Coloso
NIALL FERGUSON
Traducción de
Magdalena Chocano Mena
www.megustaleer.com
índice
Para John y Diana Herzog
La vieja Europa tendrá que apoyarse en nuestros hombros, y renguear a nuestro paso, con las trabas monacales de reyes y sacerdotes, como pueda. Qué coloso seremos.
THOMAS JEFFERSON, 1816
… para mí mi fuerza es mi ruina,
y ha mostrado ser la fuente de todas mis miserias,
tantas y tan grandes, que cada una de por sí
necesitaría una vida para lamentarla, pero, sobre todo,
¡oh, pérdida de la vista, de ti me quejo más!
Ciego entre los enemigos, ¡oh, es peor que las cadenas,
el calabozo, o la miseria o la edad decrépita!
MILTON, Sansón agonista
Agradecimientos
Este libro no habría sido escrito si yo no hubiera ido a vivir a Estados Unidos en enero de 2003. Es el primer fruto de la que ha acabado por ser una revitalizadora migración transatlántica. Llegué a Nueva York con una hipótesis sobre el «imperio americano» en el equipaje. Trabajar en la metrópoli mundial me ha obligado a hacer algo más que deshacer ese equipaje. El resultado es una síntesis no solo de las obras publicadas e inéditas citadas en la bibliografía, sino también de innumerables conversaciones sobre el tema del poder de Estados Unidos en el pasado, el presente y el futuro. Por supuesto, el pasado es el territorio propio del historiador. Sin embargo, lo que tengo que decir sobre los acontecimientos recientes y los posibles futuros espero que se beneficie de estar incluido en lo que en principio es una obra de historia. Mi propósito principal es simplemente alentar a los estadounidenses a relacionar la situación actual de su país con las experiencias de los imperios del pasado. No escribo como un quejumbroso crítico de Estados Unidos, sino como un rendido admirador que desea que triunfe en sus empresas imperiales y teme las consecuencias de que fracase.
Más que en cualquiera de mis libros anteriores, este es el resultado del intercambio con personas e instituciones así como de la lectura de textos publicados e inéditos. Mi deuda más grande y principal es con New York University, y en particular con la Escuela de Negocios Leornard N. Stern. Cuando el entonces decano, George Daly, sugirió que me podría gustar viajar y enseñar en NYU, al comienzo me pareció una idea fantástica, y luego resultó ser una idea fantásticamente buena. Estoy muy agradecido no solo a él sino también a su sucesor, Tom Cooley, así como a todo el profesorado y el personal administrativo de Stern. Tengo una deuda especial con Dick Sylla, cuya amistad y compañerismo intelectual fueron los argumentos más fuertes para trasladarme a la calle Cuarta Oeste, y a Luis Cabral, su sucesor como decano del Departamento de Economía. Mencionar nombres cuando toda una institución ha sido tan receptiva suele ser una muestra de ingratitud, pero algunos de mis colegas en Stern y en NYU merecen un agradecimiento especial, porque me brindaron sus comentarios a trabajos de seminario y otros textos que finalmente se transformaron en capítulos de este libro. Por tanto doy gracias a David Backus, Tom Bender, Adam Brandenburger, Bill Easterly, Nicholas Economides, Shepard Forman, Tony Judt, Fabrizio Perri, Tom Sargent, Bill Silber, George Smith, Larry White y Bernard Yeung. Gracias por su apoyo administrativo y secretarial a Kathleen Collins, Melissa Felci y Janine Lanzisera (en Nueva York), Katia Pisvin (en Oxford) y Maria Sanchez (en Stanford).
Después de casi quince años de ofrecer tutoría a los estudiantes de licenciatura y supervisiones individuales en Oxford y Cambridge, me enfrenté con preocupación al desafío de enseñar a numerosos estudiantes en las clases de doctorado en Estados Unidos. Fue un alivio descubrir que la experiencia no era meramente inocua sino placentera. Sergio Fonseca y Gopal Tampi realizaron un trabajo excelente como mis asistentes en Stern. Pero con estudiantes tan excelentes mis tareas no eran nada pesadas. Me gustaría dar las gracias a los que asistieron a mis clases; aprendí de ellos tanto como ellos aprendieron de mí. Es este el lugar apropiado también para expresar mi gratitud al presidente John Sexton, un pedagogo verdaderamente carismático.
Algo que he llegado a comprender sobre las instituciones académicas estadounidenses es que deben mucho de su vitalidad a la continua participación de ex alumnos en sus asuntos. Dos en particular me brindaron un apoyo y amistad generosos durante mi estadía en Nueva York: William Berkley y John Herzog. A ellos y a sus esposas, Marjorie y Diana, les estaré siempre agradecido. Fueron John y Diana quienes fundaron la cátedra de historia financiera de la que fui el primer titular. A ellos dedico este libro.
Doy gracias también a muchas personas que me hicieron sentir bienvenido en mi condición de nuevo en Nueva York; en particular, Martha Bayona, Mike Campisi, Jimmy Casella, Cesar Coronado, Joseph Giordano, Phil Greene, Jorge Lujo, Saleh Muhammed, Hector Rivera, Neville Rodriguez y Giovanni di Salvo.
El último año también tuve la suerte de asociarme a uno de los grandes centros de investigación histórica de Estados Unidos: la Institución Hoover en la Universidad de Stanford. Me gustaría agradecer al director y a los socios de la Institución Hoover que me eligieran para una beca de profesor. Ellos y el personal de Hoover me dieron una cálida bienvenida en California el pasado otoño (el primero, confío, de muchos).
Asimismo estoy en deuda de gratitud con otra institución, mi alma máter, la Universidad de Oxford, que me hizo profesor visitante, de modo que el último año no he desaparecido completamente de mis antiguos lares.También debo dar las gracias al director y a los miembros del Jesus College, Oxford, por escogerme para una beca de investigación avanzada, y al director y a los miembros del Oriel College, por brindarme un estudio durante mis visitas a Oxford. Tengo una deuda particular con Jeremy Carro. También he tenido mucha suerte de tener un asistente de investigación de Oxford, el magnífico Ameet Gill.
Algunos de los materiales de este libro proceden del periodismo. Entre los directores de periódicos que me mostraron el funcionamiento de la escritura periodística estadounidense, debo dar las gracias a Anne Burrowclough, Erich Eichman, Tony Emerson, Nikolas Gvosdev, Darnjan de Krnjevic-Miskovic, Dean Robinson, Gideon Rose, Allison Silver, Robert Silvers, Zofia Smardz, Tunku Varadarajan, Michael Young y Fareed Zakaria. Gracias también a George Ames, Ric Burns, Peter Kavanagh, Brian Lehrer, Kevin Lucey, Tom Moroney, Peter Robinson y Geoffrey Wawro por algunas memorables conversaciones en directo.
Algunas secciones del capítulo 3 aparecieron primero con el título de «Clashing Civilizations or Mad Mullahs: The United States Between Informal and Formal Empire» en The Age of Terror, compilado por Strobe Talbott (Basic Books, 2001); partes del capítulo 5 se publicaron con el título de «The British Empire and Globalization» en Historically Speaking. Partes del capítulo 6 se publicaron primero con el título de «The Empire Slinks Back» en The New York Times Magazine y «True Lies» en The New Republic. Finalmente, algunas partes del capítulo 8 fueron escritas con Laurence Kotlikoff y aparecieron con el título de «Going Critical: The Consequences of American Fiscal Overstretch» en el número de otoño de 2003 de The National Interest. Agradezco a todas estas revistas el haberme permitido publicar los pasajes en cuestión.