Annotation
Los biólogos siempre han sabido que, como procedimiento reproductivo, el sexo parece una complicación innecesaria. ¿Por qué perder el tiempo en encontrar una pareja aceptable que, a su vez, lo encuentre aceptable a uno o una? En teoría, debido a éste y otros costes añadidos de la reproducción sexual, la selección natural de bería apostar por la alternativa asexual, más rentable a corto plazo. Sin embargo, en el mundo vivo encontramos sexo por doquier: es la modalidad reproductiva mayoritaria en animales, plantas, hongos y muchas otras formas de vida, por lo que cabe preguntarse cuál es la ventaja del sexo sobre la clonación asexual. No es extraño que, para los biólogos, el sexo sea el «problema de los problemas» evolutivos.García Leal, después de examinar todas las propuestas de solución del problema, expone la suya propia, basada en el principio de independencia de la incertidumbre del entorno, es decir, en la necesidad de adaptarse a un entorno impredecible. Además plantea otro problema evolutivo: la existencia de sexos diferenciados. En principio, nada impide que las especies sexuales estén constituidas por hermafroditas, pero en el mundo vivo el hermafroditismo es la excepción. La existencia de sexos, y en particular de dos sexos, es tan enigmática como el sexo mismo. ¿Por qué hay machos y hembras? Sobre esta y otras muchas cuestiones arroja luz El sexo de las lagartijas.
Ambrosio García Leal
El sexo de las lagartijas
Controversias sobre la evolución de la sexualidad
Queda rigurosamente prohibida cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación total o parcial de esta obra sin el permiso escrito de los titulares de los derechos de explotación.
Diseño de cubierta: Estudio Úbeda
© Ambrosio García Leal, 2008
Reservados todos los derechos de esta edición para
© Tusquets Editores, S.A. - Diagonal 604, 1º 1ª - 08021 Barcelona
www.tusquetseditores.com
Primera edición en libro electrónico (epub): septiembre de 2013
ISBN: 978-84-8383-763-4 (epub)
Conversión a libro electrónico: Newcomlab, S.L.L.
Conversión epub a Fb2 por Indi / Indigo
Octubre de 2013
A la memoria de mi padre
AGRADECIMIENTOS
La lista de amigos y conocidos que me han ayudado en algún momento y de alguna manera a escribir este libro es muy larga, por lo que no puedo citarlos a todos, pero quiero dar especialmente las gracias a Néstor Herrán y Ángel Serrano por dedicar parte de su tiempo a leer el manuscrito y aportarme críticas valiosas para mejorarlo. También agradezco a Alejandro Pérez, de Cosmocaixa, que me cediera material gráfico, y a José Antonio Marcelo que me proporcionara información clave sobre la sexualidad de los caracoles. Por supuesto, doy las gracias a mis amigos de Tusquets Editores, en particular a Ana Estevan, por su esmero en la edición, a Vicente Campos, por su atinada corrección del manuscrito, a Carola Kunkel, por su preparación de las ilustraciones, y a Juan Cerezo, por su amistad y su aliento. Por último, quiero dar especialmente las gracias a Jorge Wagensberg por su inspiración intelectual y su apoyo constante.
Prólogo
El problema de los problemas
¿Para qué sirve el sexo? La mayoría tiende a pensar que esta pregunta tiene una respuesta trivial: para hacer hijos; ¿para qué si no? Esto resulta obvio incluso para quienes protestan ante esta reducción del acto sexual a un mero acto reproductivo, porque ni siquiera los más románticos están eximidos de la obligación de recurrir a algún método anticonceptivo para evitar un embarazo no deseado como producto secundario del éxtasis erótico. Lo cierto, sin embargo, es que la concepción biológica de la sexualidad es aún más reduccionista: en biología, por sexo se entiende cualquier mezcla de genes procedentes de al menos dos fuentes. Esta definición tan amplia abarca fenómenos tan alejados del erotismo humano como la transducción vírica (la incorporación de genes víricos al genoma de la célula huésped). Admito que, incluso para un biólogo teórico como quien escribe, contemplar un resfriado como un acto sexual puede parecer un tanto retorcido. Pero los lectores que lo deseen están eximidos de este ejercicio porque, a efectos de los problemas que se plantean y discuten en este libro, podemos identificar sexualidad con reproducción sexual. Y es que, precisamente, la evolución de esta modalidad reproductiva es uno de los mayores enigmas evolutivos (para algunos autores, el problema de los problemas).
