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Ludwig Wittgenstein - Los Cuadernos azul y marrón

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Ludwig Wittgenstein Los Cuadernos azul y marrón

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CUADERNO AZUL
Cuaderno marrón
I

Al describir Agustín de Hipona su aprendizaje del lenguaje dice que le enseñaron a hablar aprendiendo los nombres de las cosas. Resulta claro que quien diga esto está pensando en el modo en que un niño aprende palabras tales como «hombre», «azúcar», «mesa», etcétera. No piensa en principio en palabras tales como «hoy», «no», «pero», «quizá».

Supongamos que una persona describiese un juego de ajedrez sin mencionar la existencia y las operaciones de los peones. Su descripción del juego como fenómeno natural será incompleta. Por otra parte, podemos decir que ha descrito completamente un juego más simple. En este sentido podemos decir que la descripción que hace Agustín de Hipona del aprendizaje del lenguaje es correcta para un lenguaje más sencillo que el nuestro. Imaginemos este lenguaje:

1) Su función es la comunicación entre un albañil A y su peón B. B tiene que alcanzarle a A los materiales de construcción. Hay piedras cúbicas, ladrillos, losetas, vigas, columnas. El lenguaje consta de las palabras «cubo», «ladrillo», «loseta», «columna». A grita una de estas palabras, tras lo cual B trae una piedra de una forma determinada. Imaginemos una sociedad en la que éste sea el único sistema de lenguaje. El niño aprende este lenguaje de los mayores entrenándose en su uso. Estoy utilizando la palabra «entrenar» de un modo estrictamente análogo a cuando hablamos de que se está entrenando a un animal para hacer ciertas cosas. Se hace por medio del ejemplo, la recompensa, el castigo y similares. Constituye una parte de este entrenamiento que señalemos a un elemento de construcción, dirijamos la atención del niño hacia él y pronunciemos una palabra. Voy a llamar a este procedimiento enseñanza demostrativa de las palabras. En el uso real de este lenguaje, un hombre grita las palabras como órdenes y el otro actúa de acuerdo con ellas. Pero el aprender y el enseñar este lenguaje consistirán en este procedimiento: el niño simplemente «nombra» cosas, es decir, pronuncia las palabras del lenguaje cuando el maestro señala hacia las cosas. En realidad, habrá un ejercicio más simple todavía: el niño repite las palabras que pronuncia el maestro.

