INTRODUCCIÓN
Humberto Guerra
Los investigadores de las Ciencias Sociales y de las Humanidades, así como los creadores artísticos que colaboramos en este volumen, sostenemos que la figura del hombre sexodiverso mexicano no ha sido realmente invisibilizada. Por el contrario, sobre todo a partir de la Revolución de 1910, su posterior triunfo y la implementación de su programa político-social desde 1921, el joto, el puto, el maricón, el homosexual, el gay y ahora el flexible y el cuir han participado de manera fehaciente en la construcción del Estado nacional mexicano y de sus manifestaciones culturales y artísticas, al igual que de sus relaciones y vínculos sociales. En esta situación, entonces, lo que hay que sopesar es la calidad del espacio que se ha adjudicado a este tipo social, comunidad sexual y destino personal, el cual ha estado signado por una gran ambivalencia (como casi cualquier aspecto sociocultural de importancia para la sociedad mexicana); por un lado, vilipendiado, degradado y humillado y, por otro, festejado y buscado para refrendar los privilegios de la heteronormatividad patriarcal. Es decir, la norma heterosexual y patriarcal tiene en las diversidades sexuales masculinas, principalmente, un factor indispensable para su implementación y sostenimiento. Es imperioso sobrepasar las apreciaciones e intuiciones comunes sobre dicha ambivalencia para efectuar un análisis detallado de este objeto de estudio.
Al momento de cerrar este volumen colectivo, la rica y compleja sociedad mexicana nos ha brindado uno de tantos hechos que refrendan lo recién afirmado y lo ejemplifican de manera puntual. Con el cambio de presidencia (diciembre de 2018) y de rumbo gubernamental no se han hecho esperar los movimientos de personal en todos los órdenes de gobierno. Particularmente uno resultó escandaloso por varias razones. Es prerrogativa del presidente designar a quien dirija el Fondo de Cultura Económica, editorial emblemática perteneciente al Estado. El elegido en esta ocasión fue el escritor y divulgador cultural Paco Ignacio Taibo II; sin embargo, se hizo del conocimiento público que el seleccionado había nacido en España y, por lo tanto, no podía ocupar el cargo máximo en dicha institución, de acuerdo con una ley promulgada en la década de los años sesenta que restringía el puesto solo a ciudadanos mexicanos por nacimiento. Después de unos días de alboroto se modificó la ley y el escritor mexicano por naturalización ha podido ocupar el cargo. En medio de esta lucha de poderes, de descalificaciones y de aclaraciones, Taibo II durante una presentación —en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara— aludió a su «triunfo» señalando que «sea como sea, se las metimos doblada, camarada», dando a entender que se había impuesto.
Esta lamentable aseveración alzó revuelo mediático y le resultó un duro revés al gobierno entrante y al escritor y, sin embargo, no impidió que ocupara el cargo. ¿Qué papel juega este acontecimiento aquí? Creemos que mucho. La frase significa la penetración del otro; el penetrador se impone de manera irrecusable, sin importar el género del penetrado. Aunque, hay que aclarar, se utiliza mayoritariamente para la imposición —sexual y simbólica— de un hombre sobre otro, el cual es feminizado y, por lo tanto, se le rebaja y vence. El sometido deviene un puto, un mariconazo tremendo. Además, no se trata de una penetración cualquiera, es tal la glotonería sexual del receptor y el considerable volumen genital del penetrador que el pene se introduce de forma abultada. Algo así como que se le castiga («te duele, pero te gusta»), premia (al darle «lo que te gusta») y evidencia («ya ves que sí te gusta») de manera simultánea.
