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Jürgen Habermas - Ciencia y técnica como «ideología»

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  • Libro:
    Ciencia y técnica como «ideología»
  • Autor:
  • Editor:
    Tecnos
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  • Año:
    2009
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Ciencia y técnica como «ideología»: resumen, descripción y anotación

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Jürgen Habermas es actualmente el pensados más importante y prometedor del continente europeo y una de las principales figuras del panorama filosófico mundial contemporáneo. El presente volumen de ensayos es tal vez, entre toda la vasta y difícil producción de Habermas, la obra que suministra de modo más accesible las principales claves de su pensamiento. El ensayo que da nombre al libro, «Ciencia y técnica como ideología», es una apasionante discusión de la tesis de Marcuse sobre la función instrumentalizadora de la récnica. Los capítulos «Trabajo e interacción» y «Progreso, técnica y mundo social» desarrollan el leitmotiv habermasiano -que tiene su origen en Hegel- de que el trabajo y el progreso técnico deben respetar las leyes y usos de la convivencia social. Tras un capítulo dedicado a la teoría de la opinión pública, el espléndido ensayo final, «Conocimiento e interés», sintetiza en una veintena de páginas el programa completo de la filosofía de Habermas.

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Ciencia y técnica como ideología Jürgen Habermas - photo 1
Ciencia y técnica
como «ideología»
Jürgen Habermas
http://psikolibro.blogspot.com
Traducido por Manuel Jiménez Redondo
En: Ciencia y técnica como ideología.
Tecnos, Madrid, 1986
Título original:
Wissenschaft und Technik als “Ideologie”, 1968
La paginación se corresponde
con la edición impresa.
CIENCIA Y TÉCNICA
COMO «IDEOLOGÍA»*
http://psikolibro.blogspot.com
A Herbert Marcuse con ocasión de cumplir su sep-
tuagésimo aniversario el 19–VII–1968.
Max Weber introduce el concepto de racionalidad
para definir la forma de la actividad económica ca-
pitalista, del tráfico social regido por el derecho privado burgués, y de la dominación burocrática. «Ra-
cionalización» significa en primer lugar la ampliación de los ámbitos sociales que quedan sometidos a los
criterios de la decisión racional. Paralelamente a esto corre, en segundo lugar, la industrialización del trabajo social, con la consecuencia de que los criterios de la acción instrumental penetran también en otros ámbitos de la vida (urbanización de las formas de existencia, tecnificación del tráfico social y de la comunicación). En los dos casos se trata de la implantación del tipo de acción que es la racional con respecto a fines: en el segundo caso esa implantación afecta a la organización de los medios, y en el primero a la elección entre posibles alternativas. Finalmente, la planificación puede ser concebida como una modalidad de orden
superior de la acción racional con respecto a fines: tiende a la instauración, mejora o ampliación de los sistemas de acción racional mismos. La progresiva
* Publicado con anterioridad, ligeramente abreviado, en Merkur, núm. 243, julio 1968, pp. 591–610, y núm. 244, agosto 1968, pp. 682–
Versión castellana de Manuel Jiménez Redondo.
«racionalización» de la sociedad depende de la institucionalización del progreso científico y técnico. En la medida en que la ciencia y la técnica penetran en los ámbitos institucionales de la sociedad, transformando de este modo a las instituciones mismas, empiezan a desmoronarse las viejas legitimaciones. La secularización y el «desencantamiento» de las cosmovisiones,
con la pérdida que ello implica de su capacidad de
orientar la acción, y de la tradición cultural en su conjunto, son la otra cara de la creciente «racionalidad» de la acción social.
I
Herbert Marcuse toma como punto de partida este
análisis weberiano para demostrar que el concepto de racionalidad formal, que Max Weber extrae tanto de
la acción racional del empresario capitalista y del obrero industrial como de la de la persona jurídica abstracta y del funcionario moderno, y que asocia
tanto con criterios de la ciencia como de la técnica, tiene implicaciones que son de contenido. Marcuse está convencido de que en lo que Max Weber llamaba
«racionalización», no se implanta la «racionalidad»
en tanto que tal, sino que en nombre de la raciona-
lidad lo que se impone es una determinada forma de
