DIOS
PADRE,
HIJO y
ESPÍRITU SANTO
D AVID Y ONGGI C HO
La vida cristiana está llena de cosas hermosas que nos ha dado Dios para disfrutarlas. Sin embargo, a veces las perdemos porque nos sentimos tan pequeños delante de su presencia augusta, que pasamos por alto quién es él en realidad. Lo miramos como alguien muy lejano e inalcanzable.
De modo que ahora cabe esta pregunta: ¿cuánto sabemos acerca de la Trinidad? La Biblia es una fuente inagotable que nos permite adentrarnos en temas como este que tanto nos inspiran a vivir como verdaderos cristianos. Por tanto, son muchos los teólogos que se han dado a la tarea de satisfacer esta necesidad, lo cual es muy encomiable. Los análisis eruditos de la Trinidad abundan. Pero más que un análisis, el pueblo de Dios necesita experimentar la presencia de Dios de una manera poderosa. Sin embargo, no siempre estamos preparados. Si ese es su caso, emprenda un viaje a través de la Biblia mediante Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Este libro viene a dar respuesta a muchas inquietudes que tenemos en cuanto a Dios. Un sinnúmero de personas conocen a Dios de manera intelectual. Entre otras cosas, oyen hablar de su amor, misericordia, fidelidad, gracia y poder, pero consideran que todas estas bendiciones no están a su alcance. Han oído que Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, pero no se deciden a aceptarlo. Incluso, saben que existe el Espíritu Santo, pero ahí queda todo. A menudo dicen: “No soy digno. ¿Cómo pensar que puedo estar tan cerca de un Dios tan grande?”
El autor de Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo responde este interrogante: “Todos somos viles pecadores que merecemos ser desechados. Pero Dios compró nuestra alma con la sangre de su Hijo Jesucristo y, habiendo perdonado todos nuestros pecados, nos ha declarado justos.”
De manera sencilla y práctica, Cho nos lleva a profundizar en lo que significa para nosotros Dios el Padre, quien con su misericordia infinita preparó el camino de la redención a través de Jesucristo, Dios el Hijo, quien entregó su vida en rescate por todos y que, al marchar a los cielos, no nos dejó solos, sino que nos dejó la presencia poderosa del Espíritu Santo.
Es nuestro mayor deseo que este libro le lleve a buscar más de Dios y que cada día sea un reto para crecer en la vida cristiana.
La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios,
y la comunión del Espíritu Santo sean con
todos vosotros. Amén. (2 Corintios 13:14)
Editorial Vida
Miami, EE.UU.
Diciembre de 1998
1
Los caminos de Dios
C omo los padres aman a sus hijos, Dios ama a los israelitas que son su pueblo escogido. Sin embargo, los israelitas renunciaron a esta bendición, adoraron ídolos y se entregaron a la iniquidad.
En particular, los líderes y los funcionarios del gobierno eran personas orgullosas carentes de toda compasión, entregados a toda suerte de perversidades en busca de satisfacción para sus deseos carnales. Presentaban ofrendas en forma despectiva y la observancia de los días especiales solo eran para cubrir las apariencias. En el caso de los sacerdotes la corrupción interna era indescriptible.
Sus iniquidades provocan el lamento de Dios: “El buey conoce a su dueño, y el asno el pesebre de su señor; Israel no entiende, mi pueblo no tiene conocimiento” (Isaías 1:3).
La misericordia de Dios
A través del profeta Isaías Dios comunicó a los israelitas sus pecados y les advirtió del juicio venidero. Por otra parte, por su amor y compasión sin límites, los exhortó a que se convirtieran al Señor y se apartaran de sus pecados.
¿En qué consisten la compasión y la misericordia de Dios hacia con nosotros en el día de hoy?
El camino del perdón
Dios dejó abierto el camino del perdón para toda persona en cada lugar.
La historia siguiente ocurrió en el sur de Estados Unidos. Una noche, un hombre de edad madura regresó a casa borracho y sostuvo una agria discusión con su esposa. Enojado, salió de la casa dando un portazo y puso en marcha el motor de su auto.
Sin darse cuenta, su hijo de tres años lo siguió y se quedó parado detrás del auto. Cegado por la ira dio marcha atrás, atropelló a su hijo y lo mató. Después no podía resistir el sentimiento de culpa por haber dado muerte a su hijito y se convirtió en un hombre sin propósito en la vida.
Un día, mientras vagaba sin rumbo, oyó las campanas de una iglesia. Sintió como si las campanas lo estuvieran empujando hacia el templo, así que entró.
Ese día el pastor estaba dando un mensaje sobre la misericordia de Dios. Sin embargo, el hombre abatió su cabeza mientras pensaba: “Un pecador como yo no tiene posibilidad de perdón.”
Sin embargo, el mensaje del pastor seguía golpeando su corazón. “Jesús murió en la cruz por tus pecados, por los tuyos. Dios te mostrará su misericordia si tan solo te arrepientes.”
Finalmente reveló su pesada carga al Señor y lloró con su corazón lleno de arrepentimiento. Más tarde, no podía contener el gozo y la gratitud hacia el Señor por su misericordia. Por tanto, decidió ofrecer el resto de su vida al Señor y se dedicó a trabajar en una organización juvenil cristiana internacional.
Alcance (límite) del perdón divino
Hay gente que piensa: “Debido a la gravedad de mis pecados, no puedo ser perdonado.” Pero, ¿a quién podría Dios negar esta limpieza puesto que ha dado a su Hijo unigénito en la cruz para lavar el pecado?
David dice: “Él es quien perdona todas tus iniquidades, el que sana todas tus dolencias” (Salmo 103:3). Asaf proclama: “Pero Él, misericordioso, perdonaba la maldad, y no los destruía. Y apartó muchas veces su ira, y no despertó todo su enojo” (Salmo 78:38).
Además, según Miqueas 7:19: “Él volverá a tener misericordia de nosotros; sepultará nuestras iniquidades, y echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados.” Dios perdona todos los pecados sin excepciones.
Durante su reinado, David cometió el pecado de adulterio con Betsabé, la esposa de Urías, su siervo fiel. Con el fin de ocultar su pecado, urdió un complot para que Urías muriera en una sangrienta batalla. De esta manera agregó el pecado de homicidio al otro que había cometido. Sin embargo, Dios envió al profeta Natán para que le revelara al rey David sus pecados. En cuanto el rey recibió el mensaje se arrepintió sin dar excusas y sus terribles pecados fueron perdonados.
Jesús también perdonó a la adúltera sorprendida en el acto de cometer el pecado, y mientras estaba clavado en la cruz, perdonó al terrible ladrón que pendía junto a Él, en cuanto aquel se arrepintió de sus pecados.
De manera que no hay pecado tan grave ni pecador que sea tan terrible que no pueda tener perdón.
Todos somos viles pecadores que merecemos ser desechados. Pero Dios compró nuestra alma con la sangre de su Hijo Jesucristo y, habiendo perdonado todos nuestros pecados, nos ha declarado justos.
Sin embargo, no perdonará si uno blasfema a propósito contra el Espíritu Santo. Esto queda muy claro cuando consideramos Mateo 12:31: “Por lo tanto os digo: Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres; mas la blasfemia contra el Espíritu no les será perdonada.”
“El que viola la ley de Moisés, por el testimonio de dos o tres personas muere irremisiblemente. ¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisoteare al Hijo de Dios, y tuviere por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado, e hiciere afrenta al Espíritu de gracia?” (Hebreos 10:28-29).