• Quejarse

Marcela Serrano - El manto

Aquí puedes leer online Marcela Serrano - El manto texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2019, Editor: Penguin Random House Grupo Editorial Chile, Género: Niños. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

Novela romántica Ciencia ficción Aventura Detective Ciencia Historia Hogar y familia Prosa Arte Política Ordenador No ficción Religión Negocios Niños

Elija una categoría favorita y encuentre realmente lee libros que valgan la pena. Disfrute de la inmersión en el mundo de la imaginación, sienta las emociones de los personajes o aprenda algo nuevo para usted, haga un descubrimiento fascinante.

Marcela Serrano El manto
  • Libro:
    El manto
  • Autor:
  • Editor:
    Penguin Random House Grupo Editorial Chile
  • Genre:
  • Año:
    2019
  • Índice:
    4 / 5
  • Favoritos:
    Añadir a favoritos
  • Tu marca:
    • 80
    • 1
    • 2
    • 3
    • 4
    • 5

El manto: resumen, descripción y anotación

Ofrecemos leer una anotación, descripción, resumen o prefacio (depende de lo que el autor del libro "El manto" escribió él mismo). Si no ha encontrado la información necesaria sobre el libro — escribe en los comentarios, intentaremos encontrarlo.

Una conmovedora reflexión sobre la pérdida.

El libro más personal de Marcela Serrano


En noviembre de 2017, tras años de ir y venir, un cáncer terminó con la vida de la periodista Margarita Serrano. Devastada, su hermana Marcela encontró en el retiro campesino y en la escritura la única manera de sobrellevar el desconcierto, la

tristeza y la rabia.

Ese estado de excepción emocional es lo que está en la base de estas páginas que, con el pasar de los días, la autora fue tejiendo como un manto para cubrir a su hermana y a quienes tras su muerte quedaron a la intemperie. El resultado de ese arrojo son los emocionantes, tristes y a la vez luminosos apuntes # discontinuos como el duelo mismo# que Serrano reunió con lucidez y coraje durante todo el año que siguió a la muerte de #la M#.

Cita:

Tiene el ideario y el corazón amueblados con una firmeza que es capaz de esquivar todas las contradicciones. Ángela López, El Mundo

Marcela Serrano: otros libros del autor


¿Quién escribió El manto? Averigüe el apellido, el nombre del autor del libro y una lista de todas las obras del autor por series.

El manto — leer online gratis el libro completo

A continuación se muestra el texto del libro, dividido por páginas. Sistema guardar el lugar de la última página leída, le permite leer cómodamente el libro" El manto " online de forma gratuita, sin tener que buscar de nuevo cada vez donde lo dejaste. Poner un marcador, y puede ir a la página donde terminó de leer en cualquier momento.

Luz

Tamaño de fuente:

Restablecer

Intervalo:

Marcador:

Hacer
Índice Con una mano sufrir vivir palpar el dolor la pérdida Pero está - photo 1

Índice

Con una mano, sufrir, vivir, palpar el dolor, la

pérdida. Pero está la otra, la que escribe.

HÉLÈNE CIXOUS, La llegada de la escritura

Creí que iba a describir un estado, trazar un mapa de la tristeza. La tristeza, sin embargo, no resultó un estado, sino un proceso. No necesita de mapa, sino de

una historia; y si no ceso de escribir esta historia en

algún punto arbitrario, entonces no hay razón para

que la termine.

C. S. LEWIS, Una pena observada

1

Alguna vela llevo yo en este entierro. Después de todo, mi hija heredó su nombre.

Se llamaba Margarita María Macarena. Muchas M a cuestas. Nació el 15 de junio de 1950, en la mitad del año que dividió en dos el siglo pasado. La tercera de cinco hermanas, otra vez al medio. Todo partido por la mitad. Era géminis.

2

Al dejar el cementerio me prometí a mí misma cerrar toda válvula del cuerpo —también la media espina dorsal, la sede del alma, como la definió Virginia Woolf— que, abierta, me impidiera andar sobre los dos pies. Nos han arrojado una bomba atómica sobre nuestras cabezas. Hablo en plural, hablo de sus hermanas. Fuimos siempre cinco. Se ha roto, irreversible, nuestra fanática identidad. Imaginé a un grupo humano fantasmal caminando sobre un baldío sin nombre ni rumbo. Con las válvulas abiertas. Imposible. Equivaldría a cuatro zombis, o al contrario, a cuatro locas chillonas, las que se contratan en ciertas culturas para que nadie crea que no se llora al muerto. Ni zombi ni chillona.

Cerrar el paso al mecanismo externo del dolor, sea este cual sea. Ojalá también las lágrimas (guardarlas para el alba; el alba es gentil). Dicen que solo la aristocracia guarda la discreción en tales momentos y, a mí, la aristocracia no me va ni me viene. Pero odio la estridencia. El padecimiento es indiscreto. En público, indigno. La sensiblería, repugnante. Cuando veo a la gente gimotear en la tele me enojo. Cuando llega a doler hasta el aliento, como diría Miguel Hernández, calla. Calla, vete y escóndete.

Pulverizada, sí. Pero por dentro.

La vida es física.

La muerte es física.

Yo también.

3

Cuando se muere el marido, se es viuda. Cuando se muere el padre, se es huérfana. Líneas verticales, jerárquicas. No soy ni una ni otra. Soy algo innombrable porque mi pérdida es horizontal. Menudo problema: parto sabiendo que las palabras no alcanzan. No existe una para mi estado. No se ha inventado la palabra para la hermana que se quedó sin hermana.

