I NTRODUCCIÓN
Una violencia machista normalizada y no bien tratada en los medios
Más de ochocientas mujeres han sido asesinadas a manos de más de ochocientos hombres en los últimos diez años en España. Sin embargo, es difícil encontrar un titular como este en los medios de comunicación. Hay una desproporción entre la gravedad del problema que supone que los hombres asesinen de forma sistemática a las mujeres con las que tienen o han tenido un vínculo y la manera en que lo cuentan, cuando lo hacen, los medios de comunicación.
Los asesinatos de mujeres a manos de hombres constituyen la primera causa de muerte violenta en España. Incluso cuando la banda terrorista Eta asesinaba, había más muertes de mujeres a manos de hombres que víctimas del terrorismo. Eta ha asesinado en cuarenta años de historia a 848 personas. Desde que hay estadísticas, 2004, son más de mil las mujeres asesinadas por hombres. Sin embargo, la atención informativa que se ha prestado al terrorismo etarra no es equiparable a la todavía escasa y deficiente cobertura que se presta en la mayoría de los medios de comunicación a la violencia de género.
No se trata solo de una cuestión numérica, es que la violencia machista es un problema estructural, de extraordinaria envergadura, sostenido en el tiempo, que deja centenares de niños huérfanos, y que aún no ha encontrado en la mayoría de los medios de comunicación un abordaje exhaustivo y proporcionado a la gravedad de los hechos.
Esta desproporción entre las dimensiones de la violencia machista y su tratamiento en los medios de comunicación es el reflejo de una percepción de las mujeres como seres que aún no son considerados como iguales a los hombres, que son aún tenidos por inferiores. Se sigue pensando en demasiados casos que lo propio es que el hombre maltrate a su mujer, que esta es merecedora de su sufrimiento y que algo habrá hecho para padecerlo. «Algo habrá hecho» es lo que se decía respecto de las víctimas de Eta para justificar su asesinato en los años setenta y ochenta.
La violencia de género está tan arraigada que muchas veces no es percibida como tal, está normalizada, no es nombrada como violencia. Hay mujeres que sufren violencia de género y no lo saben, mujeres que piensan que el maltrato físico, verbal o psicológico que les infligen sus maridos es lo normal, lo propio en una relación entre hombre y mujer.
La violencia de género no son solo los asesinatos, aunque se tienda a informar únicamente de ellos. La violencia de género existe antes del asesinato; empieza con el control, el insulto, el desprecio, los golpes, que en muy contadas ocasiones salen en los medios de comunicación. Se suelen narrar como un balance final cuando se produce un asesinato, pero se silencian cuando ocurren.
Un hecho que nos habla de la gravedad y la trascendencia del problema es que existe violencia machista en jóvenes nacidos y educados en democracia. Adolescentes que supervisan las llamadas de móvil de sus novias, que les dicen cómo deben vestirse, que les reprochan si tardan en contestar a sus WhatsApp, que las someten a un maltrato psicológico, a una violencia de control que no necesariamente acaba en asesinato, pero que supone un tipo de violencia machista, doblemente grave por producirse entre jóvenes socializados en libertad.
Muchas mujeres adolescentes no perciben que sufren violencia de género. Mujeres adolescentes víctimas de maltrato reconocen que no fueron conscientes de que eran víctimas de violencia de género hasta que la policía, o la psicóloga que las atendió, se lo dijo con esas palabras.
También existen mujeres mayores y cualificadas profesionalmente que no son conscientes de ser víctimas de violencia de género, que les parece que el maltrato que les da su marido es lo normal, que durante años han padecido malos tratos sin saber que lo eran, que supieron que eran víctimas de violencia de género cuando leyeron estas tres palabras y una explicación de en qué consistía.
Todo ello nos habla de una violencia machista cotidiana, arraigada hasta tal punto en usos y costumbres que no es percibida como una anomalía, sino como algo normal, de toda la vida. Nos habla de una violencia no nombrada, invisible para los medios de comunicación. Violencia machista que está normalizada en el habla diaria, en las palabras que se emplean, heredadas de generación en generación, en chistes, en expresiones machistas socializadas por el uso. Violencia machista invisible en conductas que establecen, por ejemplo, que los celos del hombre son una muestra de amor a la mujer, o que hacen que todavía haya mujeres que piensan: «mi marido me pega lo normal».
Hay todavía algunos discursos públicos que justifican el maltrato y halagan a la mujer que lo padece en silencio, que ponen como modelo a la Cenicienta por ser «un ejemplo para nuestra vida por los valores que representa, por recibir los malos tratos sin rechistar y buscar consuelo en el recuerdo de su madre».
Estas evidencias, esta normalización asumida de la violencia de género, nos obliga a los periodistas a elegir bien las palabras a la hora de informar del terror que sufren las mujeres, a llamar a las cosas por su nombre y a evitar circunloquios, a no reproducir el lenguaje heredado y habitual, tantas veces machista.
Los que trabajamos en los medios de comunicación aún no hemos encontrado las palabras y las imágenes adecuadas para informar de la violencia de género. Todavía se pueden leer expresiones como «crimen pasional», «violencia doméstica» o «compañero sentimental», que no sirven para informar cabalmente de la gravedad del problema. Todavía se emiten imágenes que banalizan o convierten en espectáculo la violencia de género. Se ofrecen enfoques morbosos, testimonios que no añaden información y que sí frivolizan el problema, se habla de los asesinatos machistas como si fueran un suceso.
De la misma forma que se tardó años en encontrar las palabras adecuadas para informar del terrorismo, parece que aún falta tiempo para que en todos los medios de comunicación se utilice un vocabulario adecuado, que sirva para informar de manera proporcional de la gravedad de la violencia de género. Los periodistas no podemos tener una postura neutra ni neutral a la hora de contar uno de los problemas más graves que existen en nuestro país. No cabe equidistancia ni bisectriz moral entre el maltratador y la maltratada, entre el asesino y la asesinada.
El machismo está profundamente arraigado en la sociedad española, empieza por las palabras, por expresiones que se repiten a lo largo del tiempo sin que se tenga conciencia de que son machistas, por actitudes, por una jerarquización de la sociedad que permite que alguien diga y escriba en un medio de comunicación que la nueva alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, «va al ayuntamiento vestida como una fregona».
En la Red se difunden a diario comentarios machistas, ofensivos e incluso amenazantes contra mujeres, periodistas, feministas que denuncian la desigualdad. En los medios de comunicación, algunos de los asesinatos de mujeres no se publican ni en un breve; en otros casos solo se informa de la violencia de género cuando hay asesinatos y se omiten los escalones previos, tan lesivos para las mujeres, que anulan su autoestima y las paralizan. No siempre se habla de los hijos huérfanos. Los asesinatos de mujeres aparecen en las páginas de sucesos de algunos medios y, en muchos casos, se cuentan en un contexto exculpatorio del asesino y que induce a sospechar de la asesinada.