oculto dominio político. Como la racionalidad de este tipo sólo se refiere a la correcta elección entre estrategias, a la adecuada «utilización de tecnologías y a la pertinente instauración de sistemas (en situaciones dadas para fines dados), lo que en realidad hace es sustraer la trama social global de intereses en la que se eligen estrategias, se utilizan tecnologías y se instau-ran sistemas a una reflexión y reconstrucción racio-54
nales. Aparte de eso, esa racionalidad sólo se refiere a las situaciones de empleo posible de la técnica y exige por ello un tipo de acción que implica dominio, ya sea sobre la naturaleza o sobre la sociedad. La
acción racional con respecto a fines es, por su estructura misma, ejercicio de controles. Por eso, la «racionalización» de la vida según criterios de esta racionalidad viene a significar la institucionalización de un dominio que se hace ya irreconocible como dominio
político: la razón técnica de un sistema social de
acción racional con respecto a fines no se desprende de su contenido político. En su crítica a Max Weber, Marcuse llega a la siguiente conclusión: «El concepto de razón técnica es quizá él mismo ideología. No
sólo su aplicación sino que ya la técnica misma es
dominio sobre la naturaleza y sobre los hombres:
un dominio metódico, científico, calculado y calcu-
lante. No es que determinados fines e intereses de
dominio sólo se advengan a la técnica a posteriori y desde fuera, sino que entran ya en la construcción
del mismo aparato técnico. La técnica es en cada caso un proyecto histórico–social; en él se proyecta lo que una sociedad y los intereses en ella dominantes tienen el propósito de hacer con los hombres y con las cosas.
Un tal propósito de dominio es material, y en este sentido pertenece a la forma misma de la razón técnica»l.
Ya en 1956, en un contexto muy distinto, Marcuse
había llamado la atención sobre el peculiar fenómeno de que en las sociedades capitalistas industriales avanzadas el dominio tiende a perder su carácter explotador y opresor y a tornarse «racional», sin que por ello desaparezca el dominio político: «el dominio está ahora condicionado por la capacidad y el interés en mantener 1 «Industrialisierung und Kapitalismus im Werk Max Weber», en Kultur und Gesellschaft. II, Frankfurt a. M., 1965.
el aparato en su conjunto y ampliarlo»2. La racionalidad del dominio se mide por el mantenimiento de
un sistema que puede permitirse convertir en funda-
mento de su legitimación el incremento de las fuerzas productivas que comporta el progreso científico–técnico, si bien, por otra parte, el estado de las fuerzas productivas representa precisamente también el potencial, medidas en el cual, las renuncias y cargas im-puestas a los individuos aparecen como cada vez más innecesarias e irracionales3. Marcuse cree poder reconocer la represión objetivamente superflua en «la
intensificación del sometimiento de los individuos al inmenso aparato de producción y distribución, en la desprivatización del tiempo libre, en la casi irresoluble fusión de trabajo social productivo y destructivo».
Pero, paradójicamente, esta represión puede desapa-
recer de la conciencia de la población, ya que la legitimación del dominio ha adquirido un carácter distinto: ahora apela a «la creciente productividad y
creciente dominación de la naturaleza, que también
proporcionan a los individuos una vida más con-
fortable».
El aumento de las fuerzas productivas instituciona-
lizado por el progreso científico y técnico rompe todas las proporciones históricas. Y de ahí extrae el marco institucional sus nuevas oportunidades de legitimación. La idea de que las relaciones de producción
pudieran encontrar su instancia crítica en el potencial de las fuerzas productivas desarrolladas queda cer-cenada por el hecho de que las relaciones de produc-ción existentes se presentan como la forma de organización técnicamente necesaria de una sociedad racio-2 «Trieblehre und Freiheit», en Freud in dir Gegenwart, Frankf.
Beit. z. Soz., vol. VI. 1957.
3 Ibíd., p. 403.
nalizada. La «racionalidad» en el sentido de Max
Weber muestra aquí su doble rostro: ya no es sólo
la, instancia crítica del estado de las fuerzas productivas, ante el que pudiera quedar desenmascarada la
represión objetivamente superflua propia de formas de producción históricamente caducas, sino que es al mismo tiempo un criterio apologético en el que esas mismas relaciones de producción pueden ser también jus-tificadas como un marco institucional funcionalmente necesario. A medida que aumenta su fecundidad apologética, la «racionalidad» queda neutralizada como instrumento de la crítica y rebajada a mero correctivo dentro del sistema; lo único que todavía puede decirse es, en el mejor de los casos, que la sociedad está «mal programada». En la etapa del desarrollo
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