Akal / Universitaria / 324
J. G. A. Pocock
Pensamiento político e historia
Ensayos sobre teoría y método
Traducción: Sandra Chaparro Martínez
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RAG
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Título original
Political Thought and History. Essays on Theory and Method
© J. G. A. Pocock, 2009
© Ediciones Akal, S. A., 2011
para lengua española
Sector Foresta, 1
28760 Tres Cantos
Madrid - España
Tel.: 918 061 996
Fax: 918 044 028
www.akal.com
ISBN: 978-84-460-4028-6
Prefacio
I
Quisiera presentar esta colección de ensayos escritos a lo largo del último medio siglo, porque creo que pueden sernos de utilidad para reflexionar, tanto sobre la metodología como sobre la historia de las ideas más recientes. A lo largo de estos años se ha definido y practicado en Cambridge, como en otras universidades, cierto método o procedimiento para analizar el pensamiento político y estudiar su historia, o, mejor dicho, para estudiarlo en el seno de la historia. Es un método que se asocia, hasta tal punto, con la Universidad de Cambridge que se le suele definir por el nombre de esta localidad (y a medida que uno se aleja de Cambridge, más). Algunos de sus defensores más destacados se empiezan a retirar de la docencia activa, y aunque se siga utilizando esta metodología para estudiar la historia de las ideas, probablemente cambien los objetivos y objetos de análisis. Puesto que me he implicado en la elaboración de este método antes que otros (al igual que me he jubilado antes que otros aunque sin renunciar por ello a la creación intelectual), he querido publicar estos ensayos en los que analizo lo que creía (y sigo creyendo) que son este método y sus rasgos principales. En numerosas ocasiones, estos me han obligado a cambiar mi enfoque, imprimiendo a mi trabajo una dirección propia. Algunos aspectos de esta presentación han de ser, necesariamente, autobiográficos y refuerzan el ego del autor. Sin embargo, intento demostrar que ese ego actúa en un contexto histórico que, si bien sigue siendo funcional, ha ido cambiando a lo largo de su historia. Lo que recobro del pasado y reelaboro en trabajos más recientes pretende ser una contribución a la metodología que acabo de mencionar.
Como ya he dicho en otros ensayos, en el que Robert Brady arremetió contra los críticos de Filmer. El análisis del segundo de los debates culminó en la lectura de mi tesis doctoral en 1952, publicada bajo el título The Ancient Constitution and the Feudal Law, cinco años después.
Descubrí que los argumentos de corte político, parte de aquello que denominamos, con cierta laxitud, «pensamiento político», se formulaban en multiplicidad de lenguajes y habían dado lugar a una serie de actos de habla cuya trabazón conformaba la «historia del pensamiento político». También fui consciente de que, al menos algunos de estos «lenguajes», adoptaban la forma de un argumento histórico que, unido a otros, creaba un discurso sobre la historia, una «historiografía». Por lo tanto, decidí diferenciar entre «pensamiento político» y «teoría» o «filosofía política» que han avanzado mucho más por una senda que yo creía conocer.
El volumen que introduce este prefacio trata de las relaciones existentes entre la historia y la teoría política. En la primera parte, «El pensamiento político como historia», describo un método que se puede aplicar al estudio de ambos (capítulo 1); en los capítulos 3 y 4 formulo algunas teorías sobre el lenguaje en la historia para esbozar primero una política experimental del lenguaje y formular una relación entre el filósofo y el historiador después, a ser posible menos controvertida que la propuesta por los seguidores del difunto Leo Strauss (he seleccionado estos ensayos, entre otras cosas, porque me gustaría traer a colación ciertos incidentes, acaecidos recientemente, que afectan a la historia del pensamiento en los Estados Unidos, país en el que también me he dedicado al estudio de la historia del pensamiento político); en la década de los setenta mi carrera se decantó, básicamente, hacia la teoría política y en los años ochenta (capítulos 5-7) estuve intentado desarrollar un método que me permitiera analizar el pensamiento político desde el punto de vista de la historia y determinar ante qué tipo de historia me encontraba.