4

Decidí guardarme. Darle a la Margarita al menos cien días, pensarla a solas. Venía el verano, resultaría más fácil cerrar puertas que en el ajetreado invierno. Recluirme, confinarme, sitiar mi casa, enjaularlo todo. Aquí me apodero de una cita de Joseph Brodsky (que robé de un artículo de Leila Guerriero): «No salgan de sus cuartos, no cometan errores (…) Silla y cuatro paredes, ¿qué mejor desafío? / ¿Para qué ir a un lugar, y regresar cansado, / idéntico de noche, pero más mutilado?».

Llegué al campo el 1° de diciembre del 2017, tres días después de su funeral. Puse llave a mi departamento en Santiago, cerré mi correo electrónico, busqué entre mis túnicas una negra. Debía encarnar mi luto en el espacio que a ambas nos pertenecía, en el huerto, entre los paltos y los naranjos, los cerros rodeándonos por los cuatro costados: el valle. Sola, tenazmente sola.

Pero se me ha tendido una trampa. El 1° de diciembre me traje en las mías el calor de las manos de la Margarita —las que nunca soltamos durante su agonía, nunca, y cuando alguna hermana se apoderaba de ellas por mucho rato, llegaba otra y se las quitaba— y juzgué que, por obra de magia, el calor se mantendría. Como si algo durara. Que el horror se sometería a cierto grado de languidez, que se tornaría más compasivo, un poquito cada día, humilde, sin triunfos, pero que sí, que languidecería.

5

Aquí en el campo dicen que no hay muerto malo. Es cierto, al menos cuando hablan de ellos. Un lugar común tras otro. Todos fueron grandes personas, generosas, amables, trabajadoras. Es muy raro escuchar una frase original dicha desde el podio de una iglesia o leerla en un obituario. Me encantaría que alguien dijese: la Margarita era una conchasumadre.

Voy a las pesebreras. Allá entre los caballos no la nombran. Hablan de «la que se fue».

6

Hay pájaros en el campo. Muchos. Los más amables picotean mi ventana o bailan alrededor de una flor. Otros caminan por los techos o sobrevuelan la casa y se van a los cielos. Están mis preferidos, aquellas garzas blancas de las bandadas que cruzan bien alto mi propio firmamento todas las tardes para ir a acostarse quizás dónde. Y los negros, los agoreros. (También existen los azules, los grises, los rojos, pero ellos no me conciernen).

Era un día martes. Estábamos preparadas, ya el lunes la M. era un volumen bajo las sábanas. Le quedaban quince minutos de vida. Nos encontrábamos en silencio alrededor de su cama, los ventanales abiertos hacia la terraza, esperando supongo, esperando, solo sus hijos, sus hermanas y la Anita, la mujer que nos crio. De pronto escuché un aleteo, un ruido fuerte y nítido que solo un ave en problemas es capaz de emitir. A mis espaldas, justo detrás, vi un pájaro, un pájaro vivo adentro de la pieza: grande, ajeno, oscuro, movía su cuerpo con los estertores de un atrapado en conocimiento nítido del error de su aterrizaje. Entre murmullos, alguien lo mandó a sacar.

No hay momento más íntimo que el de la agonía.

7

Faltaban trece minutos, aunque no lo supiésemos. La Margarita parecía haber dejado sobre su cama el cuerpo de prestado y su energía vagaba quizás en qué lugar. A las siete de la mañana la Sol nos llamó por teléfono —ella había dormido allí— y nos dio su impresión; cada una abandonó su casa como pudo. Cuidábamos con esmero su intimidad, su dormitorio adquirió carácter de lugar sagrado, las visitas solo llegaban hasta el living, en el otro extremo de la casa. No importaba si ella escuchaba o no, igual custodiábamos el silencio como verdaderas vestales a la entrada del templo.

Rompiendo todo protocolo, voces un poco alteradas en el pasillo me sacaron del estado de aturdimiento y fijeza con que miraba su cama y me dirigí de inmediato a silenciarlas. El pájaro agorero, cubierto en vulgares plumajes de colágeno, rubio teñido, tacos altos, vestido estrecho, exigía ser escuchado, con el deseo de penetrar la puerta inviolable de la habitación.

¿Quién eres?, le pregunté.

Una amiga de la Margarita, me respondió.

No, no eres una amiga de la Margarita, no te conozco.

Escúchame, ¿puedo hablar contigo?

(¿En ese momento?)

(¿Una desconocida quería hablar conmigo?)

No, le respondí, y le di la espalda.

A los doce minutos, la Margarita respiró por última vez.

Si se busca en un diccionario, un pájaro agorero puede ser un mago o un vidente. Pero su uso más común es el de los malos presagios. Y si se busca también la palabra intimidad dirá que es la amistad estrecha, la confianza que se reserva a la familia más cercana y unos pocos más: la preservación del sujeto y sus actos del resto de los seres humanos.

8

Perder el tiempo: es casi lo único que hago. Luego me pregunto si es realmente cuando se hace con intención. Todo parece provisional. Una áspera tranquilidad.

Roland Barthes comenta la naturaleza abstracta de la ausencia. Pero a pesar de su abstracción, agrega que es ardiente y desgarradora: «Es ausencia y dolor, dolor de la ausencia —¿quizás es entonces amor?».

Página siguiente
Luz

Tamaño de fuente:

Restablecer

Intervalo:

Marcador:

Hacer

Libros similares «El manto»

Mira libros similares a El manto. Hemos seleccionado literatura similar en nombre y significado con la esperanza de proporcionar lectores con más opciones para encontrar obras nuevas, interesantes y aún no leídas.


Reseñas sobre «El manto»

Discusión, reseñas del libro El manto y solo las opiniones de los lectores. Deja tus comentarios, escribe lo que piensas sobre la obra, su significado o los personajes principales. Especifica exactamente lo que te gustó y lo que no te gustó, y por qué crees que sí.