Estaba convencido de que la mayor proporción de muertes en la Clínica Primera era debida a una causa endémica aunque desconocida […] Era por entonces consciente de muchos hechos para los que no tenía explicación. El parto con una dilatación prolongada conducía casi inexorablemente a la muerte. Las pacientes que daban a luz prematuramente en la calle casi nunca enfermaban […] Las pacientes de la Clínica Segunda estaban más sanas, aunque los reconocimientos en ella no eran más habilidosos o cuidadosos […] Todo estaba bajo sospecha; todo me parecía inexplicable; todo era incierto. Sólo el mayor número de muertes era una realidad incuestionable.
Bajo la expresión “fiebre puerperal” se agrupan enfermedades muy diferentes, aunque todas son resultado del crecimiento de organismos comunes cuya presencia infecta la pus formada naturalmente en las superficies heridas, extendiéndose entonces por un medio u otro, por la sangre o los líquidos linfáticos, a una u otra parte del cuerpo, e induciendo cambios mórbidos que varían con la condición de las partes, la naturaleza del parásito y la constitución general del individuo. Pero cualquiera que sea esa constitución, la recuperación tendrá normalmente lugar tomando medidas que se opongan a la producción de esos organismos parásitos comunes […] Considero que el método antiséptico conseguirá imponerse en la gran mayoría de los casos.
Presentación
El paso de la frase de Semmelweis a la frase de Pasteur es la materia de reflexión que proporciona el espinazo histórico a este libro. Semmelweis describe en su libro biográfico de 1861 un estado del conocimiento y la práctica médica de la década de 1840, cuando realizaba sus prácticas como asistente de obstetricia del Hospital General de Viena, y Pasteur realiza su comunicación de 1880 a la Academia de Ciencias francesa sobre la base de investigaciones biológicas que arrancan en la década de 1850 con el estudio de la fermentación. Entre los años de la duda de Semmelweis, en los cuarenta, hasta la certidumbre de Pasteur, en los ochenta, transcurren algunas de las décadas más fascinantes de la historia de la medicina. Es una historia intelectual, profesional y social que culmina con el triunfo de la antisepsia y la visión etiológica de la enfermedad. Para abordarla asumiremos el marco explicativo de una filosofía naturalista de la ciencia, una filosofía “fronteriza” que se integra en los llamados “estudios CTS”. Unas palabras son ahora necesarias sobre ese marco.
Desde que Thomas Kuhn mostró el camino hace 40 años con La estructura de las revoluciones científicas (1962), muchos lógicos y filósofos de formación, como es el caso del autor, se han movido en la frontera de la filosofía de la ciencia. Se trata de un territorio incómodo y aún mal comprendido, a pesar de contar hoy con una población de profesionales superior posiblemente a la de la metrópolis tradicional y burguesa: los enfoques formales de inspiración positivista y sus diversos suburbios esencialistas. Es la frontera de la naturalización, de los estudios sociales de la ciencia, de los estudios de ciencia y género, de la reflexión sobre valores en ciencia, de la filosofía de la tecnología, de la dimensión práctica y material de la ciencia, etc. La frontera de los nuevos problemas y los nuevos enfoques que, con la excepción de algunos reductos recalcitrantes, tiene un peso cada vez mayor en las revistas clásicas de filosofía de la ciencia, y un crecimiento exponencial en revistas y colecciones propias. Muchos problemas tradicionales del enfoque positivista, como el de la aceptabilidad de hipótesis o la distinción teórico-observacional, son abordados de modos nuevos, y otros son simplemente sustituidos por cuestiones ignoradas o despreciadas por los positivistas en su momento, como el tema de los valores contextuales o el de la “lealtad instrumental”.
¿Ha mejorado nuestra comprensión de la ciencia con esta filosofía fronteriza, con la colonización de nuevos territorios y el abandono de la certidumbre positivista? Aunque carecemos de un criterio compartido de progreso metacientífico, sí debemos reconocer que hoy mantenemos una visión más compleja y más rica sobre la ciencia, planteando cuestiones éticas, prácticas, políticas o sociales al abordar problemas epistemológicos u ontológicos. La propia ciencia es un objeto de estudio muy complejo, y eso es algo que no podemos remediar con propósitos beneméritos y sofisticados artificios teóricos.
La actividad profesional del autor, y el enfoque general de este libro, se mueve en uno de esos lugares fronterizos: los estudios sociales de la ciencia o estudios sobre “ciencia, tecnología y sociedad” (CTS). Originales de los años setenta, y deudores en parte de la obra de Kuhn, los estudios CTS constituyen un enfoque crítico e interdisciplinario centrado en la comprensión de la dimensión social de la ciencia y la tecnología. “Crítico” porque en ellos se presenta una visión del fenómeno científico-técnico antagónica con respecto a la tradición esencialista e intelectualista, e “interdisciplinario” porque en ellos concurre una diversidad de disciplinas como la sociología del conocimiento científico, la historia de la ciencia y la tecnología, la economía del cambio técnico y, por supuesto, la filosofía de la ciencia. Tomando como base a la filosofía naturalista de la ciencia, en esta obra ensayaremos precisamente una aproximación crítica e interdisciplinaria, es decir, CTS, a diversos episodios de la historia de la medicina decimonónica. Éstos serán nuestro “caballo de veterinario”, nuestro botón de muestra para una reflexión más general sobre la naturaleza y dinámica de la ciencia y sus relaciones con la sociedad.
El hilo conductor de este ensayo será Ignaz Semmelweis, un médico de origen húngaro de mediados del siglo XIX, y los avatares y triunfo final de la medicina antiséptica: un proyecto en el que se empeñó Semmelweis durante décadas y que sólo culminó con las contribuciones de Pasteur y Lister mucho tiempo después. Escoger a Semmelweis como autor de referencia en la obra no es casual. Primero, Semmelweis es uno de los autores históricamente más importantes en el desarrollo de la medicina moderna, como veremos a lo largo del libro. Segundo, la vida científica de Semmelweis ejemplifica magníficamente la relevancia explicativa de factores epistémicos y no epistémicos, de carácter social o instrumental, en el avance del conocimiento. Y, tercero, Semmelweis es también autor de referencia con el que aún hoy siguen iniciándose en la filosofía de la ciencia muchos estudiantes de primeros cursos de filosofía y otras especialidades. El motivo es que su historia abre el manual clásico de introducción a la filosofía de la ciencia publicado por Carl Hempel, célebre autor positivista, poco después de la obra principal de Kuhn. Me refiero a su famosa