LOM Ediciones. Concha y Toro 23, Santiago
Jaime Guzmán
prólogo de Carlos Peña
Incluso avanzada la primavera se hacía acompañar de un auxiliar que antes de iniciar las clases prendía una estufa. Era como si su extraordinaria frialdad de ánimo (nada o casi nada lograba alterarlo) de pronto se transmutara en pequeños escalofríos físicos. Vestía abrigo y unas gafas gruesas cuyos vidrios hacían ver sus ojos más pequeños y más redondos de lo que seguramente eran. Calvo, esmirriado y pálido, tenía una mandíbula que comenzaba ancha y luego se angostaba en el mentón. Cuando reía mostraba unos dientes levemente desordenados. Por eso su sonrisa tenía esa rara juventud.
Rezaba un padre nuestro y un ave maría al principio de la clase, y se persignaba justo antes de comenzar a explicar que una cosa era la dictadura que entonces vivíamos, y que él apoyaba sin ningún género de culpas, y otra distinta el totalitarismo del que, gracias a Dios, habíamos sido salvados.
En su conjunto nada hacía pensar que él –ese sujeto de aspecto tímido que, con calma chicha, dictaba clases sin auxilio del más mínimo papel, y citaba sin citar a Vásquez de Mella, a Lira, a Philippi, a Schmitt, a Donoso Cortés– fuera capaz, sin que se le moviera un pelo, de participar en polémicas, erigir una justificación ideológica al golpe militar, redactar una constitución, pelearse con obispos, tolerar las violaciones a los derechos humanos, manejar los pasillos del poder, fundar un partido político, romper otro, cooptar a algunos de sus rivales y todo eso inspirado en una amalgama de hispanismo católico, corporativismo medieval, conservantismo a la Hayek, costumbres algo neuróticas, deseo de poder y ansias de salvación eterna. Nada hacía pensar que ese profesor hipnótico que respiraba un tomismo más o menos elemental, andaba en micro y se dejaba tutear, y cuya fama de inteligente se consolidó como por milagro –cuando en Chile apenas había universidades, los intelectuales eran pocos y el debate público brillaba por su ausencia– llegaría a ser el líder más astuto y más carismático que ha tenido la derecha en Chile. Porque –sacadas las cuentas– no cabe ninguna duda: Jaime Guzmán es uno de los intelectuales orgánicos más influyentes de la historia política del siglo XX y, dentro de la derecha, el que más ayudó a configurar los motivos que todavía hoy la animan.
¿Qué lecturas y qué influencias indirectas configuraron la ideología que esparció? ¿De qué forma y gracias a qué circunstancias Jaime Guzmán logró pensar las ideas que, todavía hoy, orientan a la derecha en Chile? ¿Qué vínculos median entre el discurso de Guzmán y el pensamiento político contemporáneo?
Este libro del profesor Renato Cristi intenta responder esas preguntas.
El trabajo de Renato Cristi –antes, y en la misma línea de este libro, escribió con Carlos Ruiz un estudio sobre el pensamiento conservador en Chile y otro con Pablo Ruiz-Tagle sobre la república– se caracteriza por concebir a las ideas no como piezas de un tablero más o menos abstracto en el que moverían sus piezas los filósofos, sino como recursos que alimentan y confieren sentido a la acción histórica de grupos y de clases. Desde este punto de vista, comprender las ideas exige atender, como él hace en este libro, a los problemas de legitimidad que las ideas intentan resolver y el campo de fuerzas, por llamarlo así, dentro del que surgen.
El resultado es un estudio único acerca de la genealogía de las ideas de la derecha chilena.
En su opinión, en el pensamiento de Jaime Guzmán –la más elaborada, coherente y efectiva síntesis del conservadurismo chileno, dice– se amalgaman el corporativismo de Vásquez de Mella y el neoliberalismo de Hayek; el iusnaturalismo de Santo Tomás y el decisionismo de Schmitt o Donoso Cortés; el hispanismo de Eyzaguirre y el nacionalismo tardío de Góngora.
La evolución de esas ideas –hasta configurar un sistema de proposiciones que dota de sentido a la acción política– no fue el fruto, explica el profesor Cristi, de la simple meditación o el diálogo reflexivo, sino de las circunstancias. Y es que Jaime Guzmán fue un pensador político en el sentido más propio de la expresión: alguien que pensó la política no desde el cielo de los conceptos, sino teniendo en cuenta los recovecos, a veces terribles, de la realidad; alguien que no temió acercarse a los hechos así tuviera, como ocurrió, que poner en peligro su alma; alguien, en fin, para quien las ideas eran una forma de acción.
En ese sentido –no cabe duda– Jaime Guzmán no fue un Alma Bella en ninguno de los significados de ese término: ni temió elegir, ni presumió que su espontaneidad era correcta. No dejó que las dudas que agobian al intelectual o al creyente lo consumieran. En cambio meditó, calculó y escogió. Se trató, en síntesis, y como lo muestra su participación en la dictadura, de uno de esos políticos que imaginó Weber: sin empacho alguno pactó con el diablo.
¿Qué situación le cabe a Jaime Guzmán en la política y la cultura pública del siglo XX chileno?
Renato Cristi sugiere que Jaime Guzmán fue el inspirador intelectual de la dictadura y, en ese sentido, un pensador revolucionario. La opinión del profesor Cristi es que algunos de los conceptos que usó con más fruición intelectual –el de poder constituyente o la concepción puramente instrumental de la democracia– muestran que él vio en su propia acción política y en la del régimen cuyo discurso contribuyó de modo decisivo a elaborar, un evento fundante de un nuevo orden social y político que corregía el curso histórico que, en la segunda mitad del siglo XX, había tomado Chile. En este sentido, sugiere el profesor Cristi, Jaime Guzmán representa la síntesis más acabada, y más eficaz, del pensamiento conservador chileno que se alojó tempranamente en la historiografía nacional. Todos los motivos más o menos tradicionales del pensamiento conservador –la crítica al constructivismo, la distancia frente a la sociedad de masas, la defensa de la propiedad y la familia, la democracia como un simple medio, la idea del orden como un concepto prepolítico– aparecen en Guzmán en una nueva y notable síntesis que logra adecuarse a los requerimientos de la modernización capitalista que experimenta Chile hacia fines de la segunda mitad del siglo XX.
Jaime Guzmán sería así, sugiere el profesor Cristi, el político que logra racionalizar los motivos tradicionales y más porfiados del conservadurismo hasta hacerlos calzar con la dinámica del moderno capitalismo.
Pero ¿a qué equivale entonces el pensamiento de Jaime Guzmán? ¿Se trata acaso de la obra de un doctrinario, de un ideólogo que ofrece un puñado de conceptos para orientar la acción política?
De todas las formas en que es posible calificar el pensamiento de Jaime Guzmán –su posición en el campo de fuerzas que constituye a la vida social– quizá la que más le convenga sea la de que él constituye una forma de justificación, una de las más eficaces del siglo XX chileno.
La perspectiva de la justificación, que elaboró Boltanski, juzga a las ideas no por su correspondencia con un orden ideal, sino por su eficacia simbólica o performativa.