Ludwig Wittgenstein - Tractatus logico-philosophicus
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- Libro:Tractatus logico-philosophicus
- Autor:
- Editor:ePubLibre
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- Año:2014
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Tractatus logico-philosophicus: resumen, descripción y anotación
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Como señaló Bertrand Russell en el prólogo a la traducción inglesa de 1922, reproducido en esta edición, el Tractatus logico-philosophicus «merece por su intento, objeto y profundidad, que se le considere un acontecimiento de suma importancia en el mundo filosófico». Esta obra clave de Ludwig Wittgenstein (1889-1951), a la vez clara y difícil, crispada y rigurosa, ofrece en un lenguaje aforístico, digno de la mejor prosa alemana, una filosofía del lenguaje y de la matemática, una reflexión acerca de la naturaleza y de la actividad filosófica y una concepción del mundo.
Ludwig Wittgenstein
ePub r1.3
Moro18.10.14
Título original: Tractatus logico-philosophicus
Ludwig Wittgenstein, 1921
Traducción: Jacobo Muñoz & Isidoro Reguera
Editor digital: Moro
ePub base r1.0
L UDWIG J OSEF J OHANN W ITTGENSTEIN (Viena, Austria, 26 de abril de 1889 — Cambridge, Reino Unido, 29 de abril de 1951) fue un filósofo, matemático, lingüista y lógico austríaco, y posteriormente nacionalizado británico. En vida publicó solamente un libro: el Tractatus logico-philosophicus, que influyó en gran medida a los positivistas lógicos del Círculo de Viena, movimiento del que nunca se consideró miembro. Tiempo después, el Tractatus fue severamente criticado por el propio Wittgenstein en Los cuadernos azul y marrón y en sus Investigaciones filosóficas, ambas obras póstumas. Fue discípulo de Bertrand Russell en el Trinity College de la Universidad de Cambridge, donde más tarde también él llegó a ser profesor.
El pensamiento filosófico de Wittgenstein suele dividirse en dos períodos: el primer período gira en torno a su primer trabajo importante, publicado en 1923: el Tractatus logico-philosophicus. Luego de su publicación, Wittgenstein dejó la filosofía, creyendo haber resuelto todos los problemas filosóficos. Varios años después, tras algunos traspiés, Wittgenstein volvió a enseñar y filosofar, pero con un espíritu muy distinto al que guio su trabajo anterior. De este segundo período resultaron las Investigaciones filosóficas, publicadas de manera póstuma en 1953. Estos dos trabajos son tan diferentes, que a veces se habla de un «primer Wittgenstein» o «Wittgenstein del Tractatus», y de un «segundo Wittgenstein» o «Wittgenstein de las Investigaciones».
Ludwig Wittgenstein murió en Cambridge, en casa de su médico, el 29 de abril de 1951, tras negarse a recibir tratamiento médico contra el cáncer de próstata que sufría. Se encontraba trabajando en un manuscrito que analizaba los supuestos y condiciones de la certeza, publicado de manera póstuma por la heredera de sus trabajos, Elizabeth Anscombe, bajo el título Sobre la certeza. Se dice que sus últimas palabras fueron: «Diles que mi vida fue maravillosa».
[32] Una cosa sería, en efecto, la mostración lógica (mediante el lenguaje) y otra la mostración mística (sin lenguaje alguno). Las proposiciones de la lógica, por el hecho precisamente de que son tautologías —por el hecho de que no dicen nada—, muestran la lógica esencial del mundo y del lenguaje (6.12) común a ambos, que posibilita y fundamenta toda relación figurativo-descriptiva entre ellos. A estos niveles lógicos fundantes ninguna proposición o figura, en general, puede decir o figurar nada de sí misma (2.172, 4.041). Aunque hable de otra cosa, el lenguaje, a estos niveles, muestra esa estructura lógica común al mundo que posibilita su decir algo; de modo que, esencialmente (lógicamente) , todo decir es un mostrar; todo lo que se dice, porque se muestra se dice: «La proposición muestra lo que dice» (4.461, 4.022). Estas relaciones íntimas entre decir y mostrar, sin embargo, no se dan en lo místico (ético, estético, religioso), que no tiene soporte lógico alguno, ni lingüístico ni mundano. Lo místico se muestra, simplemente, en la desaparición de todo lenguaje y mundo lógicamente ordenados; es sentimiento e intuición puros —sub specie aeterni— del que del mundo (de que el mundo siquiera sea —lo que sea—) o del mundo como todo: «Existe, ciertamente, lo indecible. Ello se muestra, es lo místico» (6.522, 6.44 ss.).
Habría, pues, una mostración intrínseca al lenguaje, y otra extrínseca. La primera pertenece por derecho propio al mismo ámbito del lenguaje y del mundo, y a su lógica. La segunda, no; ella misma, como sentimiento o intuición, está más allá del lenguaje y de su lógica; y su objeto, más allá del mundo y de su lógica —la misma que la del lenguaje—. La primera está contenida de algún modo en el lenguaje (carta citada a Engelmann) o se realiza de algún modo mediante él (carta citada a Russell). La segunda sólo se patentiza en el silencio (carta citada a Ficker); pero ¿cómo? ¿en el silencio absoluto del puro sentir e intuir sin condicionamientos lógicos de lenguaje o mundo? ¿o en el vacío, también, que deja el hablar de otras cosas o que aparece al hablar de otras cosas? (6.52)… Es asunto oscuro todo esto, decíamos, no tanto en sí mismo como en el discurso del Tractatus. Wittgenstein lo dejó inaclarado, en esa ambigüedad que manifiestan, también, modélicamente las citas traídas.
[39] En este mismo sentido escribirá más tarde: «La obviedad del mundo se manifiesta precisamente en el hecho de que el lenguaje sólo le significa a él y sólo a él puede significar. En efecto, dado que el lenguaje recibe el modo de su significar sólo de su significado, del mundo, no puede imaginarse lenguaje alguno que no represente a este mundo» (Philosophische Bemerkungen, Schtriften 2, ibid., 1970, p. 80).
Ese sano sentido común supone asimismo, para completarse, que si el lenguaje no expresa también el pensamiento (del mundo) ¿qué va a expresar?, o, mejor, que si el pensamiento no es lo que expresa el lenguaje ¿qué va a ser? (5.542, 3.5, 4, 4.1121).
Que la historia editorial del Tractatus logico-philosophicus —título latino de resonancias spinozianas sugerido, a lo que parece, con ocasión de la primera edición inglesa de la Abhandlung wittgensteiniana, por G. E. Moore— muestra muchas más grietas y accidentes que la desde un principio elevada autoconsciencia de su autor, es cosa hoy ya más que suficientemente conocida. La progresiva edición de las cartas de Wittgenstein, hasta un límite documental perfectamente satisfactorio, junto con otros testimonios posibles, hablan largamente a favor de esa evidencia.
La consciencia wittgensteiniana del valor de su obra y de las dificultades que, a un tiempo, iba a procurar su comprensión, fue, en efecto, siempre muy alta. Parece obligado citar en este contexto el conocido paso del Prólogo: «La verdad de los pensamientos aquí comunicados me parece intocable y definitiva…». Pero ahí está también lo que manifestaba a su amigo Russell desde el campo de internamiento de Monte Cassino al anunciarle la existencia y finalización, en agosto de 1918, de un libro en el que venían a culminar largos años de trabajos preparatorios:
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