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Niall Ferguson - Desastre: Historia y política de las catástrofes

Aquí puedes leer online Niall Ferguson - Desastre: Historia y política de las catástrofes texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2021, Editor: Penguin Random House Grupo Editorial España, Género: Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Niall Ferguson Desastre: Historia y política de las catástrofes
  • Libro:
    Desastre: Historia y política de las catástrofes
  • Autor:
  • Editor:
    Penguin Random House Grupo Editorial España
  • Genre:
  • Año:
    2021
  • Índice:
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Desastre: Historia y política de las catástrofes: resumen, descripción y anotación

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Una historia de las catástrofes deslumbrante, original y repleta de ideas para el futuro que pone en perspectiva el ya conocido comoannus horribilis.

Los desastres son difíciles de prever, pero en la actualidad deberíamos estar mejor preparados contra las catástrofes que los romanos cuando el Vesubio entró en erupción o que los italianos cuando golpeó la Peste Negra en la Edad Media. Al fin y al cabo, nosotros contamos con la ciencia. Sin embargo, tal y como ha quedado demostrado con la crisis del coronavirus, la respuesta de la mayoría de países desarrollados ante un nuevo patógeno ha sido más bien torpe. ¿Cómo es posible? Niall Ferguson sostiene, entre muchas otras cosas, que estaban en juego patologías previas arraigadas ya visibles en nuestras respuestas a otros desastres del pasado.

Desde diversas disciplinas, incluidas la economía y la ciencia de redes, Desastre ofrece no solo una historia,sino también una teoría general de los desastres, y expone cómo nuestros complejos y atrofiados sistemas de gobernanza son incapaces de afrontar las crisis.

Como muestra Ferguson, los gobiernos deben aprender a ser menos burocráticos y más resilientes si quieren evitar un declive irreversible.

La crítica ha dicho...
«No se trata de un virus, sino de una colisión de política, pánico, medios digitales, comportamiento humano e incompetencia. Desastre analiza cada uno de estos aspectos, poniéndolos en perspectiva histórica en una obra de deslumbrante alcance y rigor.»
The Spectator

«Ferguson se vale de su prodigioso intelecto para situar la pandemia en un lienzo histórico más amplio.»
Financial Times

«Perspicaz, exhaustivo, provocador y francamente brillante.»
The New York Times

«Una historia magnífica sobre el olvidado arte de gestionar una crisis.»
The Telegraph

«Ferguson es el historiador más brillante de su generación. Su escritura es extraordinaria.»
Time

«Niall Ferguson sitúa la pandemia en la más amplia de las perspectivas históricas y nos recuerda que esta no es la primera vez que los seres humanos han tenido que lidiar con una catástrofe. Basándose en un profundo conocimiento de la historia global, cataloga las amenazas a las que se ha enfrentado la humanidad y las formas ingeniosas en que las sociedades humanas las han afrontado.»
Francis Fukuyama

«Los seres humanos tenemos tantas maneras posibles de sufrir un terrible desastre que uno pensaría que deberíamos haber desarrollado una mejor capacidad de respuesta. En su extenso, sintético y atractivo libro, este historiador maestro explica por qué no ha sido así y ofrece un camino a seguir para encontrar soluciones más seguras y sensatas la próxima vez que nos enfrentemos una catástrofe.»
Nicholas A. Christakis

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Índice Para Molly Ayaan Felix Freya Lachlan Thomas y Campbell - photo 1

Índice Para Molly Ayaan Felix Freya Lachlan Thomas y Campbell - photo 2

Índice

Para Molly, Ayaan,

Felix, Freya, Lachlan, Thomas y Campbell

Introducción

Mas ¡bien estás comparado conmigo!

Es el presente tu único enemigo:

pero, ¡ay!, ¡yo miro hacia atrás y veo, amigo,

un sombrío camino!

Y, si miro adelante a oscuras sigo,

porque miedo me da cuanto adivino.

