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Michael Alpert - El ejercito popular de la republica, 1936-1939

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Michael Alpert El ejercito popular de la republica, 1936-1939
  • Libro:
    El ejercito popular de la republica, 1936-1939
  • Autor:
  • Editor:
    Critica
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  • Año:
    2006
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El ejercito popular de la republica, 1936-1939: resumen, descripción y anotación

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Es éste libro el mejor estudio de conjunto del ejército republicano en la guerra civil española; una obra que se ha convertido en un clásico y que ha sido completamente revisada y actualizada teniendo en cuenta las investigaciones más recientes. No es, nos advierte el autor, «un estudio de historia militar», sino el relato de «un episodio fascinante de la historia de España y de Europa» que nos muestra cómo los republicanos organizaron un nuevo ejército para hacer frente a una revuelta militar que contaba con el apoyo y las armas del fascismo internacional. Alpert parte del estado de las fuerzas en presencia en julio de 1936 y va siguiendo el período «miliciano» de la guerra y la militarización posterior, contrasta el papel de los militares profesionales con el del nuevo cuerpo de oficiales con que hubo de cubrir la escasez de mandos y examina la función que cumplían los comisarios políticos. De este modo, a través de la formación, reforma y reorganización del ejército, seguimos la lucha de los republicanos hasta su derrota y hasta la represión de que fueron víctimas. Ésta es la historia de unos hombres que lucharon con dignidad y heroísmo, y que merecen ser recordados.

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1. El ejército de 1936

El ejército de 1936

L OS DOS EJÉRCITOS de la guerra civil eran en su esencia españoles, pese a que el franquista —o nacional.

El ejército de 1936 tenía una plantilla de 101 455 soldados en la Península e islas más 30 383 en Marruecos, procedentes la mayoría del reclutamiento forzoso. Desde 1930, el período efectivo de servicio obligatorio había sido de un año. Teniendo en cuenta las exenciones y prófugas, más los cuotas, con su servicio muy reducido, además de los médicamente rechazados, la plantilla probablemente no se completaba, por lo cual no solamente los soldados del ejército peninsular sino también una parte significativa de los de Marruecos, que en teoría deberían haber sido voluntarios, eran reclutas, en general bisoños.

Pese a las reformas efectuadas durante la II República, el equipo y preparación del ejército eran deficientes. El nivel técnico era bajo dado que muchos de los reclutas que procedían de las clases sociales con estudios o que tenían títulos cumplían sólo un período breve de servicio dejando, como siempre había sido el caso, a los hijos de la clase obrera, a menudo analfabetos, para constituir la masa del ejército.

Con la pacificación, acabada en 1927, de la zona del protectorado español en Marruecos, pozo sin fondo de vidas y dinero desde 1909, junto con la carencia de fondos para maniobras realistas y extensivas, el ejército no había tenido la experiencia de guerra. Naturalmente un ritmo e intensidad mayor de instrucción se reservaba para el Tercio de Extranjeros, o Legión, fuerza voluntaria de élite y en realidad casi completamente española, y para las fuerzas de tropas indígenas marroquíes o Regulares. Estas unidades —Legión y Regulares— desdoblarían y ensancharían sus unidades durante la guerra civil, formando el núcleo de las fuerzas de los sublevados contra el gobierno de la República.

El ejército carecía también de material moderno. La artillería, pese a contar con algunas piezas nuevas, poseía un material heterogéneo y anticuado. En general, no se simpatizaba con las ideas de modernización corrientes en la Europa militar de entreguerras. La técnica militar —pese a la indudablemente alta formación especializada de los componentes de las armas de Artillería e Ingenieros— estaba atrasada. Pero en todo caso, faltaban los recursos para proveer al ejército de medios de motorización o de mecanización. Al principio de la guerra civil, España contaba con solamente dos pequeñas unidades de carros de combate. Los escritores militares españoles describían y comentaban los experimentos con carros realizados en el extranjero, pero su reacción era casi siempre hostil. No se consideraban ni se ejercían las técnicas de infantería ideadas en Alemania para solucionar el problema de cómo avanzar contra una línea de defensa en profundidad. En resumidas cuentas, con la excepción de la presencia ocasional de tropas en la calle para mantener el orden público en épocas de huelga (presencia debida por una parte a la carencia de una fuerza adecuada de policía urbana hasta la creación por la II República de la Guardia de Asalto y, por otra, a que los militares esperaban que se recurriera a ellos para mantener el orden), la vida cuartelera para la oficialidad, así como para la tropa, ha debido de ser de aburrida rutina.