No obstante, nadie parece reparar en la situación en que se ubica al penetrador. ¿No sería igualmente infamante por acceder a «carne de varón»? ¿No es igualmente reprobable por el «ejercicio homosexual»? Pues de manera sorprendente no es así, la ambigüedad es tal que solo el considerado «puto» es responsable, culpable, estigmatizado y, en cambio, el macho surge después de perpetrar esta violación con singular fuerza, arrojo y valentía. Así de ambigua es la conceptualización sexual en México y cada vez que alguna situación análoga se califica con este tipo de comentarios se refuerza esa cultura de preeminencia del macho, aunque necesariamente medie algún tipo de homoerotismo. Paco Ignacio Taibo II tuvo el desatino de pronunciar esto en público y se le achaca su «misoginia», su «machismo», su «homofobia», su «incorrección política»; estas y otras cualidades se encierran en la brevedad contundente de la frase, pero es algo que está en la mente y en la acción de muchos mexicanos —y de muchas mexicanas también—.
Es así, entonces, como lo «joto» y lo «macho» exceden las barreras de la identidad y comportamientos caracterológicos y expanden su radio de acción e influencia a toda la sociedad y cultura mexicanas. Sirve tanto para calificar, denostar, acusar y señalar como para delimitar actitudes, contenidos, personas e intenciones que van desde lo más cotidiano (como puede ser una llamada al orden con sentencias del estilo «compórtate como machito», «qué niña», «actúa como hombre»), aunque en la misma medida lo «joto» y lo «macho» (y todos sus posibles matices) operan como valoradores de la experiencia personal o colectiva en fórmulas sintácticas como estas: «demasiado femenino para mí», «eso es de maricones», «afeminados absténganse», «hombre para hombre», «pareces joto», que, sin embargo coexisten con sentencias como «todo hoyo es trinchera», «hoyo aunque sea de pollo» o «agujero aunque sea de caballero», por mencionar solo tres de las posibles variaciones que permiten el ejercicio genital entre hombres, aunque no necesariamente consienten el involucramiento emocional... Así de ambiguo, contradictorio y permisible es el panorama del rango de opciones que se combinan de muy diversas maneras cuando se tratan las relaciones entre varones.
Todos estos casos están vinculados por un continuo social de comportamientos esperados y reprobables que, si bien está confeccionado para las conductas masculinas, no es ajeno a la caracterología femenina. El resultado es, de nueva cuenta, de una amplia complejidad y, sobre todo, ambigüedad, omnipresente en la sociedad mexicana. Apenas ahora comienzan a desaparecer del registro del habla mexicana frases y sentencias que gozaban de profundo arraigo y eficaz utilización como «bien bragada» o «con los pantalones bien puestos» o, peor aún, «con muchos huevos» para aludir a la mujer que estaba a la altura de ciertas circunstancias que precisaban arrojo, coraje, valentía..., pues la expresión aprueba el comportamiento desplegado que es casi «masculino», así se despoja a lo femenino de potencias propias y solo puede destacarse vicariamente al «amacharse». Estas ejemplificaciones —que la cotidianidad de la lengua nos proporciona— son en verdad valiosos recursos para medir la temperatura social de las relaciones genéricas, de la conceptualización adjudicada al ser hombre o mujer y de la naturaleza de los mecanismos de control, prestigio y exclusión por los que la sociedad mexicana se guía y ejecuta sus actos vitales.
Una ejemplificación más creemos que servirá para redondear nuestros argumentos al respecto. Cualquier mexicano/a recae de inmediato en la identidad del hablante de esta nación al notar que con prodigalidad usa los sustantivos «padre» y «madre» en una modalidad adjetival. Es decir, se usan para calificar antes que para denotar una función familiar específica. Así, «padre» como adjetivo sirve para designar de forma positiva a cualquier persona, experiencia o situación; se le considera un término «neutro» del habla y puede utilizarse bajo cualquier circunstancia, sin que su uso estigmatice al hablante. Hay personas padres, es decir, atractivas, admirables o encantadoras; una buena lectura o filme son padres y significa que ambas experiencias estéticas son, por lo menos, agradables, por ejemplo. En oposición, el uso adjetival de «madre» sirve para denotar apreciaciones extremas tanto negativas como positivas, pero su uso sin duda estigmatiza al hablante situándolo en la infracción lingüística al utilizar un término considerado «altisonante» y, por lo tanto, no tiene el paso franco de su contraparte, es decir, no se puede pronunciar en cualquier espacio o circunstancia, puesto que compromete al hablante.
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