ROBERT BURNS , «A un ratón de campo»

C ONFESIONES DE UN SUPERCONTAGIADOR

Parece ser que jamás en toda nuestra vida ha existido un momento de mayor incertidumbre sobre el futuro y mayor ignorancia con respecto del pasado que el actual. Muy pocos fueron, a principios de 2020, los que entendieron de verdad la importancia de aquellas noticias sobre un nuevo coronavirus que nos llegaban de Wuhan. La primera vez que hablé y escribí públicamente sobre la probabilidad, cada vez mayor, de que se desatara una pandemia global, el 26 de enero de 2020, Cuando ahora releo estas frases, las entiendo como una confesión velada. En enero y febrero estuve viajando sin parar, y así llevaba gran parte de los últimos veinte años. En enero tomé una serie de aviones: de Londres a Dallas, de Dallas a San Francisco y, de allí, a Hong Kong (8 de enero), Taipéi (10 de enero), Singapur (13 de enero), Zúrich (19 de enero), de nuevo a San Francisco (24 de enero) y, después, a Fort Lauderdale (27 de enero). Me puse una mascarilla un par de veces, pero me resultaba insoportable llevarla puesta más de una hora y me la quitaba. Durante el mes de febrero, viajé en avión casi con la misma frecuencia, pero menos lejos: a Nueva York, Sun Valley, Bozeman, Washington D. C. y Lyford Cay. Es posible que el lector se pregunte qué clase de vida era esa; yo solía decir en broma que el circuito de charlas y conferencias había hecho de mí un «hombre de historia internacional». Solo después llegué a darme cuenta de que es muy probable que yo fuera uno de esos «supercontagiadores» cuya hiperactiva agenda de viajes estaba haciendo que el virus se propagara, desde Asia, por el resto del mundo.

Durante la primera mitad de 2020, mi columna periodística semanal se convirtió en una especie de diario de la peste, aunque no mencioné ni una sola vez el hecho de que durante la mayor parte de febrero estuve enfermo, con una molesta tos que no conseguía quitarme de encima. (Para conseguir dar mis charlas, recurría en buena medida al whisky). «Preocupémonos por los abuelos —escribí el 29 de febrero—; la tasa de mortalidad entre las personas de ochenta años está por encima del 14 por ciento, mientras que entre los menores de cuarenta es casi cero». Omití las cifras, menos tranquilizadoras, relativas a la población de hombres asmáticos mayores de cincuenta. También me callé que había ido al médico dos veces y me había dicho que —como ocurría entonces más o menos en todo Estados Unidos— no había disponibles pruebas de detección de la COVID-19. Todo lo que yo sabía era que se trataba de algo grave, y no solo para mi familia y para mí:

Quienes dicen alegremente «esto no es peor que una gripe» [...] no entienden su importancia [...].

Está rodeado de incertidumbre porque es muy difícil detectarlo en sus primeras fases, momento en el que muchos de los portadores son contagiosos y asintomáticos. No sabemos con certeza cuántas personas lo tienen, por lo que no conocemos exactamente ni su ritmo de reproducción ni su tasa de mortalidad. No hay vacuna ni tampoco cura.

En otro artículo, publicado en The Wall Street Journal el 8 de marzo, dije lo siguiente: «Si Estados Unidos llega a tener, proporcionalmente, la misma cantidad de casos que Corea del Sur, alcanzaría pronto los 46.000 contagiados y más de trescientos fallecidos. Tendríamos 1.200 muertos si la tasa de mortalidad resulta ser tan alta como la de Italia». Ese mismo día, junto con mi mujer y mis dos hijos pequeños, viajé en avión desde California hasta Montana. Llevo ahí desde entonces.

Durante la primera mitad de 2020 no escribí ni pensé sobre muchas otras cosas. ¿Por qué esta preocupación acuciante? La respuesta es que, aunque soy especialista en historia económica, siempre me ha interesado mucho el papel que ha desempeñado la enfermedad en el transcurso de la historia, desde que (cuando hacía el doctorado, hace más de treinta años) estudié la epidemia de cólera que azotó Hamburgo en 1892. El meticuloso y detallado estudio elaborado por Richard Evans sobre dicho episodio me descubrió la idea de que el alcance de la mortalidad causada por un patógeno letal refleja, en parte, el orden social y político al que ataca. Lo que ocasionó la muerte de tantas personas en Hamburgo, afirma Evans, fue la estructura de clases en igual medida que la bacteria Vibrio cholerae, porque el férreo poder que ejercían los dueños de inmuebles de la ciudad fue un obstáculo inamovible para la mejora de los anticuados sistemas de alcantarillado y canalización del agua. La tasa de mortalidad entre las clases pobres fue trece veces mayor que entre los ricos.

