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PRÓLOGO
Dediqué el presente texto a la celebración del sexagésimo cumpleaños de mi amigo Thomas A. McCarthy. Con ello quiero también mostrar mi agradecimiento a un colega excepcional por tres décadas de trabajo conjunto, incansable discusión y continuo estímulo.
Aprovecho esta oportunidad para clarificar el concepto realizativo de «idealización» que opera en la acción comunicativa o en la argumentación. La genealogía de este concepto refleja una detranscendentalización de la razón que parte de Kant y que conduce hasta la concepción de un pragmatismo de corte kantiano que he desarrollado en Verdad y justificación (1999).
Starnberg, junio de 2001
J ÜRGEN H ABERMAS
ACCIÓN COMUNICATIVA Y RAZÓN SIN TRANSCENDENCIA
En el prólogo a su libro Ideales e ilusiones, Thomas McCarthy señala las dos direcciones en las que, desde Hegel, se ha movido la crítica al concepto kantiano de razón: «Por un lado están los que, tras la estela de Nietzsche y Heidegger, atacan de raíz las concepciones kantianas de la razón y del sujeto racional. Por otro están aquellos que, tras la estela de Hegel y Marx, las refunden en moldes sociohistóricos».
En otra parte, McCarthy habla de los «análogos práctico-sociales de las ideas kantianas de razón». Con ello se refiere sobre todo a tres presuposiciones pragmático-formales de la acción comunicativa. La suposición común de un mundo objetivo, la racionalidad que los sujetos que hablan y actúan se suponen mutuamente y la validez incondicionada que pretenden para los enunciados que producen mediante actos de habla. Estas presuposiciones se remiten unas a otras y constituyen diferentes aspectos de una razón desublimada que está encarnada en la práctica comunicativa cotidiana: «Las idealizaciones de responsabilidad racional y objetividad del mundo real figuran ambas en nuestra noción idealizada de verdad, pues la objetividad es la otra cara de la validez intersubjetiva de ciertos tipos de pretensiones de validez». Con ello la tensión transcendental entre lo ideal y lo real, el reino de lo inteligible y el de los fenómenos, penetra en la realidad social de los contextos de acción. Esta transformación de la razón «pura» en una razón «situada» es esgrimida enérgicamente por McCarthy frente al tipo de crítica a la razón que se ejerce en términos abstractos y con pretensiones de liquidación, al estilo de la paradójica tarea de socavamiento y desestabilización emprendida por Foucault y Derrida (y sin olvidar por ello las intuiciones contenidas en la deconstrucción de aquellas ilusiones de la razón que penetran hasta los capilares de los discursos cotidianos).
La tarea de «situar la razón» ha sido entendida, tanto en la tradición del pensamiento historicista que va de Dilthey hasta Heidegger como en la del pensamiento pragmático desde Peirce hasta Dewey (y, en cierta forma, Wittgenstein), como una tarea de detranscendentalización del sujeto cognoscente. El sujeto finito debe encontrarse ya «en el mundo» sin perder totalmente su espontaneidad «creadora de mundo». En este sentido, la discusión entre McCarthy y los seguidores de Heidegger, Dewey y Wittgenstein es más bien una disputa de familia sobre la cuestión relativa a cuál de las dos partes lleva a cabo la detranscendentalización de forma correcta:
En la disputa con los deconstructivistas al menos, el planteamiento mismo de estas preguntas no se pone en cuestión. Pero para los seguidores de Hume, es decir, para una gran parte de la filosofía analítica, la dialéctica entre lenguaje «abridor de mundo» y procesos de aprendizaje intramundanos ni tan sólo tiene un sentido bien determinado. Cuando uno no adopta en absoluto la idea kantiana de una razón «constituidora de mundo» y la concepción de un entendimiento (Verstand) que «constituye» los objetos de la experiencia posible, tampoco puede haber ningún motivo para una detranscendentalización de la «consciencia» de los sujetos que conocen y actúan, ni tan sólo para una controversia sobre las consecuencias de una corrección como la mencionada. McCarthy defiende la explicación pragmático-formal del «carácter situado de la razón» contra objeciones deconstructivistas. Yo quiero intentar salir al encuentro de la incomprensión