernest Mandel (que lo calificó como «el peor libro» de Trotsky, su recaída en la dictadura antidemocrática). En Terrorismo y comunismo hay pasajes que en efecto parecen apuntar a los estalinistas años treinta con su espíritu de movilización industrial total a fin de sacar a Rusia del atraso. Tras la muerte de Stalin, entre sus papeles privados se encontró un ejemplar muy leído de Terrorismo y comunismo, lleno de notas manuscritas que revelan la aprobación entusiasta de Stalin: ¿qué más se necesita como prueba?
Ésta es la razón por la que Terrorismo y comunismo es un libro clave, su texto «sintomático» que bajo ningún concepto debería ser cortésmente pasado por alto, sino tenido muy en cuenta. Dejamos a las canailles de la sabiduría cínica el dudoso placer de regodearse en las ilusiones (desde la perspectiva actual) demasiado evidentes del libro, comenzando por la confianza de Trotsky en la inminente revolución en Europa occidental. No se olvide que esta creencia era compartida por todos los bolcheviques, Lenin incluido, que veían la supervivencia de su poder no en la creación de un espacio para la «construcción del socialismo en un solo país», sino en la apertura de un respiradero que les permitiera sobrevivir hasta que la revolución en Europa occidental aliviara la presión. El problema crucial es otro: para Trotsky la batalla había de ganarse en el mismo terreno «estalinista» del terror y la movilización industrial: aquí es donde ha de demostrarse una mínima pero crucial diferencia entre Trotsky y Stalin.
¿Por qué el comunismo de guerra?
Comencemos por el momento histórico en que se escribió el libro: 1920, en la última fase de la guerra civil, cuando Rusia había sido «saqueada, debilitada, agotada [y estaba] desmoronándose», para citar la propia descripción, rotunda y honesta, de Trotsky. Las enfermedades, el hambre y el frío asolaban el país; las vidas de los trabajadores habían empeorado, no mejorado; las promesas de la revolución estaban más lejos que nunca de su cumplimiento: esto es, una vez más, admitido cándidamente por Trotsky en un discurso pronunciado con motivo del tercer aniversario de la Revolución de Octubre:
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