En la obra sobre los imperios que escribí en la primera década del siglo XXI , también hice alguna incursión en la historia de las enfermedades contagiosas. Ningún relato que pretenda dar cuenta de la colonización europea del Nuevo Mundo podría omitir el papel que las enfermedades desempeñaron en «diezmar a los indios para hacer sitio a los ingleses», como cruelmente señaló John Archdale, gobernador de Carolina en la década de 1690. (El segundo capítulo de mi libro El Imperio británico se titula «La plaga blanca»). También me dejó impresionado el terrible peaje en víctimas que se cobraron las enfermedades tropicales entre los soldados británicos destinados lejos de casa; las probabilidades que cualquiera de aquellos hombres tenía de sobrevivir a una misión en Sierra Leona eran penosamente bajas, del 50 por ciento.

En el momento en el que escribo estas líneas (finales de octubre de 2020), el fin de la pandemia de la COVID-19 está aún lejos. Hoy tenemos casi veintiséis millones de casos confirmados y, a juzgar por las cifras mundiales de seroprevalencia, esto representa solo una fracción del total de personas contagiadas del virus SARS-CoV-2. Gracias a las restricciones impuestas por los gobiernos y a los cambios que han tenido lugar en el comportamiento social, sin duda la cifra no llegará a ser tan alta. Sin embargo, precisamente estas «intervenciones no farmacológicas» han tenido para la economía mundial un impacto mucho mayor que el de la crisis financiera de 2008-2009; su magnitud ha sido posiblemente como la de la Gran Depresión, pero en el plazo de unos pocos meses en lugar de varios años.

¿Qué sentido tiene escribir ahora esta historia si aún no ha acabado? La respuesta es que esta no es una historia sobre nuestra inaudita plaga posmoderna, aunque en dos de los últimos capítulos (el 9 y el 10) se dibujan unas pinceladas preliminares al respecto. Se trata de una historia general del desastre, no solo de las pandemias, sino de todo tipo de catástrofes, geológicas (terremotos), geopolíticas (guerras), biológicas (pandemias) o tecnológicas (accidentes nucleares). Impactos de asteroides, erupciones volcánicas, fenómenos meteorológicos extremos, hambrunas, accidentes catastróficos, depresiones, revoluciones, guerras y genocidios; toda la vida —y gran parte de la muerte— está aquí. Y es que, ¿cómo si no podríamos considerar nuestro desastre, cualquier desastre, desde la perspectiva adecuada?

LA FASCINACIÓN POR EL DESASTRE

Este libro parte de la premisa de que no es posible estudiar la historia de las catástrofes como algo aislado de la historia económica, social, cultural y política, independientemente de que se trate de catástrofes naturales o provocadas por el ser humano (aunque, como veremos, esta dicotomía no es del todo realista). Estos desastres rara vez son sucesos completamente exógenos, a excepción, quizá, del impacto de un meteorito gigante, algo que no ha ocurrido desde hace sesenta y seis millones de años, o de una invasión extraterrestre, algo que no ha ocurrido jamás. Incluso las consecuencias catastróficas de un terremoto dependen de la medida en que la zona urbanizada se extienda por la línea de falla o de su cercanía a la costa en el caso de que el terremoto provoque un tsunami. Una pandemia la constituyen tanto el nuevo patógeno como las redes sociales a las que ataca. No podemos hacernos una idea de la potencial escala del contagio estudiando únicamente al propio virus porque este infectará solo al número de personas que le permitan las redes sociales que se encuentre. Las catástrofes tienen profundas consecuencias económicas, culturales y políticas, muchas de ellas contradictorias.

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