I. LOS MILITARES

En cambio, si los que cumplían el servicio militar lo veían, con más o menos ilusión, como un mero intervalo en su vida, para los jefes y oficiales el ejército representaba su carrera y sus ideales. La conocida hipertrofia de los cuadros —en 1932, año de máximo efecto de la reducción de escalas impuesta por la II República, había 58 generales y 12 968 jefes y oficiales en las escalas— era debida a un atraso en la visión social que no insistía en el retiro anticipado de los militares a medida que iban llegando al empleo que marcaba el límite de sus capacidades profesionales. Sólo 26 coroneles de los 217 que figuraban en las cuatro armas principales en 1936 tenían menos de 55 años; la mayoría de los generales superaban esta edad también y raros eran los comandantes con menos de 40 años. La estructura social exigía el ingreso de ingentes cuadros de nuevos alféreces por carecer el sistema militar español de una adecuada oficialidad de complemento. Tal estructura creaba constantes atascos en las escalas. Los más ambiciosos y capaces, entonces, veían sus ambiciones frustradas por la rigurosa antigüedad exigida para los ascensos, mientras tampoco se veían como satisfactorios los ascensos por méritos en campaña corrientemente concedidos durante las guerras de África, ya que tales ascensos, según insistían muchos, estaban sujetos a favoritismos y a abusos, además de confundir la capacidad de administrar y mandar unidades con el valor personal.

En contraste quizá con sus colegas de Inglaterra, Francia o Alemania, países que o reclutaban a sus oficiales militares de una categoría social alta y con recursos financieros propios, o que poseían una estructura social y educacional desarrollada y universal, la procedencia social del militar español solía ser de un medio no muy acomodado y normalmente poco dado a preocupaciones liberales o intelectuales. El cadete era frecuentemente uno de los muchos hijos de un pequeño funcionario o suboficial. El grado de autorreclutamiento de los militares españoles era alto. Tampoco era raro el ingreso en las academias a una edad muy joven, de modo que la academia militar hacía las veces de colegio de enseñanza media y, por su disciplina y el largo período pasado en ella, de algo así como «seminario» militar.

La intervención en la política, así como el golpismo, habían sido característicos del ejército. Si desde un punto de vista tal fenómeno se puede considerar como inevitable, dado el desbarajuste, el vacío político y las urgencias frecuentes durante la época de guerras civiles del siglo XIX , desde otra perspectiva podría explicarse por la percibida ausencia en España de otros modos de avanzar en la sociedad. El ejército era, en efecto y hasta cierto punto, una vía de acceso al poder y a la consideración social para el militar que a menudo tenía un origen social bajo o era él mismo un ex sargento que por sus dotes había sido promovido al empleo de oficial de la escala de Reserva Retribuida, oficiales a los que vulgarmente se llamaba chusqueros.

Si en el siglo XIX las sublevaciones militares habían sido de tendencia liberal, durante el período contado desde la restauración de la monarquía (por golpe militar del general Martínez Campos al final de 1874), las nuevas generaciones de militares reaccionaron desfavorablemente a los fenómenos del obrerismo, sobre todo en su modalidad anarquista española, violenta o sindical; y a los del regionalismo catalán y del anticlericalismo típico de la gama de actitudes intelectuales disidentes o republicanas. Naturalmente, la catástrofe militar y naval de la guerra contra Estados Unidos de 1898, polarizó ideas y emociones. Para los militares, eran ellos los que cargaban con las muertes, enfermedades y heridas y con la derrota y la vergüenza, mientras que, según ellos, el país, minado por ideas subversivas y gobernado por políticos débiles y venales, había despachado un ejército y una Marina a una guerra para la cual no estaban adecuadamente preparados. Para los que veían la cuestión militar como microcosmos de los males de España, la pérdida de Cuba y Filipinas demostraba las deficiencias del ejército y de una actitud que quedaba atrasada en tradicionalismos anticuados en lugar de reformar el ejército como parte de un cambio general que europeizaría y modernizaría al país en su totalidad.

Las actitudes se iban paulatinamente polarizando. El ejército reaccionó a las críticas de su actuación aparecidas en la prensa catalana, con un asalto físico a la redacción de La Veu de Catalunya, seguida por la aprobación el 20 de marzo de 1906 de la Ley de Jurisdicciones empleada durante los 25 años siguientes para amordazar críticas.

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