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Ray Monk - Ludwig Wittgenstein

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Ray Monk Ludwig Wittgenstein
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    Ludwig Wittgenstein
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Ludwig Wittgenstein: resumen, descripción y anotación

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La obra de Ludwig Wittgenstein es el producto de un pensamiento riguroso y de una imaginación brillante, y sólo puede ser comprendida en todo su alcance analizando la relación entre su filosofía y su vida. Wittgenstein nació en 1889, hijo de una de las más acaudaladas y cultas familias de Viena, de origen judío pero convertidos al catolicismo, y cuyos miembros eran triunfadores o suicidas; en esta compleja matriz familiar podemos rastrear el origen de su intensa y siempre presente preocupación por problemas éticos, espirituales y culturales. Su trayectoria como filósofo comienza tras su encuentro con Bertrand Russell en Cambridge, y su trabajo en esta universidad culmina en el «Tractatus Logico-Philosophicus», celebrado en la actualidad por los positivistas lógicos, quienes a veces nos hacen olvidar su intenso contenido místico. Wittgenstein terminó esta obra al final de la Primera Guerra Mundial, contienda en la que su experiencia como soldado le enfrentó al sufrimiento humano en una medida tal que le marcó para siempre. Convencido de que su libro había resuelto todos los problemas tradicionales del objeto de su investigación, abandonó la filosofía y se dedicó a la enseñanza en escuelas rurales de Austria, donde se vio envuelto en serias dificultades de índole profesional y personal. Tenía ya más de cuarenta años cuando decidió regresar a la vida académica y a la filosofía. La radical reelaboración de su pensamiento anterior, cristalizada en la obra publicada después de su muerte con el título de «Investigaciones filosóficas», ha ejercido una influencia decisiva en la filosofía actual. Ray Monk, saludado por la crítica como un renovador del género biográfico, ha podido consultar por primera vez los archivos de Wittgenstein, sus papeles y sus diarios, escritos en código, y que despejan las incógnitas sobre la mistificada vida sexual del filósofo.

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AGRADECIMIENTOS

En primer lugar debo dar las gracias a Monica Furlong, sin cuyo apoyo jamás hubiera comenzado este libro. Fue ella quien convenció a David Godwin (entonces director editorial de Heinemann) para que considerara la posibilidad de financiar el proyecto. No menos esencial ha sido el sostenido entusiasmo y amable estímulo del propio David Godwin, y el apoyo igualmente sin paliativos del editor americano, Erwin Glikes, de Free Press.

Al principio se temió que el proyecto se fuera a pique a causa de la falta de cooperación de los herederos literarios de Wittgenstein. Me siento muy feliz al afirmar que ha ocurrido justo lo contrario. Los tres albaceas literarios de Wittgenstein, el profesor Georg Henrik von Wright, la profesora G. E. M. Anscombe y Mr. Rush Rhees, ya fallecido, se mostraron excepcionalmente amables, cooperadores y solícitos. Además de concederme autorización para citar los manuscritos inéditos de Wittgenstein, respondieron diligentemente a mis muchas preguntas, y fueron muy generosos al proporcionarme información que de otro modo no hubiera encontrado.

Al profesor Von Wright le estoy particularmente agradecido por su paciencia y sus detalladas réplicas a mis (inicialmente bastante primitivas) especulaciones concernientes a la composición de las Investigaciones filosóficas. Sus artículos acerca de los orígenes de las dos grandes obras de Wittgenstein y su meticuloso catálogo de los documentos de Wittgenstein han resultado indispensables. La profesora Anscombe aceptó reunirse conmigo en varias ocasiones para hablarme de sus propios recuerdos de Wittgenstein y responder a mis preguntas. A ella le estoy especialmente agradecido por haberme dado acceso a las cartas de Francis Skinner a Wittgenstein.

La amabilidad demostrada hacia mí por Mr. Rhees estuvo muy por encima de lo que podemos llamar deber. A pesar de su avanzada edad y su frágil salud dedicó muchas horas a discutir conmigo; durante éstas reveló su incomparable conocimiento de la obra de Wittgenstein y sus numerosas intuiciones tanto acerca de su personalidad como de su filosofía. Además me mostró muchos documentos cuya existencia no hubiera conocido de otro modo. Tan preocupado se mostró en transmitirme el máximo posible de sus conocimientos que en una ocasión insistió en pagarme una estancia en un hotel de Swansea, a fin de que nuestras discusiones no quedaran cercenadas por mi retorno a Londres. La noticia de su muerte me llegó cuando acababa el libro. Le echaremos de menos.

Por desgracia, otros amigos de Wittgenstein murieron mientras llevaba a cabo el trabajo de investigación para el libro. Roy Fouracre llevaba mucho tiempo enfermo, pero su esposa fue lo suficientemente amable como para recibirme y proporcionarme copias de las cartas de Wittgenstein a su marido. Igual de amable fue Katherine Thomson, cuyo difunto marido, el profesor George Thomson, expresó poco antes de morir su deseo de conocerme para discutir la visita de Wittgenstein a la Unión Soviética. La señora Thomson también me mostró algunas cartas y me contó algunos de sus recuerdos de Wittgenstein. Al doctor Edward Bevan le conocí más o menos un año antes de su muerte. Sus recuerdos, y los de su viuda, Joan Bevan, constituyen la base del capítulo 27. Tommy Mulkerrins, que proporcionó a Wittgenstein una indispensable ayuda durante la estancia de éste en la costa oeste de Irlanda, era un octogenario inválido pero excepcionalmente lúcido cuando le conocí en su casa de campo, en la primavera de 1986. Sus remembranzas han sido incorporadas en el capítulo 25. Tampoco él, por desgracia, está ya con nosotros.

