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Imre Kertész - Una historia: dos relatos

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Imre Kertész Una historia: dos relatos

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Durante un viaje de Budapest a Viena, el protagonista es interrogado por un agente de aduanas, que le somete a las preguntas burocráticas y fiscales con las que los representantes de la autoridad hacen valer su fuerza y su poder con el único fin de que el individuo se sienta indefenso, acaso humillado. Expediente, el relato de Imre Kertész, le vino a la memoria al también escritor Péter Esterházy cuando él mismo se vio involucrado en una situación similar en un viaje a Viena invitado por sus editores. Esterházy decidió entonces escribir Vida y literatura, su propia versión de esa anécdota, aparentemente banal, pero que recuerda la insistente persistencia de las huellas de tiempos peores. Ambos relatos, nacidos de la pluma de dos grandes autores de la literatura europea, han sido reunidos en un solo volumen, Una historia: dos relatos, que ofrece una cáustica visión de un mundo que se niega a desaparecer.

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Durante un viaje de Budapest a Viena el protagonista es interrogado por un - photo 1

Durante un viaje de Budapest a Viena, el protagonista es interrogado por un agente de aduanas, que le somete a las preguntas burocráticas y fiscales con las que los representantes de la autoridad hacen valer su fuerza y su poder con el único fin de que el individuo se sienta indefenso, acaso humillado. Expediente, el relato de Imre Kertész, le vino a la memoria al también escritor Péter Esterházy cuando él mismo se vio involucrado en una situación similar en un viaje a Viena invitado por sus editores. Esterházy decidió entonces escribir Vida y literatura, su propia versión de esa anécdota, aparentemente banal, pero que recuerda la insistente persistencia de las huellas de tiempos peores. Ambos relatos, nacidos de la pluma de dos grandes autores de la literatura europea, han sido reunidos en un solo volumen, Una historia: dos relatos, que ofrece una cáustica visión de un mundo que se niega a desaparecer.

Imre Kertész y Péter Esterházy Una historia dos relatos Expediente y Vida y - photo 2

Imre Kertész y Péter Esterházy

Una historia: dos relatos

Expediente y Vida y literatura

ePub r1.2

Titivillus 09.01.15

Título original: Una historia, dos relatos

Imre Kertész y Péter Esterházy, 2005

Traducción: Adan Kovacsics

Retoque de cubierta: Titivillus

Jegyzökönyv (Expediente): Primera publicación 1991

Élet és irodalom (Vida y literatura): Primera publicación 1993

Editor digital: Titivillus

ePub base r1.1

IMRE KERTÉSZ Budapest 1929 pasó su infancia y los primeros años de su - photo 3
IMRE KERTÉSZ Budapest 1929 pasó su infancia y los primeros años de su - photo 4

IMRE KERTÉSZ, (Budapest, 1929) pasó su infancia y los primeros años de su adolescencia en la capital húngara, hasta que en 1944 los nazis lo deportaron a Auschwitz y Buchenwald. Ha cultivado la novela y el ensayo, y de entre su producción literaria cabe citar Sin destino (1975), Fiasco (1988), Kaddish por el hijo no nacido (1990), Yo, otro. Crónica del cambio (1997), Un instante de silencio en el paredón (1998), Liquidación (2003) y Un relato policíaco (2007). En 2002 la Academia sueca le concedió el premio Nobel de Literatura, destacando la belleza de una obra que «expone la experiencia frágil del individuo contra la arbitrariedad bárbara de la historia».

PETER ESTERHÁZY, (Budapest, 1950) es, junto a Sándor Márai e Imre Kertész, uno de los escritores húngaros más publicados en España. Entre sus obras destacan Pequeña pornografía húngara (1984), El libro de Hrabal (1990), La mirada de la condesa Hahn-Hahn (1991), Una mujer (1995) y la que es considerada su obra magna, Armonía celestial (2000), a la que vincula íntimamente su novela posterior Versión corregida (2005). Fruto de su personalísima trayectoria de lucha por la dignidad del hombre frente a la maquinaria del sistema, Péter Esterházy se hizo acreedor, en 2004, del premio de la Paz otorgado por los libreros alemanes.

Imre Kertész, EXPEDIENTE

…Y perdónanos nuestras deudas,

así como nosotros perdonamos a

nuestros deudores,

y no nos dejes caer en la tentación,

mas líbranos del mal.

