Fernández Díaz, Jorge Una historia argentina en tiempo real / Jorge Fernández Díaz. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Planeta, 2021. Archivo Digital: descarga ISBN 978-950-49-7364-5 1. Ensayo Político. 2. Política. I. Título. CDD 320.82 |
© 2020, Jorge Fernández Díaz
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Primera edición en formato digital: mayo de 2021
Digitalización: Proyecto451
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ISBN edición digital (ePub): 978-950-49-7364-5
La edición de todas y cada una de las piezas de este libro y de su estructura general estuvo al cuidado de Verónica Chiaravalli, mi socia, mi amor.
A Carmina, in memoriam.
Y a su familia que tanto adoraba y que tanto la cuidó:
Mary, Norber, Rocío, Lucía y Martín.
Rosas teme más a la prensa que a las conspiraciones; una
conspiración puede ser ahogada en sangre pero un libro,
una revelación de la prensa... queda ahí para siempre,
y si en el momento es inútil y sin efecto, no lo es para
la posteridad que, juzgando por el examen de los
hechos y libre de toda preocupación y de toda
intimidación, pronuncia su fallo inapelable.
DOMINGO FAUSTINO SARMIENTO,
Recuerdos de provincia.
Primera parte
UN ASUNTO PERSONAL
Crónica íntima de un viaje doloroso
Yo me pinto a mí mismo.
MICHEL DE MONTAIGNE
La mujer no me quitaba los ojos de encima. Estábamos en Cosi Mi Piace probando una pizza a la italiana, en un ambiente relajado y con luces suaves. Verónica y yo hablábamos, para variar, de política argentina, de cine clásico y de literatura, y aquella extraña dama se ubicaba a tres mesas de distancia, rodeada de dos cincuentones de buen ver. La mirada era tan penetrante e insistente que me cortaba el hilo de la conversación. Supuse que se trataba de una lectora, y que estaba pendiente de cada gesto e incluso que podía descifrar mis labios sin necesidad de oír mis palabras. Era sábado por la noche en Palermo Soho, y acabábamos de entregar al diario mi artículo dominical: después de tantos años, la tarea de escribir una columna de opinión cada semana me parece tan extenuante como subir el Himalaya, y aunque luego duerma una hora de siesta, es difícil que no arrastre mi cansancio hasta los límites de la cena. Siempre creo que es una tarea ciclópea y que se encuentra muy por encima de mis posibilidades: pensarla me lleva buena parte de la semana; escribirla y pulirla con obsesión de prosista, más de diez horas. Ser un “escritor público”, como se les decía en el siglo XIX a los ensayistas de la prensa, nunca había figurado entre mis planes: me entrené desde los doce años en la carpintería del cuento y la novela, y desde los diecinueve también en el periodismo narrativo. Fui, es cierto, un lector voraz de la historia política, pero jamás soñé siquiera con transformarme en un articulista de ideas. Articular argumentos a mí me resulta mucho más difícil que narrar hechos y escenas, e infinitamente más complejo y laborioso que entretejer análisis con información. Hacerlo cada siete días, y lograr un estilo propio y una cierta originalidad y una determinada elocuencia, es más difícil que jugar ajedrez olímpico. Cuando acabo la tarea, cada sábado, y luego cuando al día siguiente intento leer la pieza con una determinada objetividad, siento invariablemente que fracasé. Y que debería dejarle mi lugar a alguien más dotado. El martes pienso que habrá revancha, y que quizá tenga suerte la próxima vez y consiga algo; es el cobayo en la ruedita vana e interminable del razonamiento político, que en la Argentina siempre resulta circular.
La pizza estaba deliciosa aquella noche en Cosi Mi Piace. Pagamos la cuenta y buscamos la salida. Mientras avanzábamos hacia la puerta, sentía sobre mi espalda los ojos de rayos equis de la mujer que nunca había apartado la vista de nosotros. Al salir a la vereda, paré un taxi y con el rabillo percibí que la desconocida salía corriendo del restaurante y se me acercaba por un costado. Ya tenía la puerta abierta del coche, cuando ella estuvo junto a nosotros: la mirada encendida en la noche, un papel en la mano. Le sonreí con cortesía y agradecimiento: tener lectores es una bendición para cualquiera. Creía sinceramente que me pedía un autógrafo o que me dejaba una carta personal. Se trataba más bien de lo segundo: “Esto es para vos”, dijo con voz afable. Tomé el papel y le agradecí mucho, pero ella se dio vuelta y regresó velozmente al restaurante. Subimos al taxi y al desplegar el mensaje leí en la penumbra: “Es una pena que te hayamos perdido. Espero que tu sueldo como gorila te permita enriquecerte. Me apena no poder leerte más”.
Las verdades más hondas y dolorosas nos caminan silenciosamente por dentro durante años, y de pronto pegan un grito y nos despiertan. Obligado a buscar esas raras epifanías me detengo en los epílogos de los fastos del Bicentenario, cuando Néstor y Máximo Kirchner hacen sobremesa en Olivos y el padre pronuncia su frase decisiva: “Les ganamos la batalla cultural”. Casi dos años más tarde, en las celebraciones por los doscientos años de la creación de la bandera, Cristina Kirchner se abanica en el palco, con su extenso luto de viuda, y arenga a sus “soldados” con un grito de guerra: “Vamos por todo. ¡Por todo!”. Se trata de dos jactancias famosas, siempre alrededor del revisionismo histórico, pero que contienen un sentido mucho más amplio: habían logrado desde el poder y la gloria imponer una nueva historia oficial sobre el pasado y sobre el presente, y se disponían a avanzar con el Estado militante sobre todas las cosas. Al leer en un suelto la reflexión de Néstor sentí que algo invisible me electrocutaba, y que de una manera absurda y quizá narcisista yo era convocado a esa misma batalla cultural, pero en la dirección contraria y en tensión con el nuevo relato que pretendían imponer. Se trataba de un deseo íntimo, irrefrenable y muy poco conveniente: todavía pertenecía al cuerpo profesional del diario La Nación y aquel propósito desmesurado parecía más la prerrogativa de un pensador externo que de un simple y equilibrado editor periodístico. Es por eso que en los primeros tiempos debí separar muy cuidadosamente mi labor rutinaria de mis columnas de opinión, como si se trataran en efecto de dos deportes diferentes: la praxis del periodista de datos y el oficio del escritor de ideas. La realidad tuvo un espectacular vuelco con la muerte del líder y con la brusca radicalización de su esposa: al final ese grito modulado en el palco de la ciudad de Rosario me dejó con la boca abierta. Todos recordamos qué estábamos haciendo cuando derribaron las Torres Gemelas o cuando recibimos las primeras noticias del infierno de Cromañón. Con idéntica nitidez me recuerdo a mí mismo en la antigua redacción de la calle Bouchard observando atentamente la pantalla, y viendo más allá. Tardé mucho en decodificar las imágenes que volvían de mi infancia y de mi juventud, pero todas ellas me atravesaban a gran velocidad como si estuviera en una situación límite. Desde el inicio algo muy profundo me unió a la experiencia kirchnerista, y este texto intentará probar hasta qué punto el problema viene de muy lejos y toca efectivamente mi vida entera.