DUÉRMETE, BEBÉ
DUÉRMETE, BEBÉ
DR. JULIO SÁNCHEZ
LIC. LICETTE YÉPEZ
DRA. LAURA GRECO
Primera edición: Octubre, 2019
Dr. Julio Cesar Sánchez Hernández ©
Lic. en psicología Licette Yépez ©
Dra. Laura Valentina Greco Bermúdez ©
Diagnostic Sleep Center®
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INDICE
ADVERTENCIA DE USO
Los autores han creado este libro para proporcionarle a los padres con hijos menores al año de vida herramientas que les permitan afrontar de mejor manera los efectos de la privación de sueño que los niños experimentan durante este periodo. El objetivo será servir de apoyo y ayuda a los padres para comprender de mejor manera el proceso evolutivo del sueño de sus hijos durante estos primeros 12 meses y así realizar los ajustes necesarios para combatir la falta de sueño de forma natural. El material descrito en este libro representa la opinión de los autores basada en sus conocimientos personales y profesionales. Los autores no se responsabilizan por el mal uso del material descrito en este documento.
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Un hombre de noventa años ha pasado un tercio de su vida durmiendo. Es preciso comprender la importancia del sueño en la vida del ser humano, sobre todo a edades tempranas. Lograr un buen hábito de sueño en el bebé impactará de forma positiva en su crecimiento y desarrollo físico y psíquico.
Julio Sánchez
Comprender al niño desde sus necesidades vitales, dará la respuesta de cómo satisfacer sus demandas de manera equilibrada, mientras va adquiriendo conciencia de él y del medio que le rodea.
Licette Yépez
PRÓLOGO
Las épocas pasadas han tenido sus manuales para enseñarnos a conducirnos de forma “ideal” dentro de una sociedad, para crear niños perfectos que parecen unos recetarios de hacer galletas. Pero los niños no encajan en los moldes ideados por las distintas culturas. Nuestros pequeños humanos son seres dinámicos con una carga genética que, al interactuar con los estímulos y circunstancias del ambiente donde están inmersos, van a manifestarse de una u otra forma.
Las distintas líneas interdisciplinarias que intentan dar respuesta a las conductas humanas plantean una infinidad de teorías separatistas entre sí, asegurando cada una tener las respuestas idóneas. Desde mi perspectiva, pienso que un ser que responde a los instintos simplemente debe ser tratado con amor.
En su afán por categorizar todo, muchos atribuyen etiquetas a nuestros bebés que son inadmisibles, pues el cerebro humano es esencialmente incapaz de ejecutar los procesos necesarios para justificar tales afirmaciones. Hablo, por ejemplo, de acusar a nuestros pequeños de “ser manipuladores, egoístas, controladores, tiranos, monstruos, de tener conductas despreciables, de ser escandalosos”…
Nuestra época exige de nosotros una vuelta al hogar, un rescate del amor esencial, estrechando nuevamente los lazos a nivel familiar entre padres e hijos. Cada vez que las circunstancias creadas por nosotros mismos en esta era tecnológica promueven el distanciamiento del pequeño de su madre, en momentos vitales para la emocionalidad del futuro adulto, que es el ciudadano que damos al mundo, por la necesidad auto impuesta de reincorporarse al enredo de un mundo de continuas competencias y luchas tendenciales.
Debemos profundizar con extremo cuidado nuestras propias ideas sobre lo que representa para cada uno ser padre-madre, y, qué representa la figura del hijo en nuestro mundo interno. Somos los eternos desconocidos de nosotros mismos y mucho de lo que vivimos día a día y el cómo experimentamos las circunstancias y matices del mundo, depende directamente de los conceptos internos y de nuestros lentes emocionales. ¿Desde qué concepto estoy evaluando lo que hace mi bebé? ¿Cómo reacciono cuando estoy bajo estrés y sometida a cansancio? ¿Tengo herramientas para autorregularme, para contener mis propias turbulencias? ¿Me comporto de forma visceral juzgando y arremetiendo contra un pequeño cuyo cerebro está en desarrollo y cuya capacidad cognitiva es tan básica que tarda años en poder adquirirlas?
Debemos comprender y amar a nuestros hijos. No pretendamos programar a un pequeño robot acorde a una “sociedad ideal”. Al educar a un bebé, debemos ser conscientes que la adquisición de información en el ser humano inicia desde la etapa intrauterina, donde los químicos que circulan en el torrente sanguíneo materno son compartidos con el feto y dejan huella en el complejo amigdalino. Allí, se establecen las bases estructurales de la emocionalidad del ser que viene a través de nosotros. Debemos ser lo más respetuosos con él, sabiendo que desde ese momento, nuestras alegrías, nuestros miedos, nuestras angustias son compartidas. El pequeño extraño que germinó y creció en nuestro vientre, empieza sus primeros contactos con lo que representará el mundo a través de esas emociones maternas. ¿Cuáles emociones fueron predominantes y constantes durante el embarazo? Porque ellas también tienen mucho que ver en el comportamiento de nuestros bebés. Somos los padres quienes les aportamos la visión de lo externo. Al principio el bebé no tiene consciencia de los otros, pero tampoco tiene consciencia de sí mismo. De nuestra serenidad depende que la criatura active su mecanismo de alerta o al contrario, se sienta sereno, seguro… ¡A salvo! Un niño que llora mucho es un niño que, de alguna manera, se siente inseguro
Criar con respeto es criar con amor, es aprender a escuchar las necesidades emocionales de nuestro bebé para poder garantizar su equilibrio interno en todo momento. Es mantenerle una emocionalidad constante y nutrida que le aporte seguridad en sí mismo. Nadie habla de formar niños que cada día demanden más atención, es encontrar el propio equilibrio dentro del hogar de tal manera que cada uno ocupe el lugar que le corresponde dentro del sistema familiar.
Desde la comprensión a nuestro hijo, debemos ir reforzando las conductas que queremos implementar en nuestro hogar, con la claridad que somos los modelos a copiar; que enseñaremos a reír, riendo; que enseñaremos a expresar las emociones primarias y secundarias de forma adecuada y racional haciéndolo nosotros. Somos el espejo de nuestros niños. Luego, ellos simplemente serán nuestra proyección.
Debemos conocer que la crianza con apego es vital porque esta es una necesidad primaria (afecto) que permite al bebé sentirse seguro y querido; por lo tanto, es indispensable para el correcto desarrollo afectivo y, además, repercute durante el resto de la vida. El pre-apego se forma desde el nacimiento a la sexta semana y está marcado por conductas reflejas cuyo valor radica en la supervivencia. Desde la sexta semana a los seis meses se empieza a formar el apego; en este punto es donde se inicia el desarrollo afectivo. En esta etapa es “crítico dejarle solo” porque el bebé podría desarrollar una crisis de ansiedad al perder contacto con otro humano. El apego propiamente dicho se consolida entre los seis y 18 meses, tiempo donde la atención del niño está sobre la madre. Pero no es hasta los 18-24 meses cuando es capaz de comprender que la ausencia materna no es definitiva sino temporal, como resultado, el bebé empieza a controlar y a disminuir la ansiedad que lo embarga cuando pierde a mamá de vista.