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Savater - Diccionario filosófico

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Savater Diccionario filosófico
  • Libro:
    Diccionario filosófico
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    Grupo Planeta
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    2010
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Diccionario filosófico: resumen, descripción y anotación

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Este diccionario singular, fruto de una visión personal y no un trabajo académico o erudito, no pretende ser un libro para consultar, sino para leer. En sus páginas Fernando Savater aborda la vida y obra de grandes pensadores como Voltaire, Rousseau, Spinoza, Nietzsche, Santayana o Bertrand Russell, y reflexiona sobre abundantes temas oficialmente filosóficos, como la naturaleza, la muerte, la justicia o el ser. Pero el autor no rechaza otros que rara vez figuran en diccionarios de filosofía, como el dinero, la enfermedad, los sueños, el erotismo o la estupidez. Y aunque toma partido en diversas polémicas contemporáneas (la confusión entre ética y política, la recaída en la religión de ciertos pensadores, la egolatría mística o revolucionaria, la crítica posmoderna de la universalidad...), prefiere ocuparse ante todo de los problemas de los hombres que de las querellas de los filósofos. Un diccionario heterodoxo que es una sugestiva iniciación en la filosofía.

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Índice

En recuerdo del Señor Indio y de Pirulo después de todo Todo es más - photo 1

En recuerdo del Señor Indio
y de Pirulo: después de todo

Todo es más sencillo de lo que se puede pensar y a la vez más enrevesado de lo que se puede comprender.

G OETHE

Vengo de no sé dónde,
Soy no sé quién,
Muero no sé cuándo,
Voy a no sé dónde,
Me asombro de estar tan alegre.

M ARTINUS VON B IBERACH

La filosofía es, antes, filosofar, y filosofar es, indiscutiblemente, vivir; como lo es correr, enamorarse, jugar al golf, indignarse en política y ser dama de sociedad. Son modos y formas de vivir.

J. O RTEGA Y G ASSET

Porque no sirve para nada, no está aún caduca la filosofía.

T. W. A DORNO

Groucho: Vamos, Ravelli, ande un poco más rápido.

Chico: ¿Y para qué tanta prisa, jefe? No vamos a ninguna parte.

Groucho: En ese caso, corramos y acabemos de una vez con esto.

Los hermanos M ARX

Introducción

Lo que tengo por filosofía

Intentar decir otra vez (¿de una vez por todas?) qué es filosofía resulta un empeño capaz de desalentar de antemano al más animoso. No por imposible, sino por el cúmulo de posibilidades que se nos ofrecen y pugnan unas con otras, a codazos. Si creemos, con Nietzsche, que aquello que tiene historia no puede tener definición, optaremos por contestar repitiendo la trayectoria cronológica de esa peculiar tarea humana: su origen griego, que es como decir paradisíaco, su posterior exilio a lo largo del imperio de Roma y del feudalismo cristiano, su renacimiento cuando el humanismo renació, su trayecto en compañía y frente a la ciencia moderna, su empeño de reforma social, los grandes sistemas y la reacción voluntariosamente antisistemática que suscitaron, el desgajamiento sucesivo en saberes particulares de lo que en principio formó parte de un todo, el cuestionamiento social y psicológico de la transparencia racional, la perplejidad contemporánea acompañada de fatuidad académica... hasta llegar finalmente al postergamiento actual y a una quejumbrosa pero tenaz supervivencia que muchos, con no menor tenacidad, califican ritualmente de muerte. Tal podría ser la primera respuesta a la cuestión de en qué consiste la filosofía: recordar en qué ha consistido y dictaminar si aún es tenuemente viable o se trata ya de un asunto archivado.

