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Leonardo Castellani - Cristo ¿Vuelve o no vuelve?

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Leonardo Castellani Cristo ¿Vuelve o no vuelve?
  • Libro:
    Cristo ¿Vuelve o no vuelve?
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1951
  • Índice:
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Cristo ¿Vuelve o no vuelve?: resumen, descripción y anotación

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Este libro tiene tres partes.

La primera, y principal, está dedicada al misterio del Retorno del Rey. Saber si Cristo vuelve o no vuelve determina el sentido de toda existencia particular y el de la misma historia humana.

Castellani no duda en sus afirmaciones. Ni en sus negaciones: «El Universo no es un proceso natural, como piensan los evolucionistas o naturalistas, sino que es un poema gigantesco, un poema dramático del cual Dios se ha reservado la iniciación, el nudo y el desenlace; que se llaman teológicamente Creación, Redención, Parusía… El dogma de la Segunda Venida de Cristo, o Parusía, es tan importante como el de su Primera Venida, o Encarnación».

La segunda parte contiene ensayos de variada temática, que van desde la muerte de Adán y el desquite de la mujer, hasta la pequeña industria y el vínculo entre política y religión, pasando por la televisión, la parapsicología y la bomba atómica. No obstante la diversidad, el hilo conductor se mantiene firme en la reflexión apocalíptica.

La tercera parte, incorporada por primera vez a esta obra, trata de las profecías contenidas en algunas de las apariciones de María: La Salette, Lourdes, Fátima y Garabandal. Nada mejor como telón de cierre, dado que las revelaciones de la Virgen siempre incluyen, además de un mensaje, una advertencia y una promesa.

Al leer este libro no sólo nos reencontraremos con un escritor impactante y original, «género único», sino que seremos llevados a meditar nuevamente sobre cuestiones que residen en lo más profundo del alma. ¿Habrá un fin de la historia? ¿El Anticristo gobernará el mundo? ¿Volverá Cristo para derrotarlo? Y si vuelve, ¿vuelve pronto?

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Cristo ¿Vuelve o no vuelve? — leer online gratis el libro completo

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Luz

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Advierto

Este opúsculo es obvio que no está destinado al gran público.

Su autor se somete en todo al juicio de la Santa Madre Iglesia Romana; y si en él hubiere cualquier proposición en contra de lo ya declarado o definido por ella, la da por no dicha y retractada; pero si hubiere proposiciones no claramente en contra de lo cierto y definido, mas simplemente opinables e indagatorias —⁠necesarias a la indagación científica⁠—, la interpretación heterodoxa que diere de ellas el crítico que ustedes saben, que «se vuelva contra él y sea imputada a su necedad y malicia», como dice Quevedo y Villegas en su famoso Prólogo.

No pretende dar enseñanza dogmática, sino investigación exegética de acuerdo a su meditación personal con las reglas de esta ciencia y las mejores autoridades modernas, algunas de las cuales fueron sus maestros.

No ha querido recargar el texto con citas de dichas autoridades, porque lo desaconsejaba la índole del libro y su género literario.

Reclama para sí la regla de cortesía cristiana de «salvar la proposición del prójimo», que decía San Ignacio; y la razonable libertad, necesaria a la investigación, que concede Nuestro Santísimo Padre Pío XII en su encíclica Divino Afflante, § 4º, sección II, en su formal consejo de aplicarse al sentido literal de los Libros Santos y de aprovechar los estudios modernos; y en su templada exhortación final.

L. C.

Sección Quinta
Anexos
Himno al Mesías venidero

Baja otra vez al mundo,

baja otra vez, ¡Mesías!

De nuevo son los días

de tu alta vocación;

y en su dolor profundo

la humanidad entera

el nuevo oriente espera

de un sol de redención.

Corrieron veinte edades

desde el supremo día

que en esa Cruz te vía

morir Jerusalén;

y nuevas tempestades

surgieron y bramaron

de aquellas que asolaron

el primitivo Edén.

De aquellas que le ocultan

al hombre su camino

con ciego torbellino

de culpa y expiación;

de aquellas que sepultan

en hondos cautiverios

cadáveres de imperios

que fueron y no son.

Sereno está en la esfera

el sol del firmamento:

la tierra en su cimiento

inconmovible está:

la blanca primavera

con su gentil abrazo

fecunda el gran regazo

que flor y fruto da.

Mas ¡ay! que de las almas

el sol yace eclipsado;

mas ¡ay! que ha vacilado

el polo de la fe;

mas ¡ay! que ya tus palmas

se vuelven al desierto:

no crecen, no, en el huerto

del que tu pueblo fue.

Tiniebla es ya la Europa:

ella violó la ciencia,

maldijo su creencia

se apacentó con hiel;

y rota ya la copa

en que su fe bebía,

alzándose decía:

«Mirad, yo soy Luzbel».

Mas ¡ay! que contra el cielo

no tiene el hombre rayo,

y en súbito desmayo

cayó de ayer a hoy;

y en son de desconsuelo,

y en llanto de impotencia,

hoy clama en tu presencia:

«Señor, tu pueblo soy».

