Akal / Cuestiones de antagonismo / 113 / Serie Clásicos
Friedrich Engels
La situación de la clase obrera en Inglaterra
Cuando un individuo causa un daño a otro sabiendo de antemano que las consecuencias van a ser mortales, está cometiendo un asesinato; en la presente obra, Friedrich Engels se propone demostrar que la naciente sociedad capitalista de la Inglaterra victoriana es culpable de asesinato, cada día, a cada minuto. Ella ha reducido al proletariado a un estado tal que, necesariamente, este cae víctima de una muerte prematura y antinatural. Si niega a miles de individuos las condiciones necesarias para la vida; si los constriñe –con el inflexible brazo de la ley– a permanecer en tal situación hasta sucumbir; si esa sociedad sabe que los obreros mueren en tales condiciones y, sin embargo, no solo permite que perdure tal estado de cosas, sino que lo fomenta por propio interés; todo ello constituye un asesinato premeditado, un asesinato ante el que todo obrero queda indefenso. Y de ningún modo es una muerte accidental: las instituciones conocen la aciaga situación de la clase obrera y nada hacen a fin de mejorarla.
Sumergiéndose en documentos oficiales, informes del parlamento y del gobierno, analizando sus propias vivencias y acudiendo a los periódicos de la época, Engels investiga y relata la situación a la que se ven condenados los trabajadores en Inglaterra. Con un tono periodístico no solo desgrana cuáles son las condiciones laborales de la clase obrera –desde la industria textil hasta la extractora en minas–, expone cómo son sus viviendas, en qué consiste su alimentación o qué educación reciben, sino que también expone cómo surge el espíritu emancipador en el pueblo inglés y cómo comienza a organizarse el movimiento obrero.
Friedrich Engels, filósofo y revolucionario, nació en la Prusia renana el 28 de noviembre de 1820, en el seno de una próspera familia de fe pietista. Vinculado por tradición a los negocios familiares –muchos años de su vida los pasó en Mánchester, a cargo de la empresa textil de su padre–, por devoción se ligó desde muy joven a la causa revolucionaria. Amigo íntimo y colaborador intelectual de Karl Marx, a quien sostuvo económicamente durante décadas, las obras de ambos fueron fundamentales para el nacimiento del comunismo, el socialismo o el sindicalismo modernos. El gentleman comunista murió en Londres, el 5 de agosto de 1895, cuando trabajaba en la edición del libro IV de El capital.
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RAG
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Título original
Die Lage der Arbeitenden Klasse in England
© De esta edición, Ediciones Akal, S. A., 1976, 2020
para lengua española
Sector Foresta, 1
28760 Tres Cantos
Madrid - España
Tel.: 918 061 996
Fax: 918 044 028
www.akal.com
ISBN: 978-84-460-4890-9
A la clase trabajadora de Gran Bretaña
Trabajadores:
A vosotros dedico una obra en la que he intentado poner ante mis conciudadanos alemanes un fiel retrato de vuestra situación, de vuestros sufrimientos y luchas, de vuestras esperanzas y perspectivas. He vivido bastante entre vosotros para conocer algo de vuestra situación; a vuestro conocimiento he dedicado mi mayor esfuerzo; he estudiado, cuando me fue posible, los varios documentos oficiales y no oficiales; no me contenté con esto; quise algo más que el conocimiento abstracto de mi asunto, sentí la necesidad de veros en vuestras mismas casas, de observaros en vuestra vida cotidiana, de charlar con vosotros respecto de vuestras condiciones de vida y sufrimiento, de asistir a vuestras luchas contra el poder político y social de vuestros opresores. He hecho así: abandoné la compañía, los convites, el vino de oporto y el champán de las clases medias y he dedicado mis horas de ocio, casi exclusivamente, a relacionarme con sencillos trabajadores. Estoy contento y orgulloso de haberlo hecho así. Contento, porque así dediqué horas felices a conocer la realidad de la vida –muchas horas que de otro modo habrían estado ocupadas en discursos a la moda y etiquetas agotadoras–; orgulloso, porque de esta manera encuentro una oportunidad de hacer justicia a una clase de hombres oprimida y calumniada, los cuales, a pesar de sus posibles errores y de las desventajas de su situación, sin embargo, imponen respeto a todo el mundo, excepto a un especulador inglés; orgulloso, también, porque de este modo estoy en posición de defender al pueblo inglés del desprestigio creciente en que ha caído en el continente, como necesaria consecuencia de la política brutalmente egoísta y de la conducta general de nuestra clase media gobernante.
Al mismo tiempo, habiendo tenido amplia oportunidad de observar a vuestros adversarios, las clases medias, he llegado pronto a la conclusión de que tenéis razón, perfecta razón en no esperar de ellas ningún apoyo. Sus intereses son diametralmente opuestos a los vuestros, aun cuando se esfuercen siempre en sostener lo contrario y en haceros creer en su más cordial simpatía por vuestra suerte. Espero haber recogido en abundancia pruebas evidentes de que –por más que digan lo que quieran– las clases medias no piensan, en realidad, nada más que en enriquecerse con vuestro trabajo y abandonaros al hambre apenas no puedan continuar sacando provecho de este comercio de carne humana. ¿Qué han hecho para probar la buena disposición que dijeron tener hacia vosotros? ¿Han escuchado alguna vez vuestros lamentos? ¿Qué otra cosa han hecho que pagar el gasto de una media docena de comisiones de investigación, cuyos voluminosos informes están condenados al sueño eterno entre el montón de papeles de las estanterías del Ministerio del Interior? ¿Han pensado alguna vez, no digo otra cosa que componer, con estos desgastados libros azules, un solo libro legible, en el cual todos puedan fácilmente encontrar cualquier información sobre la situación de la gran mayoría de los ingleses nacidos libres? No, verdaderamente; estas son cosas de las cuales no nos gusta hablar. Han dejado a un extranjero la tarea de informar al mundo civilizado sobre el estado de degradación en que debéis vivir.
Un extranjero para ellos, aunque, espero, no para vosotros. Aun cuando mi inglés pueda no ser puro, todavía me auguro que queráis encontrarlo claro. Ningún hombre trabajador, ni en Inglaterra ni en Francia, me trató como extranjero. Con la más grande satisfacción os he visto libres de esa maldición destructora, el prejuicio y la soberbia nacional, los cuales, después de todo, no son más que grosero egoísmo. He observado que tenéis simpatía por quien ha combatido por el progreso humano, sea o no inglés; he visto que admiráis las cosas grandes y buenas, estén en vuestro suelo nativo o no. Encontráis que sois, más que meros ingleses, miembros de una nación aislada; encontráis que sois hombres, miembros de la gran familia humana, conscientes de que son los mismos vuestros intereses y los de la raza humana. Y como tales, como miembros de esta familia humana «una e indivisible», como seres humanos en la más amplia acepción de la palabra, como tales, yo y otros muchos en el continente, saludamos vuestro progreso en todas direcciones y os auguramos un rápido éxito.
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