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Orlando Figes - Interpretar la Revolución rusa

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Orlando Figes Interpretar la Revolución rusa

Interpretar la Revolución rusa: resumen, descripción y anotación

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Éste es el primer libro que ofrece un análisis comprensivo de la cultura política de la Revolución Rusa. Orlando Figes y Boris Kolonitskii examinan las diversas maneras en que el idioma y otros símbolos se utilizaron para identificar a los bandos opuestos y para crear nuevos significados en las luchas políticas de 1917. Los autores llegan a la conclusión de que, en muchos aspectos, la Revolución fue una batalla por el control de estos sistemas simbólicos de significado. El partido o la facción que pudiese controlar las complejidades del léxico de la Revolución estaba encaminado hacia el control de la misma.
En esta obra se investiga cómo palabras clave y símbolos cambiaban de significado según el contexto social y político. «Democracia», «pueblo» o «clase obrera», por ejemplo, podían definir una amplia gama de identidades y universos morales en 1917. Añadidas a estas ambigüedades, las tensiones culturales complicaron aún más la lucha revolucionaria. Figes y Kolonitskii analizan el choque entre el discurso político de los partidos socialistas occidentales y la cultura política tradicional de las masas rusas. Demuestran cómo las particulares condiciones y percepciones que tintaron la política rusa en 1917 condujeron al surgimiento del culto al dirigente revolucionario y a la cultura del terror.

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ABREVIATURAS

BA ARCHIVO Bahhmetieff, Universidad de Columbia, Nueva York.

GAKO Gosudarstvennyi Arkhiv Kuibyshevskoi Oblasti (Archivo Estatal de la Región de Kuibyshev.).

GARF Gosudarstvennyi Arkhiv Rossiiskoi Federatsii (Archivo Estatal de la Federación Rusa).

OR IRLI Otdel Rukopisei Instituía Russkoi Literatury (Pushkinskii dom) (Departamento de Manuscritos del Instituto de Literatura Rusa (Casa Pushkin).

OR RNB Otdel Rukopisei Russkoi Natsional’noi Biblioteki (Departamento de Manuscritos de la Biblioteca Nacional de Rusia).

PRO Public Record Office (Oficina pública de registro).

RGA VMF Rossiiskii Gosudarstvennyi Arkhiv Voenno-Morskoi Flot (Archivo Estatal Ruso de la Armada).

RGIA Rossiiskii Gosudarstvennyi Istoricheskii Arkhiv (Archivo histórico estatal ruso).

RGVIA Rossiiskii Gosudarstvennyi Voennyi Istoricheskii Arkhiv (Archivo Histórico Militar del Estado Ruso).

SPARAN Sankt-Peterburgskoe Otdelenie Arkhiva Rossiiskoi Akademii Nayk (Rama de San Petersburgo del Archivo de la Academia de Ciencias de Rusia).

TsGAIPD Tsentral’nyi Gosudarstvennyi Arkhiv Istoriko-Politicheskikh Dokumentov (San Petersburgo) (Archivo Estatal Central de Documentos Históricos y Políticos).

TsGASP Tsentral’nyi Gosudarstvennyi Arkhiv Sankt Peterburga (Archivo Estatal Central de San Petersburgo.).

Capítulo I
La desacralización de la monarquía: los rumores y la caída de los Romanov

LA monarquía rusa siempre había basado su poder en la autoridad divina. Era más que «el derecho divino de los reyes». En su propaganda —y en la mente de muchos de sus súbditos campesinos— el Zar era más que un gobernante ordenado por Dios: era un dios en la tierra. La creencia popular de la naturaleza sagrada del Zar sostuvo a la autoridad de la monarquía hasta que esta creencia se derrumbó repentinamente en la última década de su existencia. Dos acontecimientos estuvieron en el fondo del derrumbamiento: la masacre del «Domingo Sangriento» en 1905, que conmovió profundamente, sin llegar a destruir, la creencia popular en el «Zar benévolo»; y varios rumores de corrupción sexual y de traición en la corte que se extendieron por Rusia durante la Primera Guerra Mundial. Como expondremos en este capítulo, estos rumores tuvieron un papel destacado en el derrocamiento de la monarquía rusa.

Al menos ésa era la opinión de mucha gente en esos momentos. Basándose en los informes de sus agentes en provincias, correspondientes a los primeros cinco meses de 1917, una encuesta detallada encargada por el Comité Temporal de la Duma llegó a la conclusión de que la propagación de «historias licenciosas y rumores» sobre Rasputín y la Emperatriz «alemana» habían hecho más que ninguna otra cosa para socavar la creencia de los campesinos en la naturaleza sagrada de la monarquía. Sin duda les vino bien culpar de su catástrofe a la propagación de habladurías falsas y maliciosas, pues esto hizo que su caída pareciese innecesaria y fuera de control.

