colección in/mediaciones
MEMORIAS DE UN REVOLUCIONARIO
VICTOR SERGE
MEMORIAS DE UN REVOLUCIONARIO
Edición y prólogo de Jean Rière
Traducción de Tomás Segovia
veintisieteletras
colección in/mediaciones
Título original: Memoires d’un revolutionnaire, 1901-1941, de Victor Serge
© Herederos de Victor Serge, 1947
© de la edición y prólogo, Jean Rière, 2011
© de la traducción, Tomás Segovia, 2011
© de la traducción del aparato crítico, Mariana Pugliese, 2011
Foto de cubierta: Victor Serge y su hijo Vlady 1928
© Veintisiete Letras, S.L. Madrid, 2011
Edición digital: SnrB 2022
Prólogo:Victor Serge: una voz para el tiempo presente
Lo importante no es lo que han hecho de nosotros, sino lo que nosotros mismos hacemos de lo que han hecho de nosotros.
Jean-Paul Sarte, San Genet, comediante y mártir.
Todo lo que no me mata me hace más fuerte.
Friedrich Nietzsche, Crepúsculo de los ídolos
La búsqueda de la verdad es un combate por la vida; la verdad, que nunca está hecha, pues está siempre haciéndose, es una conquista incesante recomenzada con una aproximación más útil, más estimulante, más viva de una verdad ideal tal vez inaccesible.
Victor Serge, Carnets
No, el destino de Serge no terminó aquel a noche funesta y solitaria del 17 de noviembre de 1947 evocada por su viejo amigo y camarada Julián Gorkin1, que, después de haberlo dejado hacia las diez de la noche en el centro de México, habría de volver a encontrarlo poco después de medianoche, muerto, entregado en una delegación de policía por un chófer de taxi2: «En un cuarto desnudo y miserable de paredes grises, estaba tendido sobre una vieja mesa de operaciones, mostrando unas suelas agujereadas, un traje luido, una camisa de obrero… Una venda de tela le cerraba la boca, esa boca que todas las tiranías del siglo no habían podido cerrar. Parecía un vagabundo recogido por caridad. ¿No había sido, en efecto, un eterno vagabundo de la vida y del ideal? Su rostro llevaba todavía la huella de una ironía amarga, una expresión de protesta, la última protesta de Victor Serge, de un hombre que
toda su vida se había alzado contra las injusticias».
Su destino (con o sin mayúscula), lejos de haberse «acabado» en esos años lejanos, tal vez no hacía sino empezar… Y no es la menor de las paradojas y de los méritos de las Memorias de un revolucionario el hecho de suscitar entre sus lectores esa impresión espontánea, pronto metamorfoseada en certidumbre evidente, de encontrarse delante de un gran ser vivo cuya presencia intensa y densa se impone de buenas a primeras. O, como decía Malraux del «Tío Gide», de encontrarse delante de «un contemporáneo capital».
Sus Memorias de un revolucionario no sólo plantean y exponen –después de muchas otras ciertamente, pues ese género literario tiene varios siglos de existencia– los problemas existenciales y filosóficos comunes a todo hombre: ¿qué hacer con una vida? ¿de su vida? ¿qué sentido darle? Obligan también a reflexionar sobre todo proyecto biográfico: ¿por qué un relato de vida, de su vida? ¿Qué hacer con semejante relato: un simple testimonio? ¿un «mensaje»? ¿una «obra de arte»? También aquí la empresa sergiana, ya lo veremos, impone su diferencia, su originalidad. Mientras muchos autores y actores del siglo xx, franceses o extranjeros, han desaparecido irreversiblemente en los arenales de la historia y de la memoria, Serge en cambio está cada vez más presente y su valorreal en cuanto hombre, militante revolucionario y, sobre todo y ante todo (al menos para nosotros), en cuanto escritor de primera magnitud se impone de manera igualmente irrevocable.