¿Y si intentamos la definición en lugar de la historia? También aquí deberemos recurrir a pautas canónicas. La filosofía es un modo de conocimiento caracterizado por la universalidad de su objeto: no versa sobre tal o cual aspecto de la realidad, sino sobre la realidad en su conjunto. Se compone de cierto tipo de preguntas más que de un recetario de respuestas. Esas preguntas se distinguen por su máxima generalidad, tal como ha sido indicado, y también por otros dos rasgos imprescindibles: nunca son estrictamente prácticas y no pueden ser respondidas satisfactoriamente por los especialistas de las diversas ciencias particulares. Las respuestas filosóficas a tales preguntas carecen de valor predictivo, en el sentido en que lo tienen las aseveraciones científicas contrastadas: es difícil señalar un solo hecho o conjunto de hechos que las confirmen irrefutablemente o que las invaliden por completo. Por decirlo de un modo popular, las respuestas filosóficas abarcan siempre más de lo que aprietan. La satisfacción que producen no es principalmente objetiva sino subjetiva, es decir, que tiene un ingrediente básicamente psicológico: las verifica no tanto el tipo de mundo en que uno vive como el tipo de hombre que uno es (y, por tanto, la concepción del mundo con la que uno se siente más a gusto intelectualmente hablando). Lo cual no equivale a decir que sean afirmaciones meramente caprichosas o poéticas ni que se sustraigan a la controversia racional. Pretenden ser esfuerzos racionales por ir más allá de lo que los razonamientos científicos particulares pueden alcanzar. En cierto modo son visiones de conjunto, pero que ni pueden ni quieren renunciar a responder inteligiblemente a las objeciones particulares que se les plantean: en tal sentido me parece que es válida la definición de Julián Marías de la filosofía como «visión responsable». Por último, podría completarse este intento descriptivo del empeño filosófico señalando que buena parte de sus preguntas y respuestas tratan de cómo debe encararse la vida humana, tanto individual como socialmente. De aquí que sea lícito hablar de una cierta filosofía práctica, no en cuanto brinda instrucciones concretas para conseguir tal o cual objetivo particular o resolver este o aquel problema determinado de los que se plantean al vivir humano, sino como reflexión sobre actitudes globales ante la gestión de la vida humana en cuanto tal.

Me parece evidente que tanto la contestación histórica a la pregunta sobre qué sea la filosofía como el esfuerzo definitorio alternativo (o complementario, a pesar de Nietzsche) admiten numerosísimas tachaduras y no menos añadidos o precisiones. Aunque a grandes rasgos hay cierto acuerdo sobre el pasado de la filosofía, esta concordia disminuye según nos vamos acercando a la valoración de su presente y se hace hasta impensable cuando de lo que se trata es de vislumbrar su futuro. Creo, por tanto, que lo mejor es intentar ahora una consideración personal, juntamente histórica y conceptual, de lo que yo tengo por filosofía, sin pretender que mi planteamiento sea válido para la mayoría de los filósofos actuales ni mucho menos el único válido. Este punto de vista, por insignificante que sea juzgado desde parámetros más exigentes, tiene sin duda un obvio interés para el lector de este diccionario, pues ha presidido su redacción y la tarea intelectual toda de quien lo ha escrito. Sobre otros criterios que han intervenido en la composición de la obra, su carácter propio, su ambición y —sobre todo— su modestia, tendré ocasión de hablar en la segunda parte de esta misma introducción.

Cuenta el viejo Herodoto, casi siempre de grata y cordial rememoración, que cuando el rey Creso recibió al viajero Solón en Sardes le dirigió la siguiente bienvenida: «Huésped ateniense, llegaron muchos dichos a nosotros sobre ti, acerca de tu sabiduría y de tu andar de acá para allá, y de que filosofando recorriste tantas tierras por ver cosas». Reconozco que me gusta esta imagen de la tarea filosófica como intrínsecamente ligada al vagabundeo y a la curiosidad cosmopolita más que la clásica escena originaria pitagórica, según la cual el mundo es como un estadio al que unos van a competir, otros a comerciar, otros a presenciar las pruebas y animar a los participantes, mientras que unos pocos —los filósofos— asisten para contemplarlo todo y a todos los demás. Debe destacarse la importancia del viaje en la configuración intelectual de los primeros filósofos (es decir, los más antiguos de aquellos que todas las nóminas incluyen como tales): sabemos que el propio Pitágoras viajó mucho y también se nos cuenta que fueron grandes viajeros Tales, Anaximandro, Anaxímenes, Jenófanes de Colofón y Demócrito. Aristóteles llegó a Atenas desde la macedónica Estagira y parece que Pirrón, que llegó a ser luego uno de los maestros más respetados de la escuela escéptica, realizó un viaje a la India en compañía de un discípulo de Demócrito y allí conoció a los gimnosofistas, los sabios desnudos del hinduismo (de los cuales ya habían traído noticias quienes regresaron de las campañas orientales de Alejandro) cuya imperturbabilidad desafiante precedió y sin duda inspiró al histrionismo de Diógenes. Viajeros, exiliados, vagabundos, expedicionarios... o habitantes de ciudades fronterizas, como los jonios, acostumbrados a convivir con persas, helenos y egipcios. Desde luego, la filosofía no la inventó gente que no se movía de casa ni sentía curiosidad por los extraños. Pío Baroja aseguró en cierta ocasión que el nacionalismo es una enfermedad que se quita viajando: por lo visto la filosofía es una enfermedad que se

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