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Voltaire - Diccionario filosófico

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Voltaire Diccionario filosófico
  • Libro:
    Diccionario filosófico
  • Autor:
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    Luna Azul, Tecnología de la Información
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    2021
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    Madera
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ABAD

(abate, sacerdote). ¿A dónde vais, señor abad?, etc. ¿Sabéis que abad significa padre? Si llegáis a serlo, rendiréis un servicio al Estado, haréis sin duda la mejor obra que puede hacer un hombre, y daréis vida a un ser pensante. Hay en esta acción algo de divino. Pero si sólo sois abad por haber sido tonsurado, por vestir hábito y por lograr un beneficio, no merecéis el nombre de abad.

Los antiguos monjes dieron el nombre de abad al superior que ellos elegían. Era su padre espiritual. ¡De qué manera el tiempo ha cambiado el significado de este nombre! El abad espiritual era un pobre a la cabeza de otros pobres. Pero los pobres padres espirituales tuvieron luego doscientas, cuatrocientas libras de renta, y en Alemania algunos pobres padres espirituales tienen hoy un regimiento de guardias.

¡Un pobre que ha hecho voto de pobreza y que, en consecuencia, es como un soberano! Y aunque esto ya se ha dicho, hay que repetirlo sin cesar porque no se puede tolerar más. Las leyes rechazan este abuso, la religión se indigna de ello y los pobres desnudos y famélicos claman al cielo ante la puerta del señor abad.

Sin embargo, los señores abades de Italia, de Alemania, de Flandes y de Borgoña me objetarán: «¿Por qué no hemos de acumular bienes y honores?, ¿por qué no debemos ser príncipes? ¿No lo son acaso los obispos? Al igual que nosotros, ellos eran en principio pobres, pero se han enriquecido y elevado. Uno de ellos ha llegado a ser superior a los reyes, dejadnos imitarle tanto como podamos».

Tenéis razón, señores, invadid la Tierra, ésta pertenece al fuerte o al astuto que se adueña de ella; os habéis aprovechado de tiempos de ignorancia, superstición y demencia, para despojarnos de nuestros bienes y pisotearnos, para engordar con la sustancia de los desvalidos: ¡ay, cuando llegue el día de la razón!

ABEJAS

La especie de las abejas es superior a la raza humana en cuanto extrae de su cuerpo una sustancia útil, mientras que todas nuestras secreciones son despreciables y no hay una sola que no haga desagradable al género humano.

Me admira que los enjambres que escapan de la colmena sean más pacíficos que los chiquillos al salir del colegio, pues en esas circunstancias las jóvenes abejas no pican a nadie, o lo hacen raras veces y en casos excepcionales. Se dejan atrapar y con la mano se les puede llevar a una colmena preparada para ello. Pero cuando en su nueva morada conocen sus verdaderos intereses, se tornan semejantes a nosotros y nos declaran la guerra.

En cierta ocasión presencié cómo iban pacíficamente, durante seis meses, las abejas a libar el néctar en un prado cercano cuajado de flores. Pero en cuanto comenzaron a segar el prado, salieron furiosas de la colmena y acometiendo a los segadores que querían privarlas de su alimento les obligaron a huir.

No sé quién fue el primero que dijo que las abejas se regían por un sistema monárquico. Indudablemente, esta idea no la emitió ningún republicano. Tampoco sé quién descubrió que se trataba de una reina en vez de un rey, y supuso que dicha reina era una Mesalina que disponía de un serrallo fabuloso y se pasaba la vida ayuntándose y procreando, poniendo y cobijando unos cuarenta mil huevos cada año. Y en las suposiciones se ha ido más allá. Se ha pretendido que pone huevos de tres especies diferentes: de reinas, de esclavos, que se llaman zánganos, y de sirvientas, que se llaman obreras. Pero esta suposición no concuerda con las leyes ordinarias de la Naturaleza.

Un eminente sabio, sagaz observador de la naturaleza, inventó hace unos años la incubadora de pollos, que conocieron ya los egipcios cuatro mil años atrás, sin importarle un ardid la enorme diferencia que media entre nuestro clima y el de Egipto. Y también este sabio afirma que la reina de las abejas es la madre de esas tres especies de ellas.