Una vida enteramente asumida
De acuerdo: toda vida es singular en todas las acepciones del término. Pero las hay que lo son más que otras. Es innegablemente el caso de esta vida que, además, objetivamente, contiene varias otras. ¿Qué hay que retener de ella?
Que se construye desde la infancia, desde esa infancia. Que se caracteriza por elecciones de valores y de actitudes decididas por lo tanto muy pronto: nunca dejarse ir, «mantenerse»: de pie, erecto. Serge, desde la edad de doce años, no se conformó con una vida cumplida,dominada de cabo a rabo: no sólo para él mismo, sino también para sus contemporáneos.
No sabe uno qué admirar o estimar más en él, si la precocidad en la toma de conciencia, la observación, el análisis, seguidos de compromisos enteramente reivindicados, es decir con la aceptación del precio que habría que pagar –o la continuidad sin fallas ni renuncias en las luchas emprendidas temprano.
Hay en esa vida una coherencia y un rigor perseguidos hasta el final, que la hacen absolutamente única.
Es cierto: escoger –en los años 1908-1919– «le Rétif» («reacio», «rebelde», etimológicamente «el que resiste») como primer y principal seudónimo, es mostrar claramente el cobre. Nada de difuminos ni colores pastel: sólo el rojo y el negro son aceptables. Y nuestro fogoso y joven militante se pone a manejar entonces una pluma acerada, irónica, vehemente, pronta a veces con exceso en la polémica y sin merced.
¡Es la ley del género! Nunca la contraviene. Hace escarnio y carnicería con un acento ya personal. Nunca el Reacio ni después Victor Serge «se escatimarán»: no son de los que aceptan pausas, «arreglos», acuerdos-compromisos. No son de esos del consenso blando. A la comodidad asegurada por todos los conformismos, preferirá siempre laherejía permanente, ese arte peligroso de no dejarse engañar y menos todavía engañar.
El Reacio, le Rétif, diseca los mecanismos de opresión y de dominación, los condena y los combate sin tregua, pero pretende hacer lo mismo con todos los mecanismos de sumisión o de servidumbre voluntaria o propuesta. No asesta pues sus varapalos (que caen tupidos) solamente a los explotadores y paladines de un Orden inicuo, los que someten, sino igualmente a los explotados que o bien son pasivos o conformistas, o bien se someten, o, mucho más, se dejan engañar por los «trampantojos» que los incitan a acomodarse a su estado, por «espejismos» que difieren siempre el paso al acto revolucionario.
Es lícito ver en esa actitud que no escatima a nadie (individuos, instituciones, grupos, partidos) las primicias de lo que más tarde, en su periodo «bolchevique», calificará de regla del doble deber (explícita en Soviets 1929 y en Littérature et révolution, pero implícita en sus escritos anteriores), a saber la imperiosa necesidad de ejercer, también en el seno del partido, del grupo, del movimiento, un indispensable espíritu crítico. Para evitar las esclerosis, los empantanamientos estériles en los clisés y las fórmulas vacías de contenido, el estancamiento, tal vez incluso la regresión y la corrupción de los mejores, hay que hacer imperativamente ese trabajo crítico sobre uno mismo y, a veces, contra uno mismo.
Para Serge, cada hombre es responsable: de sí mismo y del prójimo. Ningún fatalismo en él.
Ciertamente, como toda vida, la suya tiene su parte de errores, de fracasos, por lo menos colocó bien alta la cinta de sus exigencias y de su radicalidad. Por mi parte, no veo en el o nada mediocre, mezquino.
Las Memorias como obra de vida, de verdad, de combate y de arte.
De un hombre que consideró siempre que había una «responsabilidad de los escritores y de los intelectuales» y que siempre la exigió de ellos, que siempre se esforzó por hacer coherentes su vida y sus actos, no puede esperarse un libro de diversión o de disfraces, de negación de la realidad y de la verdad, en otros términos un libro trucado: ya sea el de un prestidigitador*, ya sea el de un falsificador**3. No se puede esperar un libro complaciente consigo mismo o que sacrificara, por demagogia o por interés, a las modas y a los poderes del momento.
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