La historia de esa columna en el Chocó aún sigue cubierta por todo ese espesor de la selva chocoana. Es el mismo velo de abandono que cubre a esa región.
—Razones de vida, Vera Grabe
Quiero minar la tierra hasta encontrarte y besarte la noble calavera y desamordazarte y regresarte.
—Elegía a Ramón Sijé, Miguel Hernández
Los muertos de las batallas perdidas son la razón de vivir de los sobrevivientes.
—Marcel Pagnol, dramaturgo y cineasta francés
L os hechos que aquí se narran ocurrieron a comienzos de 1981, cuando el M-19 era una guerrilla en ascenso. Los audaces robos de la espada de Bolívar y de las armas del Cantón Norte, la toma de la embajada de la República Dominicana y la cinematográfica fuga de algunos de sus máximos líderes de la cárcel La Picota fueron la antesala de un periodo en el que el M-19 soñó con la toma del poder por las armas. Como parte de su plan militar, una columna compuesta por cuarenta combatientes desembarcó en la ensenada de Utría luego de un curso básico en Cuba. Su misión era atravesar la espesa selva chocoana y establecer un nuevo frente de guerra. Pero la realidad de una población hostil y de una naturaleza inclemente les hizo perder el rumbo y finalmente la vida.
Con la inclusión del diario de la famosa Chiqui, hasta hoy desaparecido, acá se reconstruye un capítulo olvidado de la historia del conflicto armado colombiano. El nuevo libro de Darío Villamizar es un relato impactante, una crónica minuciosa que nos muestra otra cara de la guerra y anticipa el desenlace del M-19.
DARÍO VILLAMIZAR
Politólogo e investigador con especialización en Acción sin Daño y Construcción de Paz. Su trabajo se centra en temas del conflicto armado y procesos de negociación, reconciliación y paz. Ha publicado, entre otros libros, los siguientes: Insurgencia, democracia y dictadura. Ecuador 1960-1990 (El Conejo, 1990), Aquel 19 será (Planeta, 1996), Un adiós a la guerra (Planeta, 1997), Sueños de Abril (Planeta, 1998), Jaime Bateman, biografía de un revolucionario (última edición, Ícono Editorial, 2019) y Las guerrillas en Colombia (Debate, 2017: 2021). Asesor en reincorporación de excombatientes en la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Miembro de Latin American Studies Association (LASA) y del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO). Actualmente coordina la investigación Memoria de guerrillas en América Latina y el Caribe.
© Sergio Serrano
Título: Crónica de una guerrilla perdida
Primera edición: febrero de 2022
© 2022, Darío Villamizar
© Gabriela Pinilla por las ilustraciones
© Carmenza Cardona Londoño por el contenido del diario
© Asceneth Londoño de Cardona, Diznarda Cardona Londoño, Rubi Cardona Londoño y Amanda Cardona Londoño por el diario de la Chiqui
© 2022, de la presente edición en castellano para todo el mundo:
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ISBN 978-958-5132-41-2
Conversión a formato digital: Libresque
P RIMERA PARTE
E L PRELUDIO DE LAS ARMAS
P RÓLOGO
Al anochecer del viernes 6 de febrero de 1981, tras 27 horas de navegación, un grupo de 40 miembros del Movimiento 19 de Abril (M-19), comandados por José Hélmer Marín Marín, conocido dentro de la organización como Fernando, Mario o el Cholo, desembarcó en la ensenada de Utría, departamento del Chocó, en la selvática e inhóspita región noroccidental de la costa pacífica de Colombia, uno de los lugares más lluviosos del planeta, dueño de realidades complejas, con la mayor biodiversidad en el país y una naturaleza exuberante.
La intención era atravesar el territorio a lo ancho hasta alcanzar las alturas de la cordillera Occidental, en la intersección de los departamentos de Antioquia, Risaralda y Chocó, donde se establecería un nuevo frente de guerra, con combatientes que regresaban de un curso básico de formación militar en Cuba. En línea recta, la distancia que tendrían que recorrer, de lado a lado, era de 150,4 kilómetros. A los guerrilleros recién llegados se sumaron, en las semanas siguientes al desembarco, algunos militantes procedentes del Tolima, que prestarían apoyo para lograr ese propósito.
Esta es una crónica de sus aventuras y desventuras. Una travesía en la que todo fue real. Una historia que por los rigores de la clandestinidad se mantuvo oculta y tuvo que ser reconstruida paso a paso, hora tras hora, día a día. Todo ocurrió aquí cerca, en el olvidado Chocó, «una patria mágica de selvas floridas y diluvios eternos, donde todo parecía una versión inverosímil de la vida cotidiana», como lo describió Gabriel García Márquez en sus memorias.
Los personajes de estos hechos fueron hombres y mujeres de carne y hueso, muchos de ellos casi niños, cargados de ideales y coraje; jóvenes que, en su mayoría, aún permanecen enterrados en lo profundo de esa selva húmeda y enigmática. A una de ellas, a Carmenza Cardona Londoño, conocida como la Chiqui o Natalia, la recuerdan en muchas partes del territorio y la siguen encontrando vestida de monja o convertida en mariposa amarilla, posada sobre la corteza de un centenario carrá; la han visto curando enfermos o ejerciendo como maestra de niños desnutridos; también se han tropezado con ella camuflada en aceituno rojo o haciendo trenzas a las niñas.
Con pocas semanas de diferencia, otra columna del M-19, comandada por el médico y exparlamentario Carlos Toledo Plata, arribó a la desembocadura del río Mira, en el departamento de Nariño, al sur del país. Había zarpado de Panamá a finales de febrero y, tras navegar cinco días a bordo del buque Freddy, recaló en las inhóspitas costas del municipio de Tumaco, en los límites con Ecuador. Al igual que sus compañeros que ingresaron por el Chocó, los cerca de 84 combatientes llegados por el sur regresaban tras varios meses de participar en las mismas escuelas de formación en Cuba. Desde finales de abril de 1980, se encontraban en la isla los quince integrantes del comando Jorge Marcos Zambrano que, el 27 de febrero de ese año, se había tomado la embajada de la República Dominicana, en Bogotá. En los meses siguientes, fueron llegando otros guerrilleros procedentes de distintas estructuras del M-19 hasta completar una cifra cercana a los 130 que recibieron el entrenamiento y que después, en Panamá, formarían las columnas de Chocó y Nariño.