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© 2020, HarperCollins México, S.A. de C.V.
Publicado por HarperCollins México
Insurgentes Sur No. 730, 2º piso,
03100, Ciudad de México.
© Julio Hernández “Astillero” (coordinador), Elisa Alanís Zurutuza, Arturo Cano, Álvaro Delgado, J. Jesús Esquivel, Frida Guerrera, Alejandro Páez Varela, Ricardo Raphael, Carolina Rocha Menocal, Arturo Rodríguez, Claudia Villegas
Diseño de forros: Cáskara Editorial / Liz Batta
Imágenes de portada: pirinola © iStock, texturas © Shutterstock
Diseño de interiores y cuidado de la edición: José Antonio García R.
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Todos los comentarios, ideas, opiniones, apuntes, documentos, información, descripciones y expresiones que aparecen en esta obra corresponden a los autores y no son responsabilidad de la editorial ni representan necesariamente su punto de vista.
ISBN: 978-607-562-048-0
Edición Epub enero 2021 9786075620497
Primera edición: Febrero de 2021.
Impreso en México
Índice
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L LEVO EL DÍA pegado a la pantalla. No a la televisiva, a la que cada vez me asomo menos, sino a la del teléfono móvil o de la computadora portátil. Una tras otra se suceden allí las noticias de política, economía, seguridad pública o salud, como temas principales pero no únicos, que van formando esa montaña diaria, apabullante, de la realidad mexicana sometida al traqueteo de una deseada/necesaria/emproblemada renovación nacional.
Claro está que no todo se centra en la cascada noticiosa y la profusión de comentarios y opiniones en medios convencionales de comunicación. También está la otra realidad, más áspera e inquietante, de las redes digitales sociales en donde se libra cada día una batalla sin cuartel entre defensores y detractores de cada una de las posiciones políticas en juego y de cada lance en particular. Hora tras hora, en sucesión dialéctica y casi religiosa, los mundillos son aniquilados o vuelven a renacer, honras y figuras públicas son deturpadas o enaltecidas, en un rejuego de internet que muestra la profundidad de las discrepancias nacionales, el atrincheramiento legítimo y voluntario de las dos posiciones más definidas (a favor o en contra de las políticas y la figura personal del presidente de la República), pero también el asalto a esas redes por parte de ejércitos de cuentas profesional y empresarialmente robotizadas o de troleo, que están llevando a México a la inmersión en las aguas indistinguibles de la realidad política virtual, de las noticias falsas, del encono sembrado y potenciado, de ese México esperanzado a la vez que angustiado, que se pregunta hacia dónde va todo y qué le aguarda a este país encaminado de manera presunta hacia una Cuarta Transformación histórica.
En el centro está AMLO. Es decir, Andrés Manuel López Obrador, el tabasqueño que lleva más de tres décadas participando en política, con muchos años desde la oposición y otros en el poder, primero en la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México, capital del país, y desde diciembre de 2018 como presidente de la República, luego de dos elecciones en que le fue arrebatado el triunfo.
Despego la vista de las centelleantes pantallas cibernéticas y confirmo que (obviamente) el México real sigue su curso: un pueblo esforzado y un sistema político y económico opresivo. Todo pareciera en un imparable proceso de descomposición pero, al mismo tiempo, la bicicleta o la carreta nacionales siguen rodando, en espera de algo que pueda surgir de entre la incertidumbre y las promesas. México debe cambiar, sí, pero, a pesar de las elecciones, los partidos, los políticos y la presunta democracia (o justamente a causa de ellos), el camino del cambio prometido sigue empedrado y confuso.
Todo se mueve y se remueve al nuevo son interpretado por el Hombre de Palacio Nacional (Hombre-PaNal). Ahí está el ejemplo de los grandísimos empresarios que se enojan y distancian porque algunos contratos les han sido retirados o controvertidos, pero al poco tiempo revolotean en torno a la miel presupuestal administrada por el máximo dedo del país. Otro caso: la élite periodística corrupta se conduele y se queja por los constantes ataques contra su corrupción crónica y por el retiro de los condicionantes convenios de publicidad del pasado, pero siguen girando en torno a la figura que más lectores y audiencia les proporciona. Y así diversos ingredientes del batidillo nacional cupular se agitan ante los asomos de cambio pero aspiran a contenerlo, distorsionarlo o aprovecharlo.
