Durante demasiado tiempo el verdadero poder de la vagina ha sido ignorado, escondido y mal interpretado. Más de dos milenios de información errónea han dado lugar a una cultura occidental en la que, incluso hoy día, resulta tabú mencionar o mostrar el sexo de la mujer. Aunque la ciencia ha empezado a esclarecer las funciones de la vagina y el importante papel que desempeña en el placer sexual y la reproducción, los genitales femeninos siguen envueltos de una gran cantidad de misterios, mitos, prejuicios y creencias obsoletas.
Lejos de ser un recipiente inerte, la vagina es una maravilla de la ingeniería muscular y tiene una función vital: la supervivencia de la especie. Con una amplia perspectiva que abarca arte prehistórico, historia antigua, lingüística, mitología, teoría de la evolución, biología reproductiva y medicina, Catherine Blackledge nos señala el camino hacia una nueva comprensión de lo que significa ser mujer y las armas para una revolución vaginal.
Ella habla por en medio de las piernas.
PRÓLOGO PARA LA EDICIÓN DE 2020
Hay un momento que experimenta cualquier persona nacida con una vagina y que modifica y configura de manera irrevocable la vida de las mujeres. Es el momento en que nos damos cuenta de que algo en nosotras implica que seamos valoradas y tratadas de un modo distinto a cómo se trata y valora a un grupo concreto de personas de nuestro alrededor: aquellas que tienen pene.
Por lo general, esta comprensión llega en los primeros años de vida de la niña. En mi caso sucedió cuando cursaba la enseñanza primaria. Tengo dos hermanas y dos hermanos: mis hermanos tenían bicicleta pero a mí no me dejaban tenerla (se consideraba peligrosa para las niñas) y, además, aunque ellos hacían muchas menos tareas en casa, recibían la misma paga que nos daban a mis hermanas y a mí.
Esas situaciones me desconcertaban y enfurecían. A mi modo de ver, la única diferencia entre mis hermanos varones y yo era mi vagina. ¿Acaso una vagina era algo malo y un pene era algo bueno? Como nadie me decía lo contrario, esa parecía la conclusión más directa. No creo que haya sido la única en trasladar a la vagina los sentimientos negativos que me inspiraba la feminidad; es decir, en creer que yo valía menos por el hecho de tener vagina.
Una vez asociada la vagina a lo malo, es muy difícil que una niña o una mujer llegue a apreciar realmente el hecho de poseer genitales femeninos. ¿Cómo podemos disfrutar plenamente de nuestra vagina si, en el fondo, inconscientemente, tenemos la impresión de que es la clave del sufrimiento y las desigualdades que experimentamos en la vida? ¿Cómo se puede sanar esta herida vaginal?
Imaginemos ahora un mundo en el que todos los padres, madres, tutores, tutoras, abuelos, abuelas, tíos, tías, amigos y amigas contasen a los niños y las niñas unas historias muy distintas sobre lo que significa tener vagina. Historias que infundieran un sentimiento de orgullo y potencialidad por el hecho de ser mujer. Historias que confiriesen valor a los genitales femeninos, que valorasen a las niñas y las mujeres. Historias que establecieran la vagina como el símbolo definitivo del poder femenino. Esas historias existen: son las narraciones sobre el poder de la vagina, y toda mujer debería conocerlas.
Los relatos sobre la fuerza de la vagina son sorprendentemente frecuentes y perdurables: solo hay que prestar atención a la historia, el folklore o la mitología de cualquier país o cultura para descubrirlos. En todos estos relatos los genitales femeninos son extremadamente poderosos, hasta el punto de que una mujer que se sube la falda para mostrar su sexo puede lograr multitud de hazañas extraordinarias.
Por ejemplo, la exhibición de sus genitales confiere a la mujer el poder de controlar los elementos: puede aquietar el mar para proteger a un marido embarcado, calmar una tempestad y disipar vendavales, granizadas y tormentas eléctricas. Además, levantarse la falda tiene un efecto apotropaico, es decir, protege del mal: la exhibición vaginal evita el ataque de osos y leones, exorciza a los demonios y espanta al diablo.
En la mitología helénica y en la gaélica existen historias de este tipo: grupos de mujeres que se levantan la falda para derrotar al dios irlandés Cúchulain o al héroe griego Belerofonte. La historia, tanto antigua como moderna, recoge situaciones en las que las mujeres recurrieron a este mismo gesto como protesta o como táctica militar. En el año 551 a. EC, una exhibición colectiva de la vulva marcó el resultado de la guerra entre el ejército meda y el ejército persa. En la China del siglo XIX , grupos de ancianas se encaramaron a las murallas de una ciudad asediada y exhibieron sus genitales para espantar a los enemigos.
En estos casos, la acción de levantarse la falda se emplea para desconcertar al atacante y obligarlo a recapacitar. Las mujeres muestran su vulva para gritar al unísono: «Basta ya, reflexionad: lo que estáis haciendo está muy mal». Hace poco más de sesenta años, en 1958, siete mil mujeres de la región occidental de Camerún pusieron de manifiesto el poder de los genitales femeninos cuando se levantaron la falda para protestar contra un decreto gubernamental que les impedía cultivar sus tierras. Ganaron.
Ahora bien, el gesto de enseñar el sexo femenino es mucho más que un intento de vencer a los atacantes o de proteger familias y comunidades: se le atribuye, también, fertilidad. Fertilidad humana, fertilidad de la tierra, fertilidad del ganado y fertilidad de los cultivos. En la Antigüedad, el gesto de mostrar el sexo estaba presente en diversas celebraciones rituales: en Egipto servía para conceder potencia al toro sagrado Apis o para infundir fertilidad en las fiestas de Bubastis, y en las Tesmoforias griegas o las Floralias romanas se empleaba también como invocación de la fertilidad.
En diversos países occidentales, hasta el inicio del siglo XX era costumbre que las mujeres salieran al campo y se levantaran la falda ante los cultivos, diciendo: «Creced hasta la altura de mis genitales». Esta tradición se remonta al antiguo Egipto, donde esta acción se enmarcaba en las creencias religiosas. El historiador Heródoto (