Los rumores jugaron un papel superior en la Revolución de Febrero al que la mayoría de los historiadores han reconocido hasta ahora o quizás quieran reconocer. De hecho, éste seguramente sea el caso en todas las revoluciones. Los rumores sirvieron para extender información (y desinformación) vital donde no existían otros medios. Crearon un ambiente y ayudaron a organizar al pueblo (que por lo general creía lo que quería creer) en la calle. Por tanto, había una tendencia a aumentar esos rumores, por muy falsos que fuesen, para aprovecharse de los temores y prejuicios de la muchedumbre. Los rumores eran capaces de galvanizar a la multitud para acciones decisivas de las cuales quizás hubieran desistido. ¿Se hubiera tomado la Bastilla sin rumores —que resultaron ser falsos, pero que no obstante producían temor en el pueblo— de que las autoridades la estaban llenando de tropas y municiones para aplastar el levantamiento de París?

Historiadores recientes de la Revolución Francesa han demostrado que los rumores sexuales y la sátira pornográfica despojaron a la monarquía borbónica de toda su autoridad. La decadencia sexual de la familia real —la incontrolable libido de María Antonieta, la «impotencia» del Rey sirvieron de metáfora para la degeneración moral y política del viejo régimen. No obstante, en los años previos a 1917 había un mercado en expansión para las sátiras políticas anti-dinásticas, en su mayoría con contenido sexual, y al igual que en Francia, tuvieron consecuencias revolucionarias para la percepción popular de la monarquía.

Capítulo II
La revolución simbólica

RESULTA imposible imaginarse la Revolución de Febrero sin oír la «Marsellesa» ni ver la bandera roja. Pero no debemos considerarlos meros adornos, aportando color a la revolución. Eran importantes símbolos políticos y tuvieron un papel primordial en determinar la lucha. Lo cierto es, que hubo una amplia gama de símbolos culturales, de ritos y festivales, que ayudaron a convertir la revolución en lo que fue. Debemos estudiarlos con más detalle como instrumentos de la política revolucionaria y no como su reflejo pasivo.

Esta perspectiva ha conformado el estudio de la Revolución Francesa durante muchas generaciones. Ya en 1904, Albert Mathiez, uno de los principales propulsores de la historiografía revolucionaria francesa, publicó Les Origines des cultes révolutionnaires, un estudio con claras influencias de Durkheim, en el cual se demostró cómo la Revolución Francesa desarrolló su propio sistema de símbolos, con juramentos y festivales, para unir a la nación y para sacralizarse.

El precedente es adecuado, porque los líderes de 1917 adoptaron las tradiciones simbólicas de la Revolución Francesa concientemente.

Los historiadores de la Revolución Francesa nos han recordado el papel de los símbolos, las canciones y los festivales. Unifican a la multitud, dándole una bandera bajo la cual poder unirse en sus luchas callejeras contra la policía u otros enemigos. En ocasiones, estos símbolos se convierten en el objetivo de la lucha. El choque entre la multitud y la policía de Petrogrado en la Plaza Znamenskaia los días 24-26 de febrero es un buen ejemplo. ¿Por qué se convirtió esta plaza en el eje de la Revolución de Febrero —y años más tarde, cuando los soviéticos la rebautizaron con el nombre de Plaza de la Insurrección (ploshchad vosstaniia)y en su símbolo? Para empezar, era un importante cruce de caminos que comunicaba las afueras industriales de la ciudad con Nevsky Prospekt, de tal manera que los obreros caminando hacia el centro de la ciudad no podían evitarla (un punto al cual volveremos más adelante). En segundo lugar, una vez en la plaza, los manifestantes se organizaban según la naturaleza de ésta: un enorme espacio abierto con una estatua en el centro era un coso ideal para reuniones políticas, un escenario para el «teatro de la revolución», que además atraía espectadores. Por último y quizás lo más crucial, la plaza en sí era un desafío simbólico: el monumento en el centro era la enorme estatua ecuestre de Alejandro III, un símbolo de la autocracia, de su monolítico inmovilismo y al mismo tiempo, un recordatorio de la policía montada que acudía a la plaza para defenderla. Ambos bandos se empeñaban en apropiarse del sitio —la multitud para conquistar y profanar un lugar sagrado del régimen, la policía para detenerles. En ciudades a lo largo de toda Rusia, la Revolución de Febrero se organizó alrededor de la lucha por controlar estos monumentos. Los símbolos de la autoridad eran el premio en sí.

Las palabras y las canciones también tenían un significado simbólico para las multitudes. El grito unificador de «libertad» y los acordes emotivos de la «Marsellesa» reforzaban su empeño. La bandera roja se convirtió en el emblema de la lucha del pueblo, encarnando su ira y sus ideales. La gente estaba dispuesta a morir por estos símbolos. Literalmente arriesgaban su vida para colocar una bandera roja en un edificio zarista o para bajar el águila bicéfala de los Romanov, porque para ellos, en ese preciso momento, la revolución era eso.

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