(Nota. Objeción: la palabra «ladrillo» en el lenguaje 1) no tiene el significado que tiene en nuestro lenguaje. Esto es cierto si significa que en nuestro lenguaje hay usos de la palabra «ladrillo» diferentes de nuestros usos de esta palabra en el lenguaje 1). Pero ¿no usamos nosotros a veces la palabra «¡ladrillo!» precisamente de este modo? ¿O deberíamos decir que cuando la usamos es una frase elíptica, una abreviatura de «tráeme un ladrillo»? ¿Es correcto decir que si nosotros decimos «¡ladrillo!» queremos decir «tráeme un ladrillo»? ¿Por qué habría yo de traducir la expresión «¡ladrillo!» por la expresión «tráeme un ladrillo»? Y si son sinónimas, ¿por qué no habría yo de decir: Si él dice «¡ladrillo!», quiere decir «¡ladrillo!»…? O bien: ¿por qué no habría de ser él capaz de querer decir precisamente «¡ladrillo!», si es capaz de querer decir «tráeme un ladrillo», a menos que se quiera afirmar que cuando dice en voz alta «¡ladrillo!» de hecho se dice siempre a sí mismo mentalmente «tráeme un ladrillo»? Pero ¿qué razón podríamos tener para afirmar esto? Supongamos que alguien preguntase: Si una persona da la orden «tráeme un ladrillo», ¿tiene que referirse mentalmente a ella como a tres palabras o puede hacerlo como a una palabra compuesta sinónima con la palabra única «¡ladrillo!»? Se tiene la tentación de contestar: se refiere a las tres palabras si en su lenguaje utiliza esta frase en contraste con otras frases en las que se utilizan estas palabras, como, por ejemplo, «llévate estos dos ladrillos». Pero qué sucedería si yo preguntase: «¿Pero cómo se contrasta su frase con estas otras? ¿Tiene que haberlas pensado simultáneamente, o poco antes o poco después, o es suficiente con que las haya aprendido alguna vez, etc.?» Cuando nos hemos hecho a nosotros mismos esta pregunta, resulta que es irrelevante cuál de estas alternativas sea la que se dé. Y nos inclinamos a decir que todo lo que es realmente relevante es que estos contrastes existan en el sistema de lenguaje que está utilizando y que en modo alguno necesitan estar presentes en su mente cuando pronuncia su frase. Comparemos ahora esta conclusión con nuestra pregunta original. Cuando la hicimos, parecíamos hacer una pregunta sobre el estado mental de la persona que dice la frase, mientras que la idea de significado a que hemos llegado al final no era la de un estado mental. A veces pensamos en el significado de los signos como en estados de la mente de la persona que los utiliza, a veces como en el papel que están jugando estos signos en un sistema de lenguaje. La conexión entre estas dos ideas está en que es indudable que las experiencias mentales que acompañan al uso de un signo están causadas por nuestro uso del signo en un sistema de lenguaje particular. William James habla de sentimientos específicos que acompañan al uso de palabras tales como «y», «si», «o». Y no hay duda de que por lo menos ciertos gestos están conectados muchas veces con tales palabras, como, por ejemplo, un gesto de reunir con «y» y un gesto de desechar con «no». Y es evidente que conectadas con estos gestos hay sensaciones visuales y musculares. Por otra parte, es bastante claro que estas sensaciones no acompañan a cada uso de las palabras «no» e «y». Si en algún lenguaje la palabra «pero» significase lo que significa «no» en español, resulta claro que no compararíamos los significados de estas dos palabras comparando las sensaciones que producen. Pregúntense a sí mismos qué medios tenemos de descubrir los sentimientos que producen en diferentes personas y en ocasiones diferentes. Pregúntense: «Cuando yo dije “deme una manzana y una pera y salga de la habitación”, ¿tuve el mismo sentimiento cuando pronuncié las dos palabras “y”?» Pero no negamos que las personas que usen la palabra «pero» como se usa «no» en español tendrán, hablando en términos generales, sensaciones similares cuando dicen la palabra «pero» a las que tienen los españoles cuando usan «no». Y en ambos lenguajes la palabra «pero» estará acompañada en conjunto por diferentes grupos de experiencias.)

2) Consideremos ahora una extensión del lenguaje 1). El peón del albañil sabe de memoria la serie de palabras de uno a diez. Cuando se le da la orden: «¡Cinco losetas!», va a donde se guardan las losetas, dice las palabras de uno a cinco, coge una loseta por cada palabra y se las lleva al albañil. Aquí ambas partes usan el lenguaje diciendo las palabras. Aprender de memoria los numerales será una de las características esenciales del aprendizaje de este lenguaje. El uso de los numerales se enseñará demostrativamente una vez más. Pero ahora la misma palabra, por ejemplo, «tres», se enseñará señalando o a losetas, o a ladrillos, o a columnas, etc. Y, por otra parte, se enseñarán numerales diferentes señalando a grupos de piedras de la misma forma.

(Observación: Hemos insistido en la importancia de aprender de memoria la serie de numerales porque en el aprendizaje del lenguaje 1) no había una característica comparable a ésta. Y esto nos muestra que al introducir los numerales hemos introducido en nuestro lenguaje un tipo de instrumento completamente diferente. La diferencia de tipo es mucho más evidente cuando contemplamos un ejemplo de esta sencillez que cuando consideramos nuestro lenguaje ordinario, con sus innumerables tipos de palabras que parecen todas más o menos semejantes cuando están recogidas en el diccionario.

¿Qué tienen de común las explicaciones demostrativas de los numerales con las de las palabras «loseta», «columna», etc., excepto un gesto y la pronunciación de las palabras? La forma en que se utiliza tal gesto es diferente en ambos casos. La diferencia se hace borrosa si se dice: «En un caso señalamos a una forma, en el otro a un número». La diferencia sólo se hace evidente y clara cuando contemplamos un ejemplo

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