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Leonardo Castellani - Doce parábolas cimarronas

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Leonardo Castellani Doce parábolas cimarronas

Doce parábolas cimarronas: resumen, descripción y anotación

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Una Parábola se podría definir como «un tiro por elevación», del cual el proyectil realiza un recorrido parabólico: una parábola es un cuento (no es un cuento) que muestra una verdad cotidiana (un banquete de bodas, un hijo pródigo) pero vista desde un punto elevado, desde Dios. El P. Castellani, como siempre, nos regala estas historias reales (posibles) gauchescas, no con «moraleja» sino con la mirada del Águila divina, a través de los ojos (de su único ojo) limpios de niño que se abre atentamente al mundo que lo rodea.

Quizás toda su vida fue una parábola, una historia humana vista con los ojos de Dios. Tenía (y ahora con más razón) lo que santo Tomás llama «el ojo de la contemplación»: tuvo una oscura y luminosa vida contemplativa, porque en las historias humanas que narra con tanto realismo y criollismo supo descubrir y ver la Historia del hombre entrelazada con la Historia de Dios.

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APÉNDICE
EL ARTE DE LAS PARÁBOLAS

Las parábolas de Cristo son pequeñas obras de arte, indudablemente: arte elemental, todo lo que quieran. Este simple hecho, conocido hace veinte siglos, dirime por sola presencia tres difíciles problemas de Estética, a saber: 1º, el proceso al Arte; 2º, el Arte y la Moral; 3º, esencia de la Belleza.

Pueden ser dirimidos de otro modo, por raciocinio abstracto, por supuesto: aunque dese modo existe una discusión secular. Pero el hecho del «Arte de Cristo» los dirime autoritativamente. Voy a mentarlos en forma breve y sencilla.

EL PROCESO AL ARTE. —⁠Es conocida la frase de León Bloy: «El Arte es un parásito aborigen de la antigua serpiente. Deste origen deriva su inmenso orgullo y su potencia de sugestión. Se basta a sí misma como un dios; y las coronas floronadas de los Príncipes, comparadas a su tocado de centellas, parecen yugos o cepos. Es tan refractaria a la adoración como a la obediencia; y la voluntad de nadie la doblega ante ningún altar. Puede consentir en hacer limosna de lo superfluo de su fasto a Templos o Palacios, cuando eso le trae cuenta, pero no hay que pedirle ni una guiñada supererogatoria… Se podrá encontrar excepcionales desdichados que sean a la vez artistas y cristianos, pero no se encontrará un arte cristiana…». (Belluaires et Porchers).

Esta afirmación-límite, hecha para marcar una profunda antinomia (que es el problema) es repetida muchas veces por el Tertuliano francés:

«Helio se persuadió, en la demencia de su celo, que podía haber un arte cristiano, sin sospechar un instante la experimentable cizaña evocada por esta expresión, y sin oír los aullidos simultáneos destos dos vocablos incompatibles…». (Un brelan d’excommuniés ).

«Yo no soy un artista, soy un peregrino del Absoluto…» aunque al final (La femme pauvre) puesto que indudablemente era un artista, admite a regañadientes al Arte en función de puro y simple vehículo.

«Entonces ¿qué quieren que les diga?, si el arte está en mi bagaje, ¡tanto peor para mí! No me queda más remedio que poner al servicio de la Verdad lo que me ha sido donado por el Error. Recurso precario y peligroso, porque lo propio del Arte es amañar ídolos…».

Para mejor apareció después un degenerado (literalmente) que, apoyándose en las proposiciones extremosas y relativas a su tiempo, de León Bloy, salió diciendo que «el demonio colabora en toda verdadera obra de arte», y que «el motor universal del Arte es el Pecado», y ainda mais que «con los buenos sentimientos es con que se hace la mala literatura». Lo curioso es que las obras de él que son pasablemente buenas, están hechas con buenos sentimientos; y las perversas son aburridas y gélidas, cerebrales. Mas no era el problema de la literatura perversa (que no es problema) el que inquietaba a León Bloy.

Era el mismo problema que en el mismo tiempo o poco antes inquietaba a un jorobadillo que él no conoció, Soeren Kierkegaard, (Suren Kirkegord) temeroso siempre de ser solamente «un poeta religioso» en vez de un varón religioso y un «Caballero de la Fe». Nadie ha planteado el problema con tanta acuidad (y no olvidemos que el problema remonta a Platón) como el danés, en su caractología o etopeya de los poetas. Resumiré, o indicaré solamente esa requisitoria contenida en su tesis doctoral juvenil El concepto de la ironía en Sócrates.

