Sheila Jeffreys (Londres, 13 de mayo de 1948) es una feminista inglesa de línea separatista lesbiana, conocida por su influencia en el feminismo lésbico.
Es profesora asociada de Ciencias Políticas en la Universidad de Melbourne (Australia) a donde se trasladó en 1991, aunque ha vivido la mayor parte de su vida en el Reino Unido.
Ha publicado varios libros sobre esta temática y sobre diferentes problemas relacionados con ella como Anticlimax: a feminist perspective on the sexual revolution (1991), The spinster and her enemies: feminism and sexuality, 1880-1930 (1997) y Beauty and misogyny: harmful cultural practices in the West London (2005).
Sheila participa en campañas contra la prostitución y la trata de mujeres.
Dedico este libro a mi pareja, Ann Rowett, por el amor y la fuerza que me dio mientras lo escribía. También lo dedico a todas mis hermanas en la lucha internacional para acabar con la prostitución femenina regenteada por los hombres. En particular, a las mujeres de la red CATW en los Estados Unidos, en Europa, Filipinas y Australia; a Janice G. Raymond, Malka Marcovich, Jean Enriquez, Aurora Javate de Dios, Gunilla Ekberg y tantas otras que han inspirado y alentado mi trabajo. Ellas me hicieron sentir parte de algo extraordinario, de una revuelta de las mujeres, más allá de las fronteras nacionales, en contra de la injusticia tradicional.
Introducción
Del proxenetismo al mercado rentable
La prostitución no decayó. En contra de la convicción del feminismo anterior a los años ochenta de que la prostitución era un signo y un ejemplo de la subordinación femenina y que por lo tanto dejaría de existir cuando las mujeres adquirieran mayores derechos igualitarios, a fines del siglo XX la prostitución se ha transformado en un sector del mercado global floreciente e inmensamente rentable. Esta transformación es sorprendente si consideramos los modos en que la prostitución ha sido pensada por el feminismo durante dos siglos como el modelo mismo de la subordinación femenina (Jeffreys, 1985a). Kate Millett escribió en 1970 que la prostitución era «paradigmática de la base misma de la condición femenina» que reducía a la mujer a la «concha» (Millett, 1975: 56). Las feministas de los años sesenta y setenta pensaron la prostitución como un resabio de las sociedades tradicionalmente dominadas por los hombres, que desaparecería con el avance de la igualdad femenina. Era, como lo propuso Millett, un «fósil viviente», una antigua forma de relaciones esclavistas que sobrevivía en el presente (ibíd.). Sin embargo, a fines del siglo XX varias fuerzas se reunieron para darle vida a esta «práctica cultural nociva» (Jeffreys, 2004). Lo más importante es la nueva ideología y práctica económica de estos tiempos neoliberales en los que la tolerancia de la libertad sexual converge con la ideología del libre mercado para reconstruir a la prostitución como «trabajo» legítimo que funciona como base de las industrias del sexo, tanto a nivel nacional como internacional. Este libro analiza el proceso por el cual la prostitución se industrializó y globalizó a fines del siglo XX y comienzos del siglo XXI, y sostiene que este creciente sector del mercado requiere ser entendido como la comercialización de la subordinación femenina. Así se sugiere el modo en que puede comenzar el retroceso de la industria global del sexo.
Hasta la década del setenta, había consenso entre los gobiernos nacionales y la ley internacional acerca de que la prostitución no debía ser legalizada ni organizada por el Estado. Este consenso fue el resultado de una exitosa campaña internacional llevada adelante por grupos de mujeres y otros individuos contra la regulación estatal de la prostitución desde el siglo XIX en adelante (Jeffreys, 1997). Se intensificó a través del Comité de las Naciones Unidas dedicado a la cuestión del tráfico de personas entre las dos guerras mundiales y finalizó con la Convención para la Represión de la Trata de Personas y de la Explotación de la Prostitución Ajena, de 1949. En su preámbulo, esta Convención identificó la prostitución como incompatible con la dignidad y el valor de la persona humana, y también señaló como ilegal el regenteo de prostíbulos. En respuesta a la Convención y al espíritu de la época que representaba, se determinó que el proxenetismo, la obtención de beneficios económicos y la facilitación de la prostitución eran ilegales tanto en aquellos Estados que habían adherido a la Convención como en aquellos que no lo habían hecho.
Este carácter de condena universal cambió con el neoliberalismo de los años ochenta y comenzó un proceso por el cual los proxenetas se transformaron en empresarios respetables que podían formar parte del Rotary Club. El negocio prostibulario fue legalizado y convertido en un «sector del mercado» en países como Australia, Holanda, Alemania y Nueva Zelanda; el strip-tease se convirtió en moneda corriente dentro de la industria del «ocio» o del «entretenimiento», y la pornografía se volvió lo suficientemente respetable como para que corporaciones como la General Motors incluyera los canales porno entre sus negocios. Mientras una sección de la industria de la prostitución se volvió un sector legal, respetable y rentable del mercado en este período, la vasta mayoría de la prostitución, tanto en los países occidentales que la habían legalizado como a lo largo del mundo, siguió siendo ilegal y uno de los sectores más rentables para el crimen organizado.
Este libro considera prácticas en las que se intercambia efectivo o mercancías con el objeto de que los hombres obtengan acceso sexual al cuerpo de las mujeres y las niñas. Incluyo aquellas prácticas generalmente reconocidas como prostitución en las que los hombres, a través de la remuneración o la oferta de alguna otra ventaja, adquieren el derecho a poner sus manos, penes, bocas u otros objetos sobre o en el cuerpo de las mujeres. Aunque la prostitución de niños y muchachos para el uso sexual de otros hombres es una pequeña parte de esta industria, no será considerada en detalle aquí (véase Jeffreys, 1997). Se incluyen en esta definición las formas de práctica matrimonial en las que las familias patriarcales intercambian muchachas y mujeres por dinero o favores, el matrimonio de niñas y el matrimonio forzado, así como también aquel en el que se le paga a una agencia, como en el caso de la industria de las esposas encargadas por correo. La pornografía se incluye porque la única diferencia que tiene con otras formas de prostitución es que es filmada. Involucra el pago para obtener acceso sexual a muchachas y mujeres. El strip-tease también se incluye, no porque la prostitución y el lap dancing tengan lugar en clubes, sino porque involucran el uso de las mujeres incluso cuando no se las toque. Estas prácticas mencionadas aquí se ajustan al concepto de «explotación sexual», que es el tema del borrador de 1991 elaborado en la Convención contra la Explotación Sexual en la ONU: «La explotación sexual es una práctica por la cual una persona o varias reciben gratificación sexual, o ganancia financiera o mejoras a través del abuso de la sexualidad de una persona y a través de la revocación de sus derechos humanos a la dignidad, igualdad, autonomía y bienestar mental y físico» (para un desarrollo del borrador de la Convención, véase Defeis, 2000). La «explotación sexual» incluye prácticas no pecuniarias como la violación, aunque este libro considera que el económico es el principal medio de poder utilizado para obtener acceso sexual a las muchachas y mujeres, más allá de que otras formas como la fuerza bruta, el secuestro y el engaño también pueden estar involucradas.