Índice
Gracias por adquirir este eBook
Visita Planetadelibros.com y descubre una
nueva forma de disfrutar de la lectura
Sinopsis
El 25 de enero de 2020, Fang Fang comenzó un blog en el que documentaba la vida en Wuhan durante la cuarentena decretada por el coronavirus. Cada noche escribía sobre familiares y amigos y analizaba la evolución de la crisis y la respuesta del gobierno chino. Su diario se ha convertido en una de las fuentes más importantes para conocer el impacto del virus y ha sido leído por millones de personas en todo el mundo. Su relevancia ha sido recogida por medios como The New York Times, El País y The Guardian.
Fang Fang ha encontrado el coraje necesario para desentrañar lo que estaba sucediendo en vivo y en directo desde el primer país en enfrentarse a la mayor crisis sanitaria, social y económica de nuestra historia. Su estremecedor testimonio cobra especial valor en tanto que fue capaz de arrojar luz en unos días en que el gobierno chino se enfrentaba a una amenaza aún desconocida.
La enorme audiencia que han recibido estas páginas llenas de urgencia, honestidad y rabia, ha convertido a Fang Fang en una de las intelectuales más necesarias y relevantes surgidas a raíz de esta catástrofe. Siempre vinculada a Wuhan y con una carrera literaria consolidada, ha sido galardonada, entre otros premios, con el Chinese Literature Media Award y el Lu Xun Literary Prize.
Diario de Wuhan
Sesenta días desde una ciudad en cuarentena
Fang Fang
Prólogo de Antonio Muñoz Molina
Traducción de Cheng L. Ning, Aurora Echevarría y Lorenzo Luengo
Dar testimonio
por Antonio Muñoz Molina
El que escribe hace dos cosas: inventa fábulas o da testimonio. Hay fabuladores puros, igual que hay narradores que solo han contado aquello de lo que han sido testigos, y los hay también que oscilan de una tarea a otra, o que mezclan las dos, en el gran reino ambiguo de la ficción. También hay quien al contar algo se cuenta de paso a sí mismo, y quien logra borrarse por completo, el cronista que se convierte casi en una cámara de documental, el I am a camera con que comienza Christopher Isherwood su despedida de Berlín. La crónica del periodismo clásico anglosajón convirtió esa impersonalidad en una forma de maestría. Bien sabemos que hasta la mirada con más empeño de objetividad está mediatizada por intereses concretos y por prejuicios o inclinaciones inconscientes, y también que el yo narrador de un testigo directo puede ser un atributo necesario de veracidad. Una parte del mérito testimonial y literario de John Hersey en su Hiroshima fue desaparecer detrás de las voces de los supervivientes de la explosión de la primera bomba atómica. Al fin y al cabo, Hersey no estuvo allí, y por lo tanto su relato está hecho con los testimonios de otros. Pero el valor documental, y también moral, que tiene para nosotros Si esto es un hombre, depende del hecho de que Primo Levi vivió en persona cada cosa que cuenta. Auschwitz era un campo inmenso, complicado como una gran fábrica que también fuera una gran ciudad y un metódico infierno. El testimonio de una sola persona es muy limitado, pero también muy representativo, y lo singular de su perspectiva es también uno de los motivos de su fuerza. Son los historiadores los que se ocupan de amplios panoramas: un individuo solo, y además sumergido en los hechos, con frecuencia terribles, ve nada más que una parte de lo que sucede, pero la ve con una intensidad que ninguna otra aproximación hace posible. Yo estaba allí, dice ese narrador. Lo que cuento es lo que vi.
Legítimamente, el testigo también puede ser un fabulador. Imre Kertész estuvo también en Auschwitz, pero su decisión narrativa fue opuesta a la de Primo Levi. Levi escribió su testimonio nada más salir del campo, antes de que la memoria empezara a alterar hechos que él quería que tuvieran un máximo de precisión. Kertész tardó años en hacer frente a sus recuerdos de Auschwitz, y cuando lo hizo fue convirtiéndolos en una novela.
Son, desde luego, dos formas de escritura, del todo ajenas entre sí, y no porque una sea de ficción y la otra se atenga a lo sucedido. Lo son porque la primera es una escritura de la inmediatez y la otra de la retrospección. Una está escrita en presente y la otra en pasado. El lugar de la escritura en presente es la crónica, y también el diario. Está hecha con materiales más frescos, porque no la ha trabajado ni destilado la memoria. Con frecuencia su inmediatez linda con el descuido, y con lo inacabado: tiene algo de ese sketch que garabatea en un cuaderno un pintor, incluso de esas fotos que se hacían antes, sin la corrección automática de lo digital. Su falta de calidad formal las hacía más verdaderas, atrapaba mejor lo fluido y lo incompleto de lo real, de lo que siempre es un poco confuso porque está ocurriendo ahora mismo.
Las diferencias y las conexiones entre la crónica y el diario han sido siempre muy volubles. Justo en los días del confinamiento he estado leyendo el Berlin Diary de William Shirer, que fue corresponsal de prensa y radio americana en Alemania, entre 1934 y 1941, y asistió muy de cerca al ascenso del nazismo y a los primeros tiempos de la guerra en Europa. El diario de Shirer contiene cosas que no habría podido publicar en una crónica, por la censura, y observaciones particulares que no habrían tenido sitio en ella. Su riqueza consiste, aparte de la excelente escritura, en que es las dos cosas al mismo tiempo, crónica y diario, con esa originalidad que surge más que nunca cuando se trabaja en espacios formales fronterizos.
La escritura de William Shirer estaba marcada por las tecnologías de su época: la máquina de escribir, el teléfono, el periódico impreso, la radio. La actitud inmemorial de testigo se adapta en cada tiempo a los medios que pueden serle más eficaces, porque el testigo aspira a una finalidad práctica y urgente: llegar cuanto antes a sus destinatarios. En la ciudad de Wuhan, en China, en enero de 2020, una escritora sobre todo de ficción, Fang Fang, se encontró de la noche a la mañana convertida en cronista inmóvil de lo que estaba sucediendo a su alrededor, las primeras ondas concéntricas de un desastre que muy poco después iba a abarcar el mundo entero. Su escritura, por supuesto, era y tenía que hacerse en presente. Pero la tecnología con la que contaba añadía una dimensión peculiar a su diario del encierro, a la soledad forzosa de su testimonio. El diario de Fang Fang es un blog, y por lo tanto la soledad de este tipo de escritura se pierde para adquirir la dimensión de una crónica. El diario, por definición, es privado, incluso íntimo; la crónica es pública: el blog es lo uno y lo otro, y por lo tanto establece un nuevo tipo de comunicación, que es específica de nuestro tiempo. La intimidad del diario se multiplica en la atención de sus lectores. En el caso de Fang Fang, esa multiplicación es exponencial, y sin duda afectaba a la escritura misma. No se escribe igual lo que no va a leer nadie que lo que leerán miles o millones de personas en el momento mismo en que termine de escribirse. En pulsar la tecla de publicación se tarda lo mismo que en cerrar la tapa de un cuaderno, pero el efecto es vertiginoso.