La segunda parte, «La historia como pensamiento político», ha suscitado menos entusiasmo entre mis colegas porque intentaba hacer historia; no filosofía de la historia, sino historiografía. Algo similar a la historia práctica de Oakeshott: una forma de pensamiento político capaz de descubrir los límites de su practicidad. Analizaba en primer lugar el hecho de que se pueda pensar a una comunidad política de más de una forma para, posteriormente, reflexionar sobre una comunidad narrándola en múltiples contextos de circunstancias históricas y cambio. Mi interés por la historia de la historiografía parece haberse despertado en fechas tan tempranas como mi interés por la historiografía del pensamiento político (1962). De hecho, escribí los dos primeros ensayos de esta sección en la Universidad de Canterbury donde fui docente antes de dejar Nueva Zelanda para trasladarme a los Estados Unidos, en 1966. Ambos reflejan mi profunda (aunque no plena) identificación en el pensamiento de Michael Oakeshott que utilicé para mis propios propósitos en modos que ni él ni sus devotos seguidores hubieran aprobado. En ambos hago referencia a un proyecto que no interesó a los occidentales: el de incluir una relación básica de la filosofía política de la China antigua en las clases impartidas a los estudiantes de primeros cursos de historia del pensamiento político.
Casi veinte años separan a estos artículos de los siguientes en los que retomo la idea de la historiografía como pensamiento político en los términos descritos líneas atrás. En los últimos capítulos de este volumen (9-13) me pregunto si un ciudadano puede erigirse en historiador de su comunidad, narrando y re-narrando una historia que comparte con otros que no la narran ni sienten la necesidad de reflexionar sobre ella. Siempre pueden sugerir a la comunidad formas posibles de narrar una historia que, normalmente, empieza siendo un mito para después ser verificada, debatida y re-narrada, a medida que la comunidad descubre que todo pasado es cuestionable y, sobre todo, multidimensional; la historia se gesta en tantos contextos diferentes que descubrimos nuevos sin cesar. Creo que, como una sociedad civil ejerce su soberanía, autonomía y autogobierno narrando, re-narrando e interpretando su propia historia, no tiene más remedio que reconocer que la soberanía también es cuestionable, condicional y, en definitiva, histórica. Y quisiera negar ese argumento tan extendido de la ideología posmoderna que consiste en afirmar que, puesto que la comunidad independiente y el yo autónomo existen en el seno de más relaciones de las que cabe definir o controlar, nunca se podrá recurrir al pasado para decidir cómo actuar en el futuro. Me inclino a creer que tener historia es más importante que tener identidad, pues la habilidad para criticar o re-narrar la propia historia es una forma de navegar por el océano sin límites y sin fondo de Oakeshott. Pero hay que ser ciudadano para re-narrar la historia; de algún modo uno debe sentirse parte de la historia que relata. Hay quien tiene buenas razones para considerarse un súbdito o «subalterno» en esa historia y dedico el capítulo 12 a describir qué tipo de historia podrían escribir o podría escribirse para ellos. Puede que haya pocas comunidades políticas que tengan una historia en el sentido que yo le doy al término. Tal vez haya quien crea que nuestras historias son una fuente de opresión en el seno de una historia que hemos negado a muchos. ¿Qué podemos hacer para conservar nuestra historia y hacerles justicia a la vez? ¿Esperar hasta que escriban el mismo tipo de historias que nosotros y podamos leerlas en un contexto común? Puede que no quieran existir en esas condiciones de multi-contextualidad que es, en gran medida, el resultado de nuestra historia y nuestra historiografía. Parece que atravesamos por una segunda Ilustración que ya no intenta deconstruir lo sagrado sino el Yo, negando autonomía a las comunidades concretas y a su historia. Es una tendencia lo suficientemente fuerte como para dedicar estos ensayos a criticarla. En ellos hablo de las controvertidas historias autónomas que quieren infiltrarse en las historias de los demás, desviándolas y negando su crecimiento. No se nos puede pedir que ayudemos a los demás a ser autónomos a costa de negarnos a nosotros mismos.