No es, no, la Roma atea

que entre aras derrocadas

despide a carcajadas

los dioses que se van:

es la que, humilde rea,

baja a las catacumbas,

y palpa entre las tumbas

los tiempos que vendrán.

Todo, Señor, diciendo

está los grandes días

de luto y agonías,

de muerte y orfandad;

que, del pecado horrendo

envuelta en el sudario,

pasa por un Calvario

la ciega humanidad.

Baja, ¡oh Señor!; no en vano

siglos y siglos vuelan;

los siglos nos revelan

con misteriosa luz

el infinito arcano

y la virtud que encierra,

trono de cielo y tierra,

tu sacrosanta Cruz.

Toda la historia humana,

¡Señor!, está en tu Nombre;

Tú fuiste Dios del hombre,

Dios de la humanidad.

Tu sangre soberana

es su Calvario eterno:

tu triunfo del infierno

es su inmortalidad.

¿Quién dijo, Dios clemente,

que Tú no volverías,

y a horribles gemonías

perenne perdición,

condena a esta doliente

raza del ser humano,

que espera de tu mano

su nueva salvación?

Sí, Tú vendrás. Vencidos

serán con nuevo ejemplo

los que del santo templo

apartan a tu grey.

Vendrás, y confundidos

caerán con los ateos

los nuevos fariseos

de la caduca ley.

Quién sabe si ahora mismo

entre alaridos tantos

de tus profetas santos

la voz no suena ya;

Ven, saca del abismo

a un pueblo moribundo;

Luzbel ha vuelto al mundo…

¿Y Dios no volverá?

¡Señor! En tus juicios

la comprensión se abisma;

mas es siempre la misma

del Gólgota la voz.

Fatídicos auspicios

resonarán en vano;

no es el destino humano

la humanidad sin Dios.

Ya pasarán los siglos

de la tremenda prueba;

¡ya nacerás, luz nueva

de la futura edad!

¡Huiréis, negros vestiglos

de nuestros duros días!

Ya volverás, ¡Mesías!

en gloria y majestad.

Gabriel García Tassara
(1817-1875).

Juicio

En el nombre del Padre y del Hijo

y el Espíritu Consolador

y la Virgen tu Madre y mi Madre,

yo me tumbo a tus plantas, Señor…

Señor, tus altos juicios me aterran como un rayo

y estoy anonadado frente a tu Majestad.

Tú, que en tus mismos ángeles encontraste maldad

y los precipitaste cual chaparrón de mayo…

Tú estás en los abismos y en los espacios plenos;

todo con tu impalpable simplicidad lo llenas

y cuentas las estrellas en las noches serenas

y en las noches fragosas increpas en los truenos…

Y yo soy polvo, barro, hijo de la mujer

caída. Ya en su seno la maldad me manchó;

y después con mis manos yo he delinquido…

¿Yo? ¿Yo, Señor? ¿Yo, mi Dios? ¿Yo me pude atrever?

¿Yo he sido tu enemigo, burlé tu ley sagrada

y levanté pendón contra el Rey Soberano?

Tú me hiciste y me tienes. Si separas la mano,

¡yo me vuelvo a la nada!

Por eso ahora, helado de terror como un muerto,

a pesar de mis largos años de penitencia,

me parece que siento tu divina presencia

que llena la solemne soledad del desierto…

Y tus labios que atajan, como diques de Gades

tus sentencias terribles, que serán un torrente,

y tus ojos, como una claridad trasfundente

que penetra la médula de mis iniquidades.

¿Cómo él hijo del hombre podrá serte importuno?

¿Quién mirará de fijo tu cara? ¿Quién abrir

podrá los labios trémulos? Si quieres argüir,

¡de mil cargos que le hagas, no soltará ni uno!…

Y entonces, ¿dónde escapo, Señor, que no me atajes?

¿Dónde me escondo al hórrido tronar de tus furores

cuando venga tu ira sobre los malhechores

súbita como un golpe de caballos salvajes?

¡Cómo estará mi alma, Señor, en los fatales

instantes en que le hundas tus escrutantes ojos,

mientras aquí en mi cueva, mis calientes despojos

los olfatean los hambrientos animales!

El dicho es formidable y el minuto espantoso

cuando tu boca eterna de Juez nos precipita

o a los reinos de la Virgen bendita

¡o a la caverna del león y el oso!

Y después no habrá cambios, ni mudanzas, ni glosas.

Se enclavará el destino de todo ser creado,

y allí donde han caído y así como han quedado

¡quedarán, in aeternum, las cosas!

Quedarán con firmeza adamantina, ¡Señor!

¡Señor, la incertidumbre de mi suerte me tumba!

¡Señor, nada se arregla más allá de la tumba!

¡Y yo no sé si estoy en odio o en amor!

Lo que pequé no sé si querrás perdonar,

y sé muy bien que puedo retornar a pecar…

¡Y el demonio que acosa, y este mundo que vende!

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