ROSA MÁRQUEZ (Madrid, 1978) es licenciada en Comunicación Audiovisual por la Universidad Complutense de Madrid y máster en periodismo por la Universidad San Pablo CEU. En 2007 se trasladó a la Habana para estudiar guion e interpretación en la Escuela internacional de Cine y Televisión de Cuba. Ha sido guionista del programa de Telemadrid No estamos locos y del documental Soul, seleccionado en el Festival Internacional de Cine de Berlín en 2016. Ha escrito y dirigido cinco cortometrajes premiados en diversos festivales y ha publicado relatos entres otras en las antologías Incómodos (2016) y Cuando fuimos malos (2018). Es codirectora, junto con Marta Jaenes, del documental sobre feminismo en España ¿Qué coño está pasando? estrenado en Netflix en 2019.
MARTA JAENES (Madrid, 1983) es periodista especializada en igualdad y políticas sociales. Desde 2012 trabaja como reportera en la Sexta Noticias. Estudió realización de documentales en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños (Cuba). Ha sido corresponsal en Madrid de la televisión holandesa VPRO y ha trabajado en informativos y en programas de actualidad de diferentes medios de comunicación como Cope, Castilla-La Mancha Televisión o Telemadrid. Además del documental sobre feminismo en España ¿Qué coño está pasando?, estrenado en Netflix en 2019, ha escrito y dirigido Sentidos un corto documental rodado en La Habana.
Un mundo sin violadores sería un mundo en el cual las mujeres se moverían libremente, sin temor a los hombres. El hecho de que algunos hombres violen significa una amenaza suficiente como para mantener a las mujeres en un permanente estado de intimidación.
SUSAN BROWNMILLER,
Contra nuestra voluntad, 1975
PRÓLOGO de Nuria Varela
¿Cerró usted las piernas? Contra la cultura de la violación es un libro que acierta desde el mismo título, y no porque este sea más o menos comercial, sino porque incide en dos aspectos fundamentales en torno a las agresiones sexuales. El primero: la culpabilización de las mujeres. «¿Cerró usted las piernas? ¿Cerró bien toda la parte de los órganos femeninos?», se atrevió a preguntar una jueza a una mujer violada. El subtítulo, también determinante, refleja el segundo aspecto: «Contra la cultura de la violación». Determinante para acabar con la normalización de las agresiones sexuales, esa cultura que ha generado el imaginario del deseo sexual sobre una mirada únicamente masculina, que asocia el deseo y el placer al poder y a la violencia, y que incluso pretende hacer pasar ese imaginario por universal: de «jolgorio» calificó el juez Ricardo González la violación perpetrada por La Manada. «Jolgorio» llamó González a lo que estaba sufriendo la joven mientras la violaban.
Rosa Márquez y Marta Jaenes abren el libro con una cita de Susan Brownmiller: «Un mundo sin violadores sería un mundo en el cual las mujeres se moverían libremente, sin temor a los hombres. El hecho de que algunos hombres violen significa una amenaza suficiente como para mantener a las mujeres en un permanente estado de intimidación». Brownmiller en su obra Contra nuestra voluntad arrancó la conceptualización de la cultura de la violación, que básicamente consiste en que todas las mujeres del mundo sabemos, desde que somos niñas, que nuestro cuerpo no merece respeto y que, si llegamos a ser agredidas sexualmente, seremos nosotras las juzgadas: se pondrá en cuestión desde nuestro aspecto hasta la ropa que llevábamos, y por supuesto, nuestra reputación sexual. Sin embargo, ni los crímenes ni mucho menos lo que los hace posibles serán discutidos. Se acepta mediática, judicial y socialmente que estos crímenes forman parte de la condición normal de la vida de las mujeres. Recuperando el concepto de Giorgio Agamben de nuda vida para aplicarlo al relato que los medios hacen de las agresiones, incluso de los asesinatos de mujeres —que los medios hacen y la sociedad acepta implícitamente, nunca de manera verbalizada— Nerea Barjola señala que se trata de una vida, la de las mujeres agredidas, totalmente despojada de derechos. De ahí el poder de la cultura de la violación y de ahí la necesidad de «desmontarla», ya que es la fórmula más eficaz para el control de las mujeres.
¿Cerró usted las piernas? va recorriendo los hitos de los últimos años y, especialmente, cómo se va construyendo la ruptura del silencio. La ruptura del silencio de las mujeres es lo que está comenzando a desmontar la cultura de la violación, pero cuidado, porque el patriarcado siempre responde, y ahí está defendiendo lo indefendible para mantener ese imaginario intacto: las mujeres prostituidas y tratadas lo son por libre elección. Más de lo mismo, esa cultura del placer asociada al poder y al deseo masculino pretende con todas sus fuerzas convertirla en universal para hacer pasar todas las violaciones y agresiones sexuales por relaciones consentidas.
Demasiadas complicidades en esa cultura de la violación pero, probablemente, las más determinantes son la de la escuela —esa máquina de machismo inconsciente que continúa sin darse por aludida ante el aumento de la violencia entre las generaciones más jóvenes—, las del ámbito judicial —aún hoy, la lectura de buena parte de las sentencias es la lectura de un relato de terror— y las de los medios de comunicación. Son los medios los que día tras día continúan tratando a las mujeres como objetos de la narración dejando patente el no-lugar de las mujeres en las noticias y transformando la información sobre las agresiones en acusaciones contra la demanda de las mujeres sobre su autonomía vital. De todo esto se ocupan las autoras en el tercer capítulo, «Ni putas ni puritanas», dando así un giro actual al clásico Ni putas ni sumisas de Fadela Amara.
El paralelismo no puede ser más acertado. En aquel libro, Amara dejó por escrito su potente acusación de cómo en las segundas generaciones de inmigrantes, en la moderna y laica Francia, las mujeres se veían obligadas a vivir las formas más arcaicas de sumisión y miedo. Amara describió con todo detalle que en las barriadas parisinas ni siquiera mandaban los padres o la tradición, sino una generación de hermanos mayores que organizaban violaciones contra las disidentes. Una vez más, en el corazón de la Europa actual, las violaciones se utilizaban para frenar las aspiraciones de vida libre y con derechos de las mujeres. Rosa Márquez y Marta Jaenes recogen ese guante para explicar cómo en 2018 un centenar de artistas e intelectuales francesas publicaron un manifiesto en Le Monde utilizando la acusación de puritanismo para acallar las exigencias del movimiento feminista y así frenar el auge del #MeToo. Es la estrategia habitual: cuando las demandas feministas calan en buena parte de la sociedad y se evidencia no solo que sus reivindicaciones son justas, sino que además son necesarias y urgentes, se busca rápidamente a mujeres que hagan el trabajo sucio, es decir, que se enfrenten a estas demandas para ganar un poco de tiempo.
El silencio. El silencio es el mandato patriarcal por excelencia. Durante siglos se mantuvo la expresa prohibición a las mujeres de tener conocimiento, leer, escribir, crear, hablar en púbico… Ese pacto de silencio forjado sobre el miedo de ellas, la violencia de ellos y la indiferencia de la mayoría había conseguido normalizar el abuso y el maltrato, generando, manteniendo y alimentando la cultura de la violación. Pero el silencio se ha roto. Ana Orantes, Malala, el movimiento #MeToo… Miles de voces de mujeres de todo el mundo lo están haciendo añicos con una fuerza desconocida hasta ahora. La obra de Rosa Márquez y Marta Jaenes se inserta en esa ruptura.