El expediente que se presenta a continuación está escrito con el propósito de contrarrestar otro de carácter más oficial, desde luego, pero en absoluto más fiable, que fue abierto en un lugar concreto, en una fecha concreta y a una hora también concreta, que se archivó (probablemente) y cuyo tenor consideramos prescindible en este texto.

Nuestro expediente no ha sido redactado con la intención de rectificar, minimizar o amplificar los hechos, como si creyéramos en la importancia o la verdad de los hechos, por así decirlo. A estas alturas, no creemos ya en nada; sordos y ciegos tanto a la verdad como a la mentira, sólo confiamos en la fuerza de la confesión, que nos convierte en hermanos de nuestra propia soledad y nos prepara, como quien dice, para nuestro conocimiento definitivo, que ha perdido de pronto su nombre terrible y se ha convertido en el cordero que nos precede, al que llevamos tiempo siguiendo —ahora nos damos cuenta— y al que quizás alcanzaremos, si no cedemos ni un ápice en nuestro empeño.

Un hermoso día de abril de mil novecientos… se me ocurrió la fructífera idea de pasar dos o, como máximo, tres días en Viena. Nadie puede poner en duda la ocasional necesidad de un cambio de aires y lugar, tanto desde el punto de vista de la salud como también de la creatividad, de ese afán continuo del alma (motus animi continuus) que, en mi caso al menos, se aviva tan pronto como cruzo las fronteras de este país. Aun así, me guiaban sobre todo objetivos de índole meramente práctica. Dicho con pocas palabras, tenía que rendir una visita de cortesía al doctor U. del Ministerio de Cultura, donde mis resultados, a decir verdad, modestos conseguidos en el campo de la traducción al húngaro de algunas obras de escritores austriacos habían llamado cierta atención, que ellos no dudaron en expresar; debía acudir, además, al Instituto de Ciencias Antropológicas, que poco tiempo antes me había comunicado la intención de apoyar con una beca una estancia mía en Viena para realizar la traducción de Wittgenstein en la que, precisamente, estaba trabajando, y, como la decisión del instituto suponía un gran honor pero conllevaba el problema de encontrar un alojamiento, era preferible resolver el asunto in situ; y así sucesivamente. He de añadir, no obstante, que el deseo de reavivación anímica, la tendencia latente en todos nosotros y, a nuestro juicio, casi del todo natural a considerarnos simples particulares y, más aún, seres humanos, no se habría despertado en mí de su largo y profundo letargo de no haber sido por la ilusión de la libertad personal cuya fuente, sin duda, había de buscarse, en primer lugar, en las necesidades impacientes, imperdonablemente impacientes (y sorprendentemente repentinas) de mi alma, aunque esa ilusión de libertad —o libertad ilusoria— también parecía haber sido alimentada por ciertas declaraciones oficiales y manifestaciones irresponsables en los últimos tiempos.

Se mantienen, pues, conversaciones telefónicas urgentes entre Budapest y Viena, se fijan horas y fechas con las señoras y señores del ministerio y del instituto, se reserva una habitación en un hotel barato y digno de confianza, etcétera. Reflexiones angustiosas sobre si es lícito dejar aquí, ni que sea por dos días, a mi enferma, cuyo estado, por lo visto, comienza a ser crítico. Aun así, compro el billete de tren y hasta reservo una plaza. Ese mismo día, al anochecer, me tumba la fiebre de una gripe y, para colmo, se infecta una muela de tal modo que se me hincha la cara. Durante la noche se me presenta una aparición espantosa. Suena el timbre, veo por la mirilla de la puerta a un joven cuya visión me aterra. Es mi Redentor, que viene a verme, pero con un aspecto muy diferente del que tenía cuando se me presentó por primera vez hace más de cuatro años, justo al lado y encima de mi cama, como si hubiera descendido de las alturas celestiales y hubiera atravesado la pared, que, como es lógico, no suponía para él ningún obstáculo. Aquella vez llevaba una barba rojiza, sus ojos finos y azules me miraron con una dulzura indescriptible que acallaba cualquier duda, y con un gesto de la mano torpe pero decidido bendijo mi existencia, me reforzó y me animó a vivir como vivía y a hacer lo que hacía. Me insufló esta confirmación como una verdad radiante, cuyo vivo calor mi corazón guardó durante mucho tiempo y que todavía me impregna a veces.

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