Niall Ferguson - Civilización
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- Libro:Civilización
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- Editor:ePubLibre
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- Año:2011
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Civilización: resumen, descripción y anotación
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Competencia
China parece haber sido durante largo tiempo estacionaria, y probablemente hace mucho que adquirió la dotación de riquezas coherente con la naturaleza de sus leyes e instituciones. Pero esa dotación puede ser muy inferior a lo que, con otras leyes e instituciones, podría admitir la naturaleza de su suelo, clima y situación. Un país que descuida o desprecia el comercio exterior, y que admite los barcos de las naciones extranjeras solo en uno o dos de sus puertos, no puede llevar a cabo la misma cantidad de negocio que podría realizar con otras leyes e instituciones distintas… Un comercio exterior más extenso… difícilmente podría dejar de incrementar en gran medida las manufacturas de China, y de mejorar en gran medida las capacidades productivas de su industria manufacturera. Mediante una navegación más extensa, los chinos aprenderían de forma natural el arte de usar y construirse ellos mismos todas las diversas máquinas que se utilizan en otros países, además de las otras mejoras del arte y la industria que se practican en todas las diversas partes del mundo.
ADAM SMITH
¿Por qué ellos son pequeños y, sin embargo, fuertes? ¿Por qué nosotros somos grandes y, sin embargo, débiles?… Lo que tenemos que aprender de los bárbaros es solo… barcos sólidos y armas eficaces.
FENG GUIFEN
La Ciudad Prohibida (Gugong) fue construida en el corazón de Pekín por más de un millón de trabajadores, utilizando materiales procedentes de todo el Imperio chino. Con casi un millar de edificios dispuestos, construidos y decorados para simbolizar la fuerza de la dinastía Ming, la Ciudad Prohibida no es solo una reliquia de la que antaño fue la mayor civilización del mundo; es también un recordatorio de que ninguna civilización dura para siempre. Todavía en 1776 Adam Smith podía referirse a China como «uno de los países más ricos, es decir, uno de los más fértiles, mejor cultivados, más laboriosos y más populosos del mundo… un país mucho más rico que ninguna parte de Europa». Sin embargo, Smith también identificaba a China como «durante largo tiempo estacionaria» o «inmóvil». Y en eso seguramente tenía razón. Menos de un siglo después de que se construyera la Ciudad Prohibida (entre 1406 y 1420), puede decirse que la relativa decadencia de Oriente se había iniciado ya. Los pequeños Estados de Europa occidental, empobrecidos y desgarrados por los conflictos, se embarcaron en una expansión casi imparable que duraría medio milenio, al tiempo que los grandes imperios de Oriente se estancaban y en última instancia sucumbían al predominio occidental.
¿Por qué China declinó mientras Europa salió adelante? La principal respuesta de Smith era que los chinos no habían sabido «alentar el comercio exterior», y, por lo tanto, se habían perdido los beneficios de la ventaja comparativa y de la división internacional del trabajo. Pero también eran posibles otras explicaciones. En la década de 1740, Charles-Louis de Secondat, barón de Montesquieu, culpaba al «plan de tiranía establecido», cuyo origen atribuía a la población excepcionalmente grande de China, la cual, a su vez, se debía al clima de Asia oriental:
Razono así: Asia no tiene propiamente una zona templada, dado que los lugares situados en un clima muy frío lindan directamente con los que son sumamente cálidos, es decir, Turquía, Persia, India, China, Corea y Japón. En Europa, por el contrario, la zona templada es muy extensa… de ello se sigue que cada [país] se parece al país colindante; que no hay una diferencia muy extraordinaria entre ellos… De ahí se deriva que en Asia las naciones fuertes se oponen a las débiles; la gente belicosa, valiente y activa linda directamente con la que es indolente, afeminada y timorata; por lo tanto, una debe conquistar, y la otra ser conquistada. En Europa, por el contrario, las naciones fuertes se oponen a las fuertes; y las que son colindantes tienen casi el mismo coraje. Esta es la gran razón de la debilidad de Asia y de la fortaleza de Europa; de la libertad de Europa y de la esclavitud de Asia: una causa que no recuerdo haber visto nunca señalada.
Otros escritores europeos posteriores creyeron que fue la tecnología occidental la que superó a Oriente, en particular la tecnología que daría lugar a la revolución industrial. Eso fue ciertamente lo que le pareció al conde Macartney después de su misión claramente decepcionante ante la corte imperial china en 1793 (véase más adelante). Otro argumento, especialmente popular en el siglo XX, fue que la filosofía confuciana había inhibido la innovación. Sin embargo, tales explicaciones contemporáneas del bajo rendimiento oriental resultaban erróneas. La primera de las seis «aplicaciones demoledoras» de las que dispuso Occidente, pero de las que careció Oriente, no fue de índole comercial, ni climática, ni tecnológica, ni filosófica; fue, como supo discernir Smith, sobre todo de índole institucional.
Si en el año 1420 el lector hubiera emprendido un viaje a lo largo de dos ríos, el Támesis y el Yangtsé, se habría visto sorprendido por el contraste entre ambos.
El Yangtsé formaba parte de un vasto complejo de navegación fluvial que unía Nankín con Pekín, más de 800 kilómetros al norte, y con Hangzhou, en el sur. En el corazón de este sistema se hallaba el Gran Canal, que en su momento de máximo apogeo llegó a tener una extensión de más de 1600 kilómetros. El Canal, cuyo origen se remontaba al siglo VII a. C., y que contaba con esclusas ya desde el siglo X d. C. y con puentes exquisitos como el del Cinto Precioso, de varios arcos, fue sustancialmente restaurado y mejorado en el reinado del emperador Ming Yongle (1402-1424). Una vez que su ingeniero jefe Bai Ying hubo terminado de represar y desviar el curso del río Amarillo, era posible que surcaran cada año el Canal en uno u otro sentido casi 12 000 barcazas de grano. En su mantenimiento se empleaba a casi 50 000 hombres. En Occidente, obviamente, el más grande de los grandes canales siempre será el de Venecia. Pero cuando el intrépido viajero veneciano Marco Polo visitó China en la década de 1270, incluso él se sintió impresionado por el volumen de tráfico del Yangtsé:
En este río hay más naves que en todo el mar y en todos los ríos aquende el mar, y bajan por él más mercaderías que por todas las tierras en todos los lugares aquende el mar.
El Gran Canal de China no era únicamente la principal arteria del comercio interior. También permitía al gobierno imperial nivelar el precio del grano por medio de los cinco graneros estatales, que compraban cuando el grano estaba barato y vendían cuando estaba caro.
En 1420 Nankín era probablemente la ciudad más grande del mundo, con una población de entre medio millón y un millón de personas. Durante siglos había sido un próspero centro de las industrias de la seda y el algodón, y bajo el emperador Yongle se convirtió también en un centro de conocimiento. El nombre Yongle significa «felicidad perpetua», aunque quizá la expresión «movimiento perpetuo» habría resultado más apropiada para definirle. El mayor de los emperadores Ming no hacía nada a medias. El compendio de todo el saber chino que mandó hacer requirió del trabajo de más de 2000 eruditos para completarse, y llenó más de 11 000 volúmenes. Solo se vería superada como la mayor enciclopedia del mundo en 2007, tras un reinado de casi exactamente 600 años, por la Wikipedia.
Pero Yongle no estaba satisfecho con Nankín. Poco después de su accesión al trono había decidido construir una nueva capital, más espectacular, en el norte: Pekín. En 1420, cuando se completó la Ciudad Prohibida, la China de los Ming tenía el indiscutible honor de ser la civilización más avanzada del mundo.
En comparación con el Yangtsé, a comienzos del siglo XV el Támesis era un verdadero remanso. Es cierto que Londres era una ajetreada ciudad portuaria, el eje principal del comercio de Inglaterra con el continente. El alcalde más famoso de la ciudad, Richard Whittington, era un importante comerciante de paño que había hecho fortuna gracias a las crecientes exportaciones de lana de Inglaterra. Y la industria de construcción de barcos de la capital británica se había visto potenciada por la necesidad de transportar hombres y provisiones para las repetidas campañas inglesas contra los franceses. En Shadwell y Ratcliffe había atracaderos donde podían izarse los barcos para ser reparados. Y por supuesto, estaba la Torre de Londres, imponente, eso sí, aunque no tuviera nada de prohibida.
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