GRACIAS
(“Es de bien nacidos ser agradecidos”. De niño, creí que se trataba de una frase inventada por mi papá. Me la repitió tantas veces que asumí que era de su propia cosecha. Pero luego, con el paso del tiempo, me di cuenta de que no, de que se trataba de un refrán, de un refrán más que apropiado).
(Aclaración: el orden de aparición en el elenco de agradecimiento nada tiene que ver con el orden de importancia).
Gracias a Camila Vollenweider, por su lectura inicial, su trabajo de revisión y sus comentarios acertados. Gracias a Alfredo Grieco y Bavio por su fina edición. Gracias a ambos por la complicidad e interés genuino.
Gracias a Giordana García Sojo y Shirley Ampuero por cada respuesta a cada solicitud.
Gracias a Martín Sivak por sus sugerencias oportunas.
Gracias a Maximiliano Reyes, y al gobierno de México, por haber dicho “sí” desde un inicio. Sin ese “sí”, nunca habría existido este jirón de la Historia americana. Y gracias por el “sí” para que yo hiciera pública buena parte de todo lo ocurrido.
Gracias a Alberto Fernández por tanta generosidad, y por haberme permitido relatar esta historia con final feliz, que sin él habría tenido otro final.
Gracias a Evo Morales por haberme autorizado a contar tantos días y noches de “ese año poético”; gracias por acceder y responder a cada consulta. Gracias por tanta confianza.
(Nada de lo que quería escribir, nada de lo que escribí sufrió, jamás de los jamases, ni condicionamientos ni solicitudes de Evo, ni de Alberto ni del gobierno mexicano. Es más: recién ahora, cuando lo lean, si lo leen, sabrán cuál es el contenido de este libro).
Gracias a Álvaro García Linera por haberme compartido tantos detalles “invisibles”, que solo se pueden advertir tras bambalinas. Gracias por el entusiasmo.
Gracias a tantos compas de CELAG y tantos amigos, porque son parte de este libro de muchas maneras. Cada quien sabrá cómo y dónde.
Gracias, mamá, por tantas cosas, y particularmente por “entenderme” cada vez que no pude atender el teléfono porque estaba metido de lleno en este proyecto en un año muy jodido para nuestra familia.
Gracias a Gise por estar a mi vera, siempre. (También en este libro).
Y a ti, papá, más que gracias: te quiero decir que te extraño mucho, demasiado. Este libro tiene mucho de ti, de nosotros.
(Y gracias a la música que me acompañó a lo largo de toda la escritura. Gracias a la Barcelona Gipsy Klezmer Orchestra, Stromae, Zaz, Goran Bregovic, George Dalaras, Ajax y Prok, Xoel López, Tangana, Lisandro Aristumuño, LP, Damien Saez, Chambao, Jorge Drexler, Manu Chao, Zoo, Alpha Blondy, Vetusta Morla, Carlos Puebla, Ana Tijoux, Calle 13, Balthazar, Vitor Ramil, Ismael Serrano, Silvana Estrada, la canción “Recuerdos de Ypacaraí”, Silvio Rodríguez).
CRÓNICA DE UN INSTANTE
por Alberto Fernández
Este libro es la crónica de un instante. Un instante que pudo haber sucedido en cualquier otro lugar de América Latina. Un instante que, aunque único e irrepetible como todo instante, se asemeja a muchos otros que se suceden incansablemente en nuestro continente.
El personaje de esta historia nació en Bolivia. En las entrañas mismas de una tierra llena de riquezas naturales y culturales. Es parte de esos pueblos originarios que fueron capaces de resistir a la conquista europea y a las garras de la especulación capitalista.
Hablamos de un hombre llamado Juan Evo Morales Ayma. Irónicamente, carga con nombres emblemáticos para los argentinos. Se llama Juan, como aquel “coronel del pueblo” que les dio a los trabajadores los derechos que los conservadores del siglo XX les negaban. Y se llama Evo, como nuestra Eva, la “abanderada de los humildes”.
Todo ocurrió un mediodía de noviembre del 2019. En Buenos Aires almorzábamos junto a Dilma Rousseff, Ernesto Samper, Marco Enríquez-Ominami y otros muchos amigos de la patria latinoamericana dando clausura al encuentro del Grupo de Puebla. Cuando servían el plato principal, el autor de este libro me susurró algo al oído. “Tengo a Evo en el teléfono… hay problemas en Bolivia”, me dijo.
Me incorporé y tomé el aparato. Lo escuché con atención. Evo Morales Ayma, presidente de Bolivia, me contó que manifestaciones callejeras impulsadas por la derecha de ese país estaban causando desmanes y atacando a los seguidores del oficialismo. Inmediatamente después, hablamos con Álvaro García Linera, su vicepresidente, y me transmitió con máxima preocupación que las fuerzas conservadoras no estaban dispuestas a reconocerlos como vencedores de la elección del 20 de octubre del 2019.
La OEA, comandada por Luis Almagro, legitimaba semejante atropello institucional. Personalmente, había dudado de la integridad moral de Almagro y por eso reclamé que se incorporaran dos argentinos a la misión que el organismo había mandado para observar el proceso electoral. Tan pronto los argentinos afirmaron no detectar irregularidades en los comicios, fueron expulsados bajo la absurda imputación de ser espías.
Con el correr de las horas la gravedad de los hechos fue en aumento, y la mirada tranquilizadora que inicialmente me había brindado Evo Morales fue virando hasta convertirse en preocupación primero, desazón después y finalmente temor.
Las revueltas callejeras colmaban las pantallas de los televisores en Argentina. Vimos cómo una horda salvaje entraba a la casa del presidente Morales invocando en su violencia una absurda defensa de la democracia. Las Fuerzas Armadas tomaron distancia del poder constitucional y hasta un jefe policial se animó a exigir la renuncia de las autoridades legítimas.
Evo Morales anunció su renuncia y después perdimos todo contacto con él durante muchas horas. Sabíamos que se había refugiado lejos del epicentro en el que operaban los golpistas. Comenzamos a ver caer a sus seguidores con la represión armada. Mientras tanto, las embajadas empezaban a colmarse de asilados que escapaban de la caza desatada por los sediciosos.
A partir de allí entré en contacto con el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador. Para entonces yo solo era un presidente electo que todavía no había asumido sus funciones. Aun así, uní mi esfuerzo al del gobierno mexicano tratando de preservar la vida de Evo Morales y la de sus seguidores.
Hice un intento por darle asilo en Argentina al presidente depuesto, pero Mauricio Macri, en ejercicio de la presidencia, se negó con argumentaciones tan banales como pueriles. Hasta avaló el patético dictamen de la OEA, lo que se condecía con el accionar del país en el Grupo de Lima.
Finalmente, Evo Morales aceptó el asilo ofrecido por el gobierno mexicano.
De las peripecias vividas entre el momento en que se refugió en el interior boliviano, fue rescatado por un avión de la Fuerza Aérea de México y terminó asilado en la ciudad capital de ese país, da cuenta la investigación que estas páginas ofrecen.
Días después de que Morales se instalara en tierra mexicana, volvimos a hablar por teléfono. Lo impulsé a que viniera a la Argentina con mi promesa de ayudarlo a que Bolivia recuperase prontamente su democracia.
El 11 de diciembre del 2019, un día después de que yo asumiera formalmente la presidencia, se radicó aquí. Junto a él recibimos a dos de sus hijos y a decenas de dirigentes que cruzaban clandestinamente la frontera tratando de salvar su vida.
Debió pasar casi un año para que los bolivianos y bolivianas volvieran a expresarse, y pusieran la democracia y las instituciones en orden. En ese año Evo Morales trabajó de manera incansable hasta coronar su esfuerzo.