El poeta vive en el plano estético (el plano de la sensación y la impresión), más aún, tiene el poder de hacer bajar lo ético y lo religioso al plano estético, labrando dello imitaciones o imágenes («mimesis») que pueden tomarse por lo real, no siéndolo.

El poeta es aquél que sueña con un acto, el cual no llega jamás a realizar: esencialmente es aquél que no cumple jamás la reafirmación de sí mismo.

Ser poeta es tener su vida personal en categorías radicalmente otras que las que se exponen poéticamente… Lope de Vega vive en concubinatos incesantes y en adulterios sacrilegos (siendo ya sacerdote) y al mismo tiempo escribe purísimos sonetos a Jesucristo y «Autos sacramentales».

Una existencia de poeta es una existencia infeliz; su vida pierde la continuidad; su alma hace movimientos momentáneos y desordenados como la rana galvanizada: muchas veces entre sí contrarios.

Es que el instante estético es lo que hay más lejano en el mundo del instante de la eternidad.

El esteta adopta una relación falsa con el tiempo: busca invertir su curso, transformar la esperanza en recuerdo. Eso es sin duda lo que expresa la música de Mozart, esa nostalgia del recuerdo, esa aspiración melancólica hacia el pasado. El esteta vive en lo posible y lo pasado, no en lo presente.

El que vive estéticamente lo espera todo de afuera; su vida es excéntrica.

Kirkegord ha pasado por esa vida «estética» de que habla; aunque el estado estético puro, que es la inmediatez misma —⁠la pérdida del hombre en las sensaciones sucesivas⁠— es casi irrealizable, es más propio del animal. Pero la persecución directa y continua de lo bello, lo pintoresco, lo interesante… acaba por deshacer la vida, y lo que es más curioso, el Arte misma —⁠decía Baudelaire.

Mucho más larga es la diatriba. En realidad, Kirkegord piensa en los poetas románticos de su tiempo, a los cuales conocía… y a los cuales perteneció: en un Víctor Hugo, por ejemplo, o en su desdichado amigo y maestro Paul Moeller.

Rechaza a Schelling, y su pretensión de que el artista es el paradigma del hombre, y el verdadero HOMBRE; y todas esas pamplinas del «sacerdocio del Arte», «el valor sacramental de la Belleza», «la Poesía es Religión», que badalacaban los románticos. «La poesía es la ilusión antes del entendimiento; la religión es la ilusión después del entendimiento» —⁠responde Kirkegord. En efecto, la poesía y la religión se tocan en un punto: pero también los extremos se tocan.

«El esteta es el que vive poéticamente: el que no sufre ningún yugo, busca el goce, disuelve toda realidad en posibilidades y sueños, crea una ringla de humores entreverados, y va sin cesar hacia nuevos deseos… todo lo contrario de la Eternidad…». No es el retrato de algunos (muy pocos) grandes poetas, pero es retrato de todos los menores… y de algunos mayores.

Platón los expulsaba de su «república», incluso al viejo Homero (del cual toma versos sin embargo) incriminándole su descripción complaciente y desedificante de las torpezas morales del Olimpo; aunque no a todos, sino a los existentes entonces, pues postula la aparición de una nueva poesía purificada. Lo mismo hace San Agustín con respecto a Virgilio, al cual condena, y sin embargo… se lo sabe de memoria. Adora sin embargo el Hiponense a los profetas hebreos; y él mismo es poeta. Casi todos los que han hecho el «proceso del Arte» fueron grandes artistas —⁠incluso Savonarola.

¿Habrá que decir pues que el Arte es lícito y decente sólo cuando es docente; cuando se vuelve un mero vehículo de una enseñanza, una edificación o una moralización: «fermosa cobertura de cosas útiles», como definió a la Poesía el Marqués de Santillana? Ése es el segundo problema. Y que el Arte PUEDE hacer eso sin dejar de ser artístico lo dirimen, contra los exageradores del «arte puro», las parábolas de Cristo.

EL ARTE Y LA MORAL. —⁠Los artistas siempre se han sentido independientes de la Moral. El artista en cuanto artista (no en cuanto hombre) es perfectamente amoral. Su plano de actividad no es el de las costumbres, sino el de la contemplación. ¿Qué contemplación? Contemplación de las formas sensibles, que él maneja y combina como un mago. Por lo sensible llegamos al primer conocimiento de Dios; y en el último conocimiento de Dios todo lo sensible se transfigura en Eternidad, cierto; pero la magia es peligrosa, porque de blanca puede volverse negra.

«¡El Arte por el Arte!» —gritó Teófilo Gautier. El artista ni necesita ni debe someterse a un fin útil. La obra de arte tiene su finalidad en sí misma. Si es verdadera obra de arte, es moral —⁠mejor dicho

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