Ciertos naturalistas tuvieron por buenas esas teorías, hasta que apareció un hombre que, dueño de seiscientas colmenas, creyó conocer mejor esta materia que los que sin poseer ninguna han escrito volúmenes enteros sobre esta república industriosa, tan desconocida como la de las hormigas. Ese hombre se llama Simón. Sin ínfulas de literato, escribe llanamente, pero consigue recoger miel y cera. Es buen observador y sabe más sobre esta materia que el prior de Jouval y que el autor del Espectáculo de la naturaleza. Estudió la vida de las abejas durante veinte años y afirma que es falso cuanto se ha dicho de ellas, y que los libros escritos sobre esta materia se han burlado de nosotros. Dice que hay efectivamente en cada colmena un rey y una reina que perpetúan el linaje real y dirigen el laboreo de sus súbditos, que ha visto dichos reyes y los ha dibujado. Asegura también que en las colmenas existe la grey de los zánganos y la numerosa familia de las abejas obreras, machos y hembras, y que éstas depositan sus huevos en las celdillas que han construido.

¿Cómo sería posible que sólo la reina pudiera poner y cobijar cuarenta mil huevos uno tras otro? El sistema más sencillo de averiguarlo suele ser el más verdadero. Sin embargo, yo he buscado muchas veces al rey y a la reina y nunca he llegado a verlos. Algunos observadores afirman que han visto a la reina rodeada de su corte, y han sacado de su colmena a ella y a su servidumbre, poniéndolas a todas en el brazo. No he verificado este experimento, pero sí he tomado con la mano las abejas de un enjambre que salía de la colmena sin que me picaran. Hay personas tan convencidas de que las abejas no causan daño alguno que se ponen enjambres de ellas en la cara y en el pecho.

Virgilio escribió sobre las abejas incurriendo en los errores de su época. Yo más bien me inclinaría a creer que el rey y la reina sólo son dos abejas normales que por casualidad vuelan al frente de las demás, y que cuando todas juntas van a libar el néctar de las flores hay algunas más rápidas que van delante, pero colegir de ello que en las colmenas hay rey, reina y corte, resulta muy dudoso.

Muchas especies de animales se agrupan y viven juntos. Se han comparado los corderos y los toros con los reyes, porque entre ellos frecuentemente hay uno que va delante y esta circunstancia ha llamado siempre la atención. El animal que muestra mayor apariencia de ser rey y de poseer su corte es el gallo: llama de continuo a las gallinas y deja caer de su pico el grano para que ellas lo coman, las dirige y las defiende, no tolera que otro aspirante a rey participe con él del dominio de su pequeño estado, y no se aleja nunca de su serrallo. Esta es la auténtica imagen de la monarquía, mejor representada en un gallinero que en una colmena.

En el libro de los Proverbios, atribuido a Salomón, se dice «que cuatro cosas hay entre las más pequeñas de la tierra, con más sabiduría que los mismos sabios: las hormigas, pueblo débil que en verano almacena su comida; los conejos, pueblo pacífico que construye su casa en la piedra; las langostas, que no tienen rey y salen todas en cuadrillas, y la araña, que teje con las manos y está en palacios de reyes». Ignoro por qué Salomón se olvidó hablar de las abejas, dotadas de instinto superior al de los conejos, aunque no ponen su casa en la piedra, y de instinto superior al de la araña, cuyo ingenio desconozco. Yo siempre preferiré la abeja a las langostas.

ABRAHÁN

No vamos a tratar ahora de la parte divina que se atribuye a Abrahán, porque la Biblia ya dice de esto todo lo que debe decir. Sólo nos vamos a ocupar con el mayor respeto de su aspecto profano, relacionado con la geografía, con el orden de los tiempos y con los usos y las costumbres, cosas todas ellas que por estar íntimamente unidas con la Historia Sagrada son arroyos que deben conservar algo de la divinidad de su origen. Abrahán, aunque nacido en las orillas del Éufrates, es un personaje importante para los occidentales, pero no para los orientales, que, sin embargo, le respetan. Los mahometanos sólo poseen cronología cierta desde su hégira. La historiografía, perdida de forma absoluta en los sitios donde acaecieron los grandes sucesos, llegó al fin a nuestras latitudes donde se desconocían esos hechos. Discutimos, sobre todo, lo que sucedió en el Éufrates, el Jordán y el Nilo, ya que los actuales poseedores de esos ríos disfrutan de esos países tranquilamente sin enzarzarse en controversias y disputas.

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