Roberto Fernández Díaz - Cataluña en el absolutismo borbónico. Historia y política

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In memoriam de mi hermana, Conchita,

por su amor, coraje y humanidad.

Porque si bien he caminado en mis investigaciones con la antorcha de la autoridad y de los monumentos, podrá el amor propio, que es mal consejero, haber extraviado mi juicio alguna vez antes de fundar mi opinión. Esta la expongo libremente sin pretender tiranizar la ajena... y provoco a los críticos a que me ayuden con sus luces a disipar mis dudas, y desengañar el mundo para hacer triunfar la verdad contra la vaga fe de vulgares tradiciones, o la vanidad de los sistemas.

A NTONIO DE C APMANY , Cuestiones críticas, 1807, pp. II-III.

Todos cuantos me conocen saben lo muy apegado que estoy al proverbio castellano que dice que es «de bien nacido ser agradecido». Una obra como la presente debe muchos agradecimientos que deseo hacer públicos. Sin ellos sentiría que este libro está moralmente incompleto. Le pido al lector que no piense que está ante un fácil y exagerado ejercicio de laudatoria, sino frente a una forma de ser y estar en la vida que el autor profesa y que le hace entablar una fraternal relación con las personas que le permiten una existencia más serena y más feliz.

Y también ante un sentido colectivo respecto a la tarea intelectual de los historiadores, científicos sociales que, sumando unos con otros, vamos conquistando un conocimiento sobre el pasado que nos permite construir una narración histórica cada vez más rigurosa para ofrecerla a la ciudadanía con el objetivo de que pueda ayudar a pensar libremente su presente y su futuro. Por eso, todo lo que haya de bueno en este trabajo tiene su primera deuda con los numerosos historiadores que, desde el siglo XIX hasta nuestros días, se han dedicado a estudiar el Setecientos catalán y español. Deseo, pues, reconocer mi gratitud a diversos colegas catalanes de los que he aprendido muchas cosas sobre «mi» siglo. Entre otros, me es grato mencionar a Ernest Lluch, Josep Fontana, Jaume Torras, Josep Maria Torras, Josep María Delgado, Ramon Grau, Pere Molas, María Angeles Pérez Samper y, especialmente, a Joaquim Albareda, con quien mantengo además una siempre amistosa conversación sobre «nuestra» centuria y un gran afecto personal. Y por supuesto a los maestros Antonio Domínguez Ortiz, John Elliott y Pierre Vilar, con quienes he aprendido a pensar la historia como disciplina científica.

Preciso también dar las gracias a los ciudadanos españoles que con sus impuestos han subvencionado una parte de esta investigación a través de la ayuda que durante los últimos años me ha dispensado el Ministerio de Ciencia e Innovación. Espero que la inversión les parezca bien empleada y que los resultados no les defrauden, no porque estén de acuerdo con ellos, sino porque consideren que este libro está escrito con el mayor rigor posible que proporciona el método científico y con una actitud personal que busca siempre la verdad histórica como única meta.

Asimismo, me place en gran medida nombrar a mis alumnos sin que se entienda como un tópico obligado. A lo largo de más de treinta y dos años, en mis clases de historia moderna, de historiografía o de introducción a la ciencia, ellos me han ayudado a perfilar más atinadamente lo que pienso a partir de sus preguntas, sus consideraciones y sus correcciones. Las lecturas para afrontar estas clases y las reflexiones que con ellas he ido hilvanando son una de las principales bases sobre las que esta obra se ha edificado. Entre algunos de esos antiguos alumnos se encuentran hoy colegas y amigos que forman parte del profesorado del área de Historia Social de la Universitat de Lleida, y con los cuales he tenido el placer de debatir y aprender sobre historiografía y modernismo en los últimos años. Me refiero a Antoni Jove, Toni Passola y María José Vilalta. Y también quiero mencionar a Paco García y Víctor Bretón, igualmente antiguos alumnos y en la actualidad profesores de geografía y de antropología de «mi» Facultad de Letras, de los que intelectual y humanamente sigo aprendiendo cada día.

Deseo manifestar también la deuda contraída con mis colegas del modernismo hispano. Me siento orgulloso de pertenecer a una academia de historiadores que en los últimos años ha sido capaz de crear una comunidad científica a la altura de cualquier canon de exigencia internacional. Y, naturalmente, quiero expresar mi gratitud en especial a las personas que han tenido a bien invertir su precioso tiempo en leer esta publicación y sugerirme ideas y correcciones que sin duda la han mejorado notablemente. En este sentido es preciso mencionar la perenne generosidad de mi maestro Carlos Martínez Shaw, siempre a mi lado; la inteligencia y la entrega de mi «hermano» Alex Sánchez y las sugerencias, de tanto provecho intelectual para mí, de mis íntimos amigos Ricardo García Cárcel, Joaquim Prats y Josep Maria Sala Valldaura. Tampoco puedo olvidar a mi buen amigo Javier de Castro, historiador también y protagonista, junto con su magnífico equipo, de la espléndida edición de este libro, con una especial mención para la pericia técnica de Marta Rodríguez. Ni a Carmen Esteban, editora de Crítica, que con tanto entusiasmo ha tenido la gentileza de arroparlo. A todos ellos, que han sido críticos constructivos del mismo, les doy las gracias de corazón, aunque desde luego quedan eximidos de cualquier responsabilidad sobre todo aquello que la obra defiende.

No quiero cansar al lector, pero es una grata necesidad acabar estos agradecimientos mencionando a quienes han soportado emocionalmente la elaboración de este libro, que finalmente ve la luz después de siete años discontinuos de trabajo. Mi esposa, Eugenia, y mi hijo, Daniel, han sido el baluarte sentimental sobre el que ha podido descansar mi dedicación a la presente investigación. Y, en el caso de Eugenia, debo agradecerle además que sus conocimientos bibliotecarios descubrieran algunas publicaciones que a mí se me habían pasado por alto. Por último, como siempre, mi sentido amor a mis padres, Ginés y Margarita, dispuestos en todo momento a cuidar de mí. Y sobre todo a mi hermana, Conchita, por su ejemplo de vida que tanto añoro.