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Natalia Fernández Díaz-Cabal - Perséfone se encuentra a la Manada

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Natalia Fernández Díaz-Cabal Perséfone se encuentra a la Manada

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Natalia Fernández Díaz-Cabal doctora en Lingüística y en Filosofía de la - photo 1

Natalia Fernández Díaz-Cabal, doctora en Lingüística y en Filosofía de la Ciencia, es profesora en la Universidad Autónoma de Barcelona y en CEA-University of New Haven. Colaboradora en varios medios internacionales y nacionales, y ha impartido cursos y conferencias en España, Portugal, Holanda, Inglaterra, China, Italia, México, Paraguay, Argentina, República Checa, Macedonia, Canadá, Francia, Grecia y Turquía. Es autora de La violencia sexual y su representación en la prensa (2003), Cuando el feminismo dijo sí al poder (2013) y Polifemo y la mujer barbuda. Crónica (des)enfadada de un cáncer atípico. Acaba de incursionar como autora de teatro, con la reciente publicación de (Im)pacientes en la Asociación de Directores de Escena de España.

Natalia Fernández Díaz-Cabal, 2019

Diseño de la portada: RAG

Editor digital: Titivillus

ePub base r2.1

Notas 1 De hecho en mi libro La violencia sexual y su representación en la - photo 2
Notas

[1] De hecho, en mi libro La violencia sexual y su representación en la prensa, el antecesor de este texto, utilizo indistintamente «violencia de género» y «violencia contra las mujeres», y por descontado en ambas incluyo el delito sexual.

[2] Byung-Chul Han, Topología de la violencia, Barcelona, Herder, 2016.

[3] Pero en las lenguas, como en las sociedades, los prototipos discursivos o las ideologías se van transformando, como organismos vivos que son, Así, en Assembly Bill 1911, de comienzos de los años ochenta del pasado siglo, en que se repasan algunos aspectos del código penal, se puede leer: «It shall be an unlawful employment practice for an employer to sexually harass an employee, or to permit, aid, or incite sexual harassment of an employee As used in this section “sexual harassment” means unwelcome sexual advances…». La definición no puede ser más precisa: el acoso sexual es una insinuación sexual no deseada.

[4] DPA, 29 de enero de 1993.

[5] Agencia France Presse, 31 de diciembre de 1993.

[6] Así se recoge en la nota de la Agencia France Presse del 19 de junio de 1995.

[7] Un ejercicio ilustrativo y esclarecedor consistiría en detenerse en el diccionario del lexicógrafo Samuel Johnson, de 1839, donde se define la violación como «violenta desfloración de la castidad» y también como un «acto de privación o sustracción».

[8] Su origen se sitúa en el latín «raptus» o «rapere», que significa llevarse a alguien por la fuerza.

[9] Véase capítulo II, nota 2.

[10] R. Porter, «Rape — Does it have a historical meaning?», en Rape, Oxford, Basil Balckwell Ltd, 1986.

[11] Impresionante la historia de esta pintora romana barroca, protegida por Cosme II de Médici, violada en su adolescencia, y que llevó hasta el final el caso de su violación. La costumbre entonces, como en tantos lugares ahora, señalaban que para borrar el agravio la víctima tenía que contraer matrimonio con su agresor, cosa que no sucedió, aunque este se lo había prometido. La persistencia de Artemisia tuvo recompensa: a su violador le esperó el exilio y ella pudo recomponerse del hecho de haber sido mancillada gracias a un matrimonio arreglado por su padre (que, dicho sea de paso, la apoyó en todo momento). Por supuesto que mantener la acusación de violación contra su agresor supuso pasar un dictamen médico que certificara que hubo desfloración.

Una buena parte de los cuadros de Artemisia emergen del trauma y consuman una simbólica venganza por el daño que le habían infligido: su Judith decapitando a Holofernes abruma por su intensidad y su dureza. También representa una escena de clara intromisión sexual en Susana y los viejos, donde una joven desnuda trata de quitarse de encima a un par de hombres que la están importunando. Un imponente retrato del acoso y la indefensión.

[12] C. Frayling, «The house that Jack built», en Rape, Oxford, Basil Blackwell Ltd, 1986.

[13] En ciertas jurisdicciones de Australia como Tasmania o Victoria la ley se ha afinado lo suficiente como para decretar que debe existir un «consentimiento positivo» o «acuerdo libre», que no deje lugar a la ambigüedad. En cualquier otro supuesto se entenderá que existe agresión sexual. Esta especie de acuerdo explícito se concretó con la idea de que los jueces descartaran cualquier asociación de la pasividad con el consentimiento. Pero esa medida también tiene sus objetores, sobre todo los que exigen matices más claros de qué es lo que constituye consentimiento y la penumbrosa zona en que se sume la explicación de qué es lo que hace que un acuerdo sea «libre» (A. Carline y P. Easteal, Shades of Grey. Domestic and sexual violence against women, Londres, Routledge, 2014).

[14] B.-C. Han, Topología de la violencia, cit.

[15] J. Habermas, «Hannah Arendts communication concept of power», en Power, S. Lukes (ed.), Oxford, Basil Blackwell Ltd., 1986.

[16] T. Parsons, «Power and the social system», en Power, cit.

[17] H. Arendt, «Communicative power», en Power, cit.

[18] G. Lenski, «Power and privilege», en Power, cit.

[19]Ibid.

[20] M. Weber, «Domination by economic power and by authority», en Power, cit.

[21] T. Van Dijk, «Discourse, power and access», en Critical Discourse Analysis, Rosa Caldas (ed.), Beverly Hills, Sage Publications, 1992; T. Van Dijk, «Power and news media», en The role of communication and information in contemporary societies, Mundaka, Vizcaya, julio de 1992.

[22] Véase Habermas, nota 3.

[23] Véase Parsons, nota 4.

[24] G. Vigarello, Historia de la violación. Siglos XVI-XX , Madrid, Cátedra, 1999.

[25] El síndrome de Genovese alude al asesinato de la joven Kitty Genovese en 1964, cuando regresaba a casa de madrugada desde su trabajo. Un necrófilo confeso la asaltó, y mientras ella gritaba, la mayor parte de sus vecinos optó por subir el volumen del televisor o cerrar mejor las ventanas, para que los gritos no los incomodara. Hasta la policía ignoró una primera llamada de auxilio al no considerarlo grave. El atacante la agredió en una primera tanda de puñaladas de las que logró huir, para caer, malherida, en un punto de más invisibilidad para el vecindario. El asesino volvió por ella y mientras ella agonizaba la violó y le robó los pocos dólares que llevaba encima.

Por desgracia el síndrome Genovese vive un repunte gracias a las nuevas tecnologías que nos empujan a hacer primero una foto para colgarla en las redes y luego, si se tercia, ofrecer ayuda (aunque lo más común es alejarse del lugar del crimen). La evidencia de la creciente insensibilidad debería acortar el recorrido de argumentos como que los gritos de la víctima tienen alguna función que no sea la de expresar su miedo o su dolor.

[26] D. Russell, Sexual exploitation, Londres, Sage, 1984.

[27] J. Benjamin, «Master and slave. The phantasy of erotic domination», en Powers of Desire, the Politics of Sexuality, A. Snitow, C. Stansell y S. Thompson (eds.), Nueva York, New Feminist Library, 1983.

[28] S. Brownmiller, Against our will, Londres, Penguin Books, 1975.

[29] J. Caputi, «Men’s violence against women, an international overwiew», en BN/SR (1991) 34, 6, pp. 847-878.

[30] La penetración ha servido, tradicionalmente, para exaltar la virilidad. Gran parte de la mitificación de la sexualidad masculina descansa sobre los principios del «buen actuante», el buen performer, si se me permite el anglicismo (Zilbergeld, 1992). Pero, además, en un sentido mucho más amplio, la penetración ha sido un útil por el que el varón accede a un espacio nuevo de una propiedad recién adquirida. A este respecto, cabe recordar la cotización de la virginidad y costumbres con tanto arraigo histórico como el derecho de pernada. La pornografía ha aportado su granito de arena al sobredimensionar las seducciones forzosas cuya moraleja al final siempre admite una lectura unívoca: en el fondo toda mujer agradece ser violada. Detrás de ese mito no está más que el deseo masculino o incluso su propia convicción de que el falo lo es todo y que no hay nada como tener la ocasión de demostrarlo creando una legión de «conversas agradecidas» que han descubierto el placer gracias al empuje imparable de la testosterona.

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