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Sinopsis
En estas páginas no encontraréis un tratado teológico discursivo. Como dijo un gran exorcista: «Solo el que sabe puede creer». La creencia en Dios y saber que está presente es lo más importante.
No obstante, el autor aborda temas relacionados con la religión, tales como el origen del demonio, la existencia de los ángeles, la relación de Dios y Jesucristo, la causa del enfrentamiento entre Caín y Abel.
También hace mención a la brujería, a las sectas satánicas, a los sacrificios que se producen en las mismas y cita casos desgraciadamente conocidos.
Veréis en esta obra que la realidad supera la ficción. Os adentrareis en los testimonios del autor y comprobaréis que es cierta la existencia del bien y del mal. Debéis de tener cuidado, el demonio siempre acecha al débil, al que, por las circunstancias que sean, está con la guardia baja.
El mensaje esperanzador es que el mal se puede combatir, al mal se le puede vencer.
COMBATE CONTRA EL MAL
La realidad de los exorcismos
Padre Obispo Manuel Adolfo Acuña
Prólogo
Nunca es fácil hablar del diablo. Muchos se sorprenderían de que todavía en el año 2020 se esté hablando del maligno. Sin embargo, para el cristianismo, Satanás existe y opera entre nosotros. Y existe también en la época de los selfies, del iPhone y de la Covid-19. Por lo tanto, para el cristianismo, el diablo no es una idea o una metáfora; es algo que se tiene que combatir y vencer. Una batalla sin tregua; una batalla a muerte. El diablo también tiene sus enemigos en la Tierra. Ante estos, prefiere huir que enfrentarse a ellos. Son los exorcistas.
La suya es una profesión antigua, tal vez extinguida tras el oscuro periodo de la caza de brujas (cuando los poseídos eran condenados a muerte según la tradición del Malleus maleficarum), pero que parece que se ha vuelto a poner de moda últimamente. Pero ¿qué es el exorcismo? Esencialmente, el exorcismo es una plegaria, un conjuro, un conjunto de fórmulas y rituales con los que el exorcista, en nombre de Dios, atrapa las presencias diabólicas que temporalmente poseían o molestaban a una persona, un animal o una cosa. Por lo tanto, los exorcistas son los que están en primera línea en esta lucha contra el diablo. Y sus pacientes (por decirlo de algún modo) son aquellas personas que, de una manera u otra, sufren la acción del diablo. Son personas que sufren. Personas que, a menudo, lo han perdido todo: salud, afecto y dinero. Pero, sobre todo, su dignidad.
Son personas que tienen miedo de hablar de la pesadilla que están viviendo. Que no confiesan por vergüenza. Que tienen miedo de que se les considere locos. Las suyas son historias invisibles de dolor que parecen propias de una película de terror. Historias desveladas en voz baja, casi susurrándolas para que no espanten demasiado. Historias de rituales extraños, como el de la bendición de la hierba del campo que mataba a los animales, o como la chica que se arrastraba como una serpiente por debajo de los bancos de la iglesia. O incluso los ataques diabólicos que el mismo exorcista sufriría, por haberse comprometido en la lucha contra el engañador. Unas manos grandes que a las tres de la madrugada querían asfixiarlo.
En el mundo diabólico todo es tenebroso. Todo da miedo. Todo da escalofríos. Este padecimiento lo conoce bien Manuel Adolfo Acuña, un obispo luterano. Cada día practica exorcismos. Lo conocí en el curso «Esorcismi e preghiere di Liberazione» (Exorcismo y plegarias de Liberación), organizado por el Vaticano de Roma, que nos impresionó a ambos.
El libro que tenéis entre las manos os ayudará a entender este mundo. En él hay muchas sombras, pero también tanta luz...
Buena lectura.
D AVID M URGIA
P ERIODISTA DE LA TELEVISIÓN VATICANA
E XPERTO EN EXORCISMO Y SATANISMO
Observación
Hay conceptos vertidos en este texto que resultarán polémicos para muchos. Habrá quienes entiendan que he cruzado alguna línea dentro de los conceptos cristianos tradicionales. De hecho, soy consciente de que ciertas afirmaciones están reñidas con algunos pensadores más dogmáticos en el área de la teología, pero soy también completamente sincero en lo que expreso. Este no es un libro de teología, es un libro testimonial, y todo lo que está aquí vertido son experiencias reales. En nada comprometen mis afirmaciones a quienes me dan su confianza desde otras perspectivas, y a los que agradezco su cooperación y aliento.
Aunque no hace falta aclararlo, expreso mi plena fe cristiana, sabiendo que el Credo que nos une a todos los que afirmamos al Dios Uno y Trino no ha sido en nada ofendido por las líneas que a continuación comparto.
E L AUTOR
Introducción
Mi escudo episcopal reza lo siguiente: «Sumergido en tu Misterio para que venga tu reino». Y sigo sumergido. Dios se ha encargado de llevarme por espacios inimaginables desde el momento en que —a los diez años de edad— descubrí mi vocación religiosa.
No esperaba encontrarme en el espacio en el que hoy me encuentro, pero ensayando una mirada retrospectiva, no podía ser de otro modo. Dios me reveló en el mover carismático la belleza y libertad del soplo del Espíritu Santo —soplo que se encuentra presente en el Ritual de Exorcismos— y cambió mi paisaje de la vida, desde el Seminario Católico Romano a la expresión luterana del modo de vivir el compromiso cristiano y el ministerio al servicio de su Iglesia.
Indudablemente, el mover carismático está más vigente y en crecimiento que nunca en la mayoría de las tradiciones cristianas y aporta, a través de la adoración y de la alabanza un lenguaje común para que oremos juntos y nos acerquemos a aquella voluntad divina que se expresa en el testamento de Jesús: «Padre, que todos sean Uno, como Tú y Yo somos Uno».
Y comienzo reflexionando sobre la unidad cristiana porque el exorcismo no es una tarea individual, privada, sino de toda la Iglesia orante en todo el mundo. Por este motivo, en la mayoría de las Iglesias de tradición en Occidente, se requiere la delegación del obispo para su ejercicio, y él es el natural ministro del exorcismo. Aun así, no todas las Iglesias ponen énfasis en este delicadísimo tema de la batalla contra Satanás, y el racionalismo extremo ha invadido las aulas de los seminarios dividiendo a los que creen y los que no creen en el diablo.