Quisiera subrayar, no obstante, que sexualidad no implica reproducción, ni siquiera desde un punto de vista estrictamente biológico. De hecho, en las bacterias y otros microorganismos la sexualidad, entendida como intercambio genético, está por completo disociada del acto reproductivo. Si asociamos el sexo con la procreación no es porque ambos conceptos sean inseparables, sino porque quedaron indefectiblemente ligados en algún momento de la evolución de nuestros ancestros animales. Pero sólo los mamíferos y las aves son obligadamente sexuales. Aunque el sexo es la opción reproductiva mayoritaria entre los eucariotas, hay especies que lo han abandonado y se han pasado a la clonación asexual, mientras que en muchas otras es sólo una opción alternativa que se reserva para ocasiones especiales.
Los biólogos siempre han sabido que, como procedimiento reproductivo, el sexo parece una complicación innecesaria. ¿Por qué perder el tiempo en encontrar una pareja aceptable que a su vez lo encuentre aceptable a uno o a una? No es de extrañar, pues, que muchas formas de vida prefieran ahorrarse este trámite. Los microbios unicelulares simplemente se dividen en dos, y muchos organismos pluricelulares (incluso algunos vertebrados, como veremos en su momento) se reproducen por sí solos sin necesidad de aparearse con ningún congénere. Aun así, es innegable que la fusión sexual, obligada u opcional, es la modalidad reproductiva mayoritaria en animales, plantas y eucariotas en general, por lo que cabe suponer que tiene alguna ventaja adaptativa que compensa sus inconvenientes.
Darwin ya sugirió en El origen de las especies y otros escritos posteriores que la razón de ser de la fecundación cruzada era proporcionar «vigor híbrido». Pero el primero que insistió en el carácter problemático de la reproducción sexual desde el punto de vista evolutivo fue el gran biólogo alemán August Weismann. Sobre la base de que los hijos engendrados sexualmente nunca son copias idénticas de los progenitores, Weismann explicó la prevalencia del sexo apelando a la variación heredable que proporciona, una variación que alimenta la selección natural y contribuye a acelerar la evolución, lo que incrementa la adaptabilidad de las especies.
Weismann formuló esta explicación clásica poco antes del redescubrimiento de las leyes de Mendel a finales del siglo XIX. El noviazgo entre la joven ciencia de la genética y la teoría de la evolución fue turbulento, porque el carácter «cuántico» de la variación heredable no congeniaba con el gradualismo darwiniano. Pero, finalmente, el matrimonio entre ambas disciplinas se formalizó en la década de 1930, cuando los británicos Ronald Fisher y J.B.S. Haldane, junto con el norteamericano Sewall Wright, fundaron la genética de poblaciones, el núcleo teórico del neodarwinismo. Fue precisamente el sexo lo que permitió conciliar el mendelismo con el darwinismo clásico, al comprobarse que la recombinación de los genotipos parentales permitía una variación individual tan amplia que podía considerarse casi un continuo. Y una tarea prioritaria de aquellos primeros genetistas de poblaciones, en particular Ronald Fisher y Hermann Muller, consistió en reformular el argumento de Weismann en términos neodarwinistas, incorporando el concepto de gen. Los trabajos de Fisher y Muller, publicados a principios de la década de 1930, ofrecieron demostraciones matemáticas tan aparentemente incontestables que Muller se atrevió a sentenciar que el asunto había quedado zanjado: la ventaja del sexo residía en que los linajes que se reproducían sexualmente podían compartir genes mutantes de nuevo cuño, cosa que no podían hacer los linajes asexuales, y esta recombinación génica les confería mayor adaptabilidad.