Otros amigos, felizmente, se encuentran vivos y con buena salud. Mr. Gilbert Pattisson, amigo íntimo de Wittgenstein entre 1929 y 1940, se reunió conmigo varias veces y me proporcionó las cartas citadas en el capítulo 11. Mr. Rowland Hutt, amigo tanto de Wittgenstein como de Francis Skinner, manifestó un vivo y servicial interés por mi obra, y me proporcionó las cartas citadas en el capítulo 23. También quiero manifestar mi agradecimiento a Mr. William Barrington Pink, Sir Desmond Lee, al profesor Basil Reeve, al doctor Ben Richards, al doctor Casimir Lewy, a Mr. Keith Kirk, a Mrs. A. Clement, a Mrs. Polly Smythies, al profesor Wolfe Mays, a Mrs. Francés Partridge y a Madame Marguerite de Chambrier, todos los cuales se tomaron la molestia de hablar conmigo —en algunos casos a lo largo de varias reuniones— acerca de sus recuerdos de Wittgenstein. Al profesor Georg Kreisel, al profesor F. A. von Hayeck, a Mr. John King, al profesor Wasif A. Hijab, al profesor John Wisdom, al difunto profesor Sir Alfred Ayer y al padre Conrad Pepler, les agradezco sus respuestas a mis cartas y a mis preguntas.

El relato de la labor de Wittgenstein en el Guy’s Hospital y en la Royal Infirmary de Newcastle no hubiera podido escribirse sin la ayuda de los colegas de Wittgenstein: Mr. T. Lewis, el doctor Humphrey Osmond, el doctor R. T. Grant, Miss Helen Andrews, el doctor W. Tillman, Miss Naomi Wilkinson, el doctor R. L. Waterfeld, el doctor Erasmus Barlow y el profesor Basil Reeve. Al doctor John Henderson le agradezco su ayuda a la hora de ponerme en contacto con muchos de estos colegas. El doctor Anthony Ryle me mostró amablemente la carta de su padre citada en el capítulo 21, y me permitió citarla del diario que llevaba cuando era niño. A él y al profesor Reeve les estoy agradecido por haber leído y comentado un borrador anterior de este capítulo.

A Mr. Oscar Wood, a Sir Isaiah Berlín y a Alady Mary Warnock les agradezco sus evocaciones de la reunión de la Jowet Society descrita en el capítulo 24, la única ocasión en que Wittgenstein tomó parte en un encuentro filosófico en Oxford.

Muchas personas que no conocieron a Wittgenstein también me proporcionaron una valiosa ayuda, y en este contexto me complace manifestar mi reconocimiento y gratitud al profesor W. W. Bartley III, al profesor Quentin Bell, a Mrs. Margaret Sloan, a Mr. Michael Straight, a Mr. Colin Wilson y al profesor Konrad Wünsche, quienes respondieron atentamente a mis cartas, y a Mrs. Anne Keynes, al doctor Andrew Hodges y al profesor George Steiner, quien fue tan amable como para concertar una cita en la que discutir algunos temas que surgieron durante mi investigación. Mrs. Keynes también me proporcionó amablemente una tesis de filosofía escrita por su tío, David Pinsent.

Mi investigación me llevó de un lado a otro, pero debo mencionar dos viajes en particular; los realizados a Irlanda y a Austria. En Irlanda, mi amigo Jonathan Culley me hizo de chófer por Dublín, el condado de Wicklow y el condado de Galway, mostrando una inagotable paciencia y aportando una muy necesaria (aunque de otro modo ausente) sensación de perentoriedad y puntualidad. En Dublín recibí la ayuda de Mr. Paul Drury, en Wicklow de la familia Kingston, y en Connemara la de Tommy Mulkerrins. Mr. y Mrs. Hugh Price, Mrs. R. Willoughby y Mr. Sean Kent me ofrecieron una gran ayuda durante todo el camino. Mi viaje a Austria resultó agradable y cómodo gracias a la amabilidad mostrada por mi amigo Wolfgang Grüber y a la hospitalidad de su hermano Heimo. En Viena tuve el placer de conocer a Mrs. Katrina Eisenburger, nieta de Helena Wittgenstein, y a otro miembro de la familia, la doctora Elizabeth Wieser. También recibí la amable ayuda del profesor Hermán Hänsel. En mi visita a las montañas de Weschel, donde Wittgenstein fue maestro en las escuelas de Trattenbach y Otterthal, fui enormemente ayudado por el doctor Adolf Hübner, que no sólo me hizo de guía en la zona y me proporcionó copias del fascinante material que había recogido para el Centro de Documentación de Kirchberg, sino que también —con una amabilidad realmente extraordinaria— tuvo la delicadeza de volver a sacar una serie de fotos que yo ya había tomado, tras descubrir que las mías se habían estropeado.

Al doctor T. Hobbs, de la Wren Library, Trinity College, Cambridge; al doctor A. Baster de la Wills Library, Guy’s Hospital; a Miss M. Nicholson, de los Archivos de la Junta de Investigación Médica; y al personal de la British Library, la Bodleian Library, Oxford, y la Biblioteca de la Universidad de Cambridge, hago extensivo mi agradecimiento por su sempiterna cortesía y ayuda. A mi amigo Wolf Salinger le doy las gracias por las molestias que se tomó en mi nombre a la hora de descubrir los documentos que pudieran existir en la Universidad Técnica de Berlín de la época que Wittgenstein pasó allí como estudiante de ingeniería (cuando era la Technische Hochschule). También doy las gracias al personal de la biblioteca universitaria por la ayuda que le proporcionaron a Mr. Salinger.

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