No puedo vivir contigo, pero tampoco sin ti
A manera de introducción
Sea como una genuina estrategia de cambio o como un recurso para polarizar al país en su beneficio, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, ha logrado convertir la relación entre el poder y los medios de comunicación en uno de los aspectos centrales de su gestión.
Es por todos sabido que desde que comenzó su carrera política, hace ya varias décadas, el tabasqueño mantiene una relación tirante, cuando menos, con la mayoría de las empresas periodísticas nacionales. Si nos basamos en su aguerrido discurso y en la forma en que ha sido atacado históricamente por la prensa, podríamos decir, en términos generales, que estamos frente a una estampa de permanente confrontación, pero también de dependencia mutua. Un perfecto ejemplo del “no puedo vivir contigo, pero tampoco sin ti”.
Aun cuando algunos invocan con frecuencia sus orígenes en el Partido Revolucionario Institucional ( pri ), es innegable que su tardío gran golpe electoral, el haber llegado a la presidencia al tercer intento, ha sido producto de una larga e incesante estrategia de ruptura con aquella vieja forma de gobernar, sobre todo en el terreno discursivo, aunque para algunos su estilo de administrar el país se asemeje a la cara más oscura de aquella histórica fuerza política.
Pero también ha sido producto de su papel, siempre rebelde, de azote del sistema establecido, donde la prensa ha mostrado durante décadas una inapropiada subordinación a los designios del gobierno en turno, a veces más sutil, a veces más descarada, pero en la mayoría de los casos perpetuando dinámicas reacias al cambio y reactivas a él. Hay excepciones, por supuesto, que son visibles en algunos medios de comunicación que han mantenido tradicionalmente altos estándares profesionales, y el panorama en el sector ha mejorado notablemente en años recientes, aunque solo sea por la presión social cada vez más marcada sobre los productores de información periodística, ligada a la creciente reivindicación de los derechos universales que los ha forzado a realizar una labor más apegada a las reglas éticas del gremio.
El relato del choque de trenes entre López Obrador y los medios de comunicación, a veces motivo de justificada indignación, en otras ocasiones tragicómico y hasta delirante, pero siempre lleno de ricas lecciones, como todo en una nación de la intensidad y diversidad de México, es la principal razón de ser de este libro. El texto abarca la primera mitad del sexenio del gobernante (2018-2021), más algunos meses de 2022, tiempo suficiente para construir el relato.
Dicen que el periodista de agencia de noticias, más que ningún otro, actúa como simple testigo de la realidad, como el más aséptico transmisor de los hechos. Tan loable etiqueta podría justificarse por los estrictos códigos deontológicos que encorsetan la labor de los reporteros de esa clase de medios, pero también por la lógica de negocio de esas empresas, que las obliga a buscar la forma más ágil y concisa de publicar los acontecimientos noticiosos y a hacerlo siempre las primeras y tratando de no cometer nunca errores.
Ese espíritu, que ha guiado mi carrera profesional durante casi dos décadas como corresponsal de agencias de noticias internacionales en América Latina, y que durante cinco años he defendido a capa y espada desde mi afortunada palestra de profesor universitario, es el que he pretendido desplegar en estas páginas. Pese a ser consciente de la imposibilidad de lograr la utópica objetividad a la que algunas personas aluden cuando hablan de buen periodismo, he tratado de que mi voz sirviera exclusivamente de enlace entre otras voces y que estas últimas fueran no solo diversas, sino equilibradas.
Durante los tres años en que he recopilado información, en mi detectivesca labor de acumulador de datos de muy variada índole, me he encontrado con un gran dilema: dar a todas las fuentes el mismo espacio o imponer un desequilibrio premeditado a favor de una: la principal. Por razones obvias, he optado por el segundo camino. Así, López Obrador goza inevitablemente de un protagonismo tan cegador en ese apartado como lo ha sido su papel preponderante en la construcción de la opinión pública mexicana desde que llegó al poder el 1 de diciembre de 2018.
La justificación de esta postura radica en el peso de sus habituales conferencias de prensa mañaneras, manantial inagotable de referencias para este libro. Pero también se explica por la actitud de los medios de comunicación, que no han cejado en su empeño, muchas veces contraproducente, de hacerse eco de todos y cada uno de los pronunciamientos públicos del jefe de Estado. La prensa también se ha contagiado de sus jugosas y maquiavélicas aportaciones lingüísticas al imaginario colectivo, sin darse cuenta de que, al hacerlo, se estaba convirtiendo, muchas veces, en un involuntario aliado del gobernante.
Ni la tórrida luna de miel de López Obrador con las redes sociales, donde no han tardado en llegar también los arrebatos y desamores como veremos en capítulos venideros, ha impedido que la batalla contra la prensa siga siendo una de las mejores armas del presidente para reforzar su perfil transgresor que tanto rédito le ha dado durante años en un país que en distintas épocas de su rica historia ha encumbrado a líderes carismáticos que arremeten contra el entramado institucional vigente y que, en su empecinamiento por defenderlos, acaba convirtiéndolos en puntales de un nuevo establishment que suele pecar de las mismas fallas que aquel que fue derrotado, o al menos muy similares. Solo en México pudo emerger e imponerse durante décadas un partido político revolucionario y al mismo tiempo institucional.
Sin ánimo de frivolizar, me atrevería a decir que este trabajo ha sido escrito en gran medida por el mismísimo AMLO. Que no asuma el lector, sin embargo, a esta premisa como el prolegómeno de un libro laudatorio de la administración presidencial o de la figura del gobernante. Todo lo contrario. Es la crítica el tono central del texto, no por razones gratuitas, sino a partir de argumentos fundamentados en la vasta literatura académica sobre la deontología de la comunicación, desgraciadamente poco conocida por el gran público.
Mi intención es poner el asunto sobre la mesa para enriquecer la discusión en torno a una cuestión capital para las democracias de todo el mundo y, por descontado, para la mexicana. En la tarea, abundan los cuestionamientos a la falta de rigor ético de algunos representantes de la prensa mexicana e internacional al abordar la cobertura informativa de la administración de López Obrador, lo que explica en parte la progresiva pérdida de credibilidad de los medios de comunicación en el país, extensible a todo el planeta.
Antes de radiografiar el estado de la prensa mexicana, trataré de explicar con ejemplos que si bien la forma en que AMLO maneja la información oficial es en muchos sentidos única, presenta importantes similitudes con las estratagemas de otros presidentes contemporáneos, como Donald Trump y Hugo Chávez, y bebe de otras experiencias anteriores a esas que él tilda de abominables aunque las imita constantemente, sin darse cuenta o deliberadamente. El maniqueísmo del mandatario a la hora de presentar la realidad y su tendencia a dar más valor a las creencias personales y los sentimientos que a los datos duros, ese recurso conocido como posverdad , serán motivo de análisis en el segundo capítulo.