Ningún presidente de México, como AMLO, ha concentrado tanto poder en tiempos de paz, con formato institucional y en un jaleo partidista más o menos aceptable. Pero tampoco ha habido en la época moderna un presidente en circunstancias tan difíciles para el ejercicio de ese poder y, aún peor, para el intento de un cambio profundo desde un legado cercano al desastre, el Titanic de tripulaciones priistas y panistas que hizo a los ciudadanos optar en 2018 por un capitán distinto, disruptivo y promisorio.
A los maltrechos bienes republicanos recibidos, y a la complicada tarea de intentar una transformación importante desde el restrictivo marco jurídico y político vigente, López Obrador ha visto sumarse dos factores circunstancial pero progresivamente degenerativos del estropeado cuerpo nacional: la pandemia por el COVID-19 y las graves consecuencias derivadas de esta.
Pero no se ha consolidado, al menos en el primer tercio del periodo andresino, una oposición que sepa capitalizar tanto los errores que ha ido cometiendo el presidente viajero como las circunstancias tan difíciles a las que le ha precipitado el COVID-19. No hay, hasta el momento de teclear estas líneas, una sola figura relevante y con respetabilidad en la oposición: el ex ocupante de Los Pinos, Felipe Calderón Hinojosa, paga las cuentas políticas y sociales de su sexenio funerario, de las acusaciones de colusión de su gobierno con el crimen organizado y de otros hechos bajo señalamiento de corrupción. Otro aspirante al liderazgo antiobradorista, el diluido Gustavo de Hoyos Walther, presidente de la Confederación Patronal a nivel nacional, no ha pasado del griterío derechista simplón.
Ni ellos ni otros (como el grupo denominado Frente Nacional Anti AMLO —Frenaaa— o el propio Partido Acción Nacional) han logrado confeccionar un programa alterno al obradorismo, que concite adhesión y entusiasmo ciudadano, justamente porque sus voces e intereses provienen de la misma maraña del pasado que fue repudiado de manera apabullante en julio de 2018. Resulta sumamente complicado para esos personajes y grupos ofrecer cambios y mejoría a la situación del país cuando muchos de ellos lo hundieron y sus historias los muestran solamente como ambiciosos de la restauración de sus antiguos privilegios.
Así es como, hasta 2020, sigue López Obrador como rey de las propagandísticas conferencias mañaneras también informativas, incansable promotor de sí mismo y sus políticas en giras de fin de semana (o, ahora, ante las restricciones sanitarias, emisor de videos en sus días de “descanso”), adicto a los viajes carreteros y los antojitos colaterales, voluntarista al extremo de discursear como si fueran realidades en tiempo presente lo que a veces son sus objetivos en curso o apenas pergeñados, gladiador sin tregua desde el podio presidencial sobreutilizado, predicador cristiano con credos juaristas, declarador del fin del neoliberalismo en México a la par que firmante del tratado norteamericano de libre comercio y beneficiador de casi todos los mismos grandes capitales que han delineado y domeñado a México durante décadas de terrible desigualdad económica, fustigador de ajenos y protector de propios, comunicador impar para sus seguidores y detestable para sus adversos, reputado como doctor en manejo político por sus fieles y mero manipulador y demagogo vulgar para sus opositores… Ese es y ha sido Andrés Manuel López Obrador, el hombre que fue adentrándose en los vericuetos de la política convencido de que le asiste la misión especial de renovar la vida pública, de depurarla conforme a sus valores políticos, religiosos y espirituales, en medio de una realidad económica, política y social que ha ido agravándose y avanzando hacia